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Pasaje de "La esposa joven", nueva novela de Alessandro Baricco - 1

En particular, esa mañana, el tema era la utilidad de los baños en la playa, sobre los que Monseñor, mientras se metía a paletadas nata montada en la boca, albergaba sus reservas. Intuía en ello una incógnita moral evidente, sin atreverse, no obstante a definirla con exactitud.

El Padre, hombre de buen carácter y, en caso necesario, feroz, estaba ayudándolo a enfocar el asunto.

— Si es tan amable, Monseñor, recuérdeme dónde se habla de ello, concretamente, en el Evangelio.

A la respuesta evasiva, sirvió como contrapeso el timbre de la entrada, al que todo el mundo prestó una mesurada atención, tratándose obviamente de la enésima visita.

Se ocupaba de ello Modesto, quien abrió como siempre y se encontró delante de la Esposa joven.

No era esperada para ese día, o tal vez sí, pero se habían olvidado.

 Soy la Esposa joven, dijo.

Usted, anotó Modesto. Luego miró a su alrededor, sorprendido, porque no era razonable que hubiera llegado sola, y en cambio no se veía a nadie hasta donde alcanzaba la vista.

Me han dejado al final del paseo, dije, tenía ganas de contar mis pasos en paz. Y dejé mi maleta en el sueño.

Tenía, tal y como se había acordado, dieciocho años.

La verdad es que yo no tendría ninguna reserva en mostrarme desnuda en la playa —estaba indicando la Madre mientras tanto—, dado que siempre he tenido cierta inclinación por la montaña (muchos de sus silogismos eran realmente inescrutables). Podría citar por lo menos una docena de personas, proseguía, a las que he visto desnudas, y no hablo de niños o de viejos moribundos, hacia quienes siento cierta comprensión de fondo, aunque…

Se interrumpió cuando la Esposa joven entró en la sala, y lo hizo no tanto porque la Esposa joven hubiera entrado en la sala, sino porque había sido introducida en la misma por una alarmante tos de Modesto. Tal vez ya he dicho antes que, en sus cincuenta y nueve años de servicio, el anciano había puesto a punto un sistema comunicativo laríngeo que toda la familia hacía aprendido a descifrar igual que si fuera una escritura cuneiforme. Sin tener que recurrir a la violencia de las palabras, una tos —o, en contadas ocasiones, dos, en las formas más articuladas— acompañaba sus gestos como un sufijo que aclaraba el significado de los mismos. […] Se interrumpió, por tanto, volviéndose hacia la recién llegada. Reparó en la edad inmadura de ella y con un automatismo de clase dijo

 — ¡Cariño!

Nadie tenía ni la menor idea de quién era.

Luego debió de abrirse una rendija en su mente tradicionalmente desordenada, porque preguntó

 — ¿En qué mes estamos?

Alguien respondió Mayo, el Farmacéutico, probablemente, a quien el champán hacía insólitamente preciso.

Entonces la Madre volvió a repetir ¡Cariño!, pero esta vez consciente de lo que estaba diciendo.

Es increíble lo rápido que ha llegado mayo este año, estaba pensando.

La Esposa joven amagó una reverencia.

Se había olvidado, eso era todo. Todas las cosas estaban acordadas, pero desde hacía tanto tiempo que luego se había perdido una memoria exacta. No debía deducirse de ello que hubieran cambiado de idea: eso, en todo caso, habría sido demasiado cansado. Una vez decidido algo, en esa casa no se cambiaba nunca, por razones obvias de economía de las emociones. Simplemente, el tiempo había pasado con una velocidad tal que no sintieron la necesidad de llevar la cuenta del mismo, y ahora la Esposa joven estaba allí, probablemente para llevar a cabo lo que había sido acordado hacía tiempo, con la aprobación oficial de todo el mundo: casarse con el Hijo.

Resultaba fastidioso admitir que, atendiéndose a los hechos, el Hijo no estaba ahí.

No pareció urgente, de todas formas, detenerse en ese detalle, y así todo el mundo se dedicó sin titubeos a un feliz coro de bienvenida general, diversamente matizado con sorpresa, alivio y gratitud: esta última por la marcha de las cosas de la vida, que parecía ajena a las humanas distracciones.

