En Groenlandia, Canadá y Noruega desde hace un lustro se vienen ‘cosechando’ icebergs. Se puede pagar hasta 166 dólares por botella de vidrio y tapa de madera.
En Groenlandia, Canadá y Noruega desde hace un lustro se vienen ‘cosechando’ icebergs. Se puede pagar hasta 166 dólares por botella de vidrio y tapa de madera.
Juan Luis Nugent

A estas alturas ya es un tópico del imaginario catastrofista que la última gran guerra de la humanidad será por agua dulce. Pero la crisis climática planetaria ya se está encargando de darnos adelantos de futuros distópicos que demuestran que el agua apta para el consumo humano puede enloquecernos incluso antes de ser un recurso difícil de hallar para la mayoría.

En Groenlandia, Canadá y Noruega, al menos desde hace un lustro, se vienen ‘cosechando’ icebergs. ¿Pero qué quiere decir esto? Que los gigantescos témpanos de hielo que se desprenden de los glaciares al norte del planeta se han convertido en una materia prima de inusitado valor. Con este hielo, de una pureza literalmente prehistórica, se obtiene agua que, a decir de quienes la embotellan y la venden a precios exorbitantes, sabe al paraíso.

Un reportaje publicado recientemente en The Atlantic describe cómo el agua de glaciar se ha convertido en una moda ampliamente redituable. Los altos costos de extracción del material se solventan holgadamente con el precio de venta al público del hielo derretido: hasta 166 dólares por botella de vidrio y tapa de madera.

Puede que haya quienes no vean mucha diferencia entre tomar agua de glaciar y de manantial, pero consideremos el costo ambiental de extraer, transportar, derretir, embotellar y comercializar este producto que nadie necesita realmente. Por lo demás, la ausencia de marcos regulatorios internacionales para este tipo de emprendimientos deja más o menos a discreción de los empresarios involucrados cuánto hielo se saca y de qué manera.

Hay quienes afirman que aprovechar los glaciares que se desprenden por el derretimiento de los casquetes polares es una forma de ayudar a que los niveles de agua de los océanos no aumenten dramáticamente; aunque eso suena más a discurso de relaciones públicas para vender como solución ecológica una oportunidad de negocio de lujo. Invertir tiempo, recursos e ingenio para afrontar las consecuencias del derretimiento de glaciares a futuro puede que sea más urgente y necesario que responder a las necesidades del mercado de agua embotellada.

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