Claudio López Lamadrid
Claudio López Lamadrid
Jerónimo Pimentel

Se puede buscar en YouTube el momento en el que Alfredo Kraus, el gran tenor español, se quiebra en el Teatro Municipal de Chile a media interpretación de “El día que me quieras”. Meses antes había fallecido su madre y la canción de Gardel y Le Pera era una de sus favoritas. El desborde emocional no favorece al artista, pues el arte es un ejercicio de contención y distensión controlado. “No puedo”, dijo el cantante de Las Palmas con la voz quebrada, “ya no me pidan más”. Luego se sienta y se cubre la cara con una mezcla de pudor y, quizás, alivio.

Esta es la imagen a la que me aferro, todavía conmocionado, luego de enterarme de la partida de Claudio López Lamadrid. Ante la incapacidad de asimilar la noticia, viene en mi auxilio un montón de frases que forman un escudo que de nada sirve. La cita que mejor lo intenta es un aforismo de Carmen Martín Gaite que leí alguna vez y retuve: “Lo raro es vivir”. Me he quedado varias horas tratando de encontrar refugio en esas palabras y no he hallado consuelo.

De Claudio se puede decir que fue un editor prolífico y brillante, lo que significa que los lectores tenemos una deuda con él en nuestras bibliotecas (la profundidad de sus hallazgos exigiría varias páginas de papel). La pasión con la que abordaba las obras que iba a publicar era legendaria, casi tanto como sus maneras, que oscilaban entre la generosidad extrema y la excusa extrema con la misma sobria elegancia. Era del Espanyol, se movía en moto, le gustaban los perros y coleccionaba ediciones de César Vallejo; esa también es una forma de describirlo. La imagen que guardo es la de un oso bebiendo mate que aprovecha cualquier descuido burocrático para volver a un manuscrito.

Claudio fue también el último exponente de cierta idea de lo latinoamericano que se expresa en la obra de Bolaño, de quien fue amigo. Se podría pensar que ‘América Latina’ fue una categoría creada por los europeos para encorsetar y asimilar a la multitud de identidades nacionales que hervían en el siglo XIX en esta parte del mundo. Lo latinoamericano, sin embargo, es también un deseo errabundo, una potencia posnacional, un “territorio en fuga”, como decía el chileno, o una ansiedad extraterritorial, en palabras de Echevarría, otro de sus compañeros de viaje. Claudio logró habitar ese continente a través de lo que mejor produce, su literatura. Como Bolaño, no encontró conflicto en ser a la vez español y latino. Su capacidad para identificar el talento, de Cristina Rivera Garza a Horacio Castellanos Moya, de Rafael Gumucio a Samanta Schweblin, fue siempre una muestra de intuición y claridad, pero también de apertura estilística y de agudeza lectora.

Pero ¿no es banal tratar de resumir la vida de un hombre con un listado de logros y méritos? Esta columna naufraga, nació ahogada. No se puede dar cuenta de una tristeza que no termina. Y es condición que no acabe para que sea en verdad tristeza.

Para ver:
El Instituto Cervantes le realizó a Claudio López Lamadrid una entrevista en la que se repasa su trabajo como magnífico editor. 

Contenido sugerido

Contenido GEC