Una historia circular, por Jaime Bedoya
Una historia circular, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Históricamente se sabe que ahí donde hay una quebrada en el Perú habrá un huaico.  Es un principio natural que se cumple con la misma rigurosidad, sin el agregado estético ni admirable, que la migración de las aves.

Esto no es impedimento para que sucesivamente el peruano decida establecer su hogar justo en aquellas quebradas. Esto no podría describirse como un reto a la naturaleza, algo que tendría algún rasgo de heroísmo darwiniano. Se trata de un suicidio meteorológico diferido.

Una vez sucedido el huaico, destruidas las casas, perdidos los televisores, refrigeradoras y demás símbolos muebles del esfuerzo popular, las autoridades acuden al lugar de los hechos y aseguran que los damnificados serán atendidos. Estos advierten, con exacta reiteración anual, que no aceptarán ser reubicados.

El circuito se repetirá el próximo enero, con la llegada de las lluvias. Siempre habrá alguien que protagonice noticieros buscando a un familiar durante días. Pero el barro tiene la macabra particularidad de tragarse a las personas.

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Históricamente se sabe que ahí donde hay una denuncia en el Poder Judicial (PJ) existe la contingencia de que entre en acción la variable extrajudicial de una coima que lubrique sus decisiones hacia terrenos donde el pragmatismo, por su misma razón de ser, hace de la justicia su almuerzo.

Esto no es impedimento para que personas moralmente sanas pero osadas al desafiar el principio de realidad recurran al PJ en busca de lo que saben que muy probablemente no encontrarán, a menos que los acompañe un golpe de suerte. El problema es que la justicia y la suerte no son necesariamente amigas.

Una vez sucedido el archivamiento de esa denuncia, perdido el tiempo en gestiones, el dinero en abogados, la saliva en argumentaciones, y tras la arenga compensatoria de rigor —insistiremos—, la aplastante evidencia de convivir con la injusticia como normalidad deja en claro que el adversario es invencible. Aunque eso no signifique que uno tenga que claudicar, tomándose en cuenta que rendirse es peor que ser derrotado.

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Históricamente se sabe que cada vez que un político dice que se investigará “caiga quien caiga”, que se pondrá a derecho, que tiene un honor que defender, y que responderá ante la justicia cada vez que sea requerido, quiere decir que de ninguna manera irá preso.

Quiere decir que una estructurada red de desviaciones y testaferrismo está debidamente protegida por conversaciones privadas a favor de la gobernabilidad. Así el político se preserva inmune a las consecuencias que, salvando las distancias, enfrenta un carterista cuando le arrancha el monedero a una señora en la avenida Abancay.

Históricamente se sabe que los huaicos se seguirán llevando a quien se le ponga delante, que la justicia es un sustantivo abstracto y que los expresidentes del Perú tienen derecho  a un centro penitenciario a la altura de su investidura.

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