Porque ahora que he empezado a contar esta historia, no puedo evitar esclarecer la geometría de los hechos, según cómo voy contándola poco a poco, anotando por ejemplo que el Hijo y la Esposa joven se habían conocido cuando ella tenía quince años y él dieciocho, acabando gradualmente por reconocer, el uno en el otro, un correctivo suntuoso a las indecisiones del corazón y al aburrimiento de la juventud. Ahora resulta prematuro explicar por qué singular camino, pero es importante saber que más bien rápidamente llegaron a la feliz conclusión de que querían casarse. A sus familias respectivas el asunto les pareció incomprensible […] pero la personalidad singular del Hijo, que tarde o temprano tendré fuerzas para describir, y la nítida determinación de la Esposa joven, para transmitir la cual me gustaría encontrar la lucidez necesaria, aconsejaron cierta prudencia. Se acordó que era mejor transigir y se pasó a desatar algunos cabos técnicos, en primer lugar la no perfecta alineación de sus respectivas posiciones sociales. Cabe recordar que la Esposa joven era la única hija de un ganadero que podía alardear de otros cinco varones, mientras que el Hijo pertenecía a una familia que desde hacía tres generaciones fraguaba sus beneficios en la producción y el comercio de lanas y tejidos de cierto valor. El dinero no le faltaba ni a una parte ni a la otra, pero indudablemente eran dineros de especies diferentes, uno desatado por telares y elegancias antiguas; el otro, a partir de estiércol y atávicas bregas. El asunto provocó un páramo de timorata indecisión que se superó más tarde, cuando el Padre anunció de forma solemne que el matrimonio entre la riqueza agraria y las finanzas industriales representaba el natural desarrollo de la iniciativa del Norte, trazando una clara vía de transformación para todo el País. Se deducía de ello la necesidad de superar esquematismos sociales que a esas alturas pertenecían al pasado. Dado que formalizó el tema con estos términos exactos, pero lubricando la secuencia con un par de buenas blasfemias colocadas artísticamente, la argumentación pareció convencer a todo el mundo, con su mezcla de irreprochable racionalidad e instinto veraz. Decidimos simplemente esperar a que la Esposa joven llegara a ser un poco menos joven: había que evitar posibles comparaciones entre un matrimonio bien ponderado y determinadas uniones campesinas, apresuradas y vagamente animales. Esperar, además de ser de indudable comodidad, nos pareció la certificación de una actitud moral superior. El clero no tardó en confirmarlo, olvidando aquellas oportunas blasfemias.

 Así que iban a casarse.

[…] Poco después del anuncio del compromiso, por iniciativa, sorprendente, del padre de la Esposa joven. Era un hombre taciturno, tal vez bueno, a su manera, pero también caprichosos, o inopinado, como si el demasiado trato con algunos animales de trabajo le hubiera transmitido una carga de inocua imprevisibilidad. Un día comunicó con palabras descarnadas que había decidido intentar una definitiva apoteosis de sus negocios emigrando a Argentina, a la conquista de pastos y de mercados, cuyos detalles había estudiado en su totalidad en las invernales noches de mierda sitiadas por la niebla. […] Cruzó el océano, con tres hijos varones, por necesidad, y con las Esposa joven, por consuelo. Dejó a su esposa y sus otros hijos vigilando la tierra, con la promesa de que se reunirían con él si las cosas salían bien, cosa que llevó a cabo posteriormente, transcurrido un año, vendiendo incluso todas sus propiedades en el país y apostando todo su patrimonio en la mesa de juego de la pampa. Antes de partir, sin embargo, realizó una visita al Padre del Hijo y le confirmó por su honor que la Esposa joven se presentaría con el pistoletazo de su decimoctavo año para cumplir con la promesa de su matrimonio. Los dos hombres se estrecharon la mano, en lo que en aquellos lares constituía un gesto sagrado.

En cuando a los dos prometidos, se despidieron aparentemente tranquilos y secretamente desorientados: tenían, debo decir, buenas razones para estar de una forma y otra.

Una vez que los granjeros hubieron zarpado, el Padre […] dijo que cada uno tenía si propia Argentina, y que para ellos, líderes de la industria textil, Argentina se llamaba Inglaterra. Hacía algún tiempo que, de hecho, observaba ciertas fábricas del otro lado del canal de la Mancha que optimizaban de manera sorprendente su línea de producción: entre líneas, se intuían beneficios que a uno le provocaban mareos. Hay que ir a ver, dijo el Padre, y posiblemente copiar. Luego se volvió al Hijo.

Irás tú, ahora que has sentado la cabeza, le dijo haciendo un poco de trampa en los términos de la cuestión.

Así que el Hijo partió, feliz incluso de hacerlo, con la misión de estudiar los secretos ingleses y traer de vuelta lo mejor, para la futura prosperidad de la Familia. Nadie se esperaba que volviera en el plazo de unas pocas semanas; y luego nadie se percató de que no volvía, ni siquiera en el plazo de algunos meses. […] Evidentemente, las fábricas inglesas eran numerosas y merecían un análisis en profundidad. Dejamos de esperarlo: total, ya volvería.

Pero volvió antes la Esposa joven.

Sobre el libro

Nombre: La esposa joven
Autor: Alessandro Baricco
Editorial: Anagrama
Páginas: 208

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