Julio Hevia Garrido Lecca, Psicoanalista fundador de la Escuela Freudiana de Lima, Magister en Comunicación y Cultura por la Universidad Federal de RÌo de Janeiro.  [Foto: Richard Hirano /Archivo]
Julio Hevia Garrido Lecca, Psicoanalista fundador de la Escuela Freudiana de Lima, Magister en Comunicación y Cultura por la Universidad Federal de RÌo de Janeiro. [Foto: Richard Hirano /Archivo]
Jaime Bedoya

Hace apenas unas semanas, en plena efervescencia premundialista y en un conversatorio sobre el tema en la Universidad Católica, Julio Hevia planteó una idea novedosa sobre la manera de ver el fútbol. Es decir, hizo lo que siempre hace: pensar diferente, encontrándole nuevos ángulos a un tema que parecía ya agotado hasta el hartazgo. Es que Julio piensa como los grandes juegan: buscando la diagonal, el pase al vacío, ese espacio casi imaginario de la cancha sobre el cual aún nadie ha calculado pisar.

Decía Hevia que la brecha entre futbolista e hincha se había expandido artificialmente y que ambos estaban más cerca de lo que parecía: el hincha jugaba el partido física y emocionalmente al lado del jugador.

Para sustentarlo se refería a cómo dramáticamente cambiaba el ánimo del aficionado que veía ganar a su equipo en el estadio. El estar en la tribuna no lo limita a volverse un testigo pasivo, ajeno al fragor del juego. Deja el ánimo, y lo recupera, según lo que suceda en la cancha.

Pero eso, decía Hevia, se nota aun más cuando el equipo del hincha pierde. Es en la derrota que el espectador pierde con sus colores, se derrumba, se extravía solidariamente con el grupo en el pantano de la contrariedad. Y esa derrota se la lleva a casa afectando a los suyos, al tráfico, al clima de la oficina; es la brusquedad que la gente retoma al cruzarse en la calle. Recuperarse de esa pérdida supone lo que se tarda en procesar el cómo darle vuelta al dolor. La revancha.

Este punto de vista de elemental lucidez se extrapola ahora de manera irónica, cruel y difícil a otro de los equipos que uno elige, el de la amistad. Cuando al amigo se le complica el marcador, ese resultado en contra automáticamente se extiende al plantel de afectos y admiración que este ha cosechado por mano propia. A todos se nos complica el partido.

A pocos días de que arrancase el Mundial, este Mundial que habíamos esperado tanto y que en su caso lo había hecho ciertamente con la intensidad emocional y cerebral del submarinista que anticipa zambullirse en las aguas que prometen un tesoro, Julio tuvo un gol en contra manifestado en un repentino accidente cerebrovascular sobre el que —por artero y malhadado— no vale la pena decir más. Sucedió, y al hacerlo nos sucedió a todos los que somos de su equipo. Julio está en una clínica soñando con fútbol como el que sueña que está soñando.

Por eso los que lo queremos, lo leemos y lo admiramos estamos viviendo este Mundial con una intensidad agridulce, entre la pesadumbre y la esperanza. Cerrando filas en torno al arco y esperando ese pase gol del mediocampista que sabe anticipar la jugada que nadie está esperando. Maestro, vamos por la remontada.

Contenido sugerido

Contenido GEC