La narrativa del autor australiano se caracteriza por mezclar la ficción, la autobiografía y el ensayo.
La narrativa del autor australiano se caracteriza por mezclar la ficción, la autobiografía y el ensayo.

Es australiano, tiene casi 80 años y nunca ha salido de su país. Es más, apenas si se ha movido un poco más allá de los límites del estado de Victoria. No tiene sentido del olfato, trabaja en la secretaría de un club de golf local y vive en un cuarto en la casa de su hijo, repleto de archivadores y libros venerados. Es también uno de los más importantes escritores de su patria y candidato a ser el segundo Nobel de su país después del denso y elegante Patrick White.

Hablo de Gerald Murnane (Melbourne, 1939), quien siempre regresa de su soledad con un trofeo: es decir, la decena y media de libros que ha escrito desde los años setenta, cuando era un profesor de secundaria que redactaba novelas sobre su infancia nostálgica y su adolescencia curiosa e hipersexualizada. Si bien esas historias (Tamarisk Row, 1974, y A lifetime on clouds, 1976) son originales e interesantes, empieza a hacerse conocido por Las llanuras (1982), su primera obra maestra, cuyo narrador —una inquieta entidad mental— se entrelaza con el intimidante y desolador paisaje del centro de Australia y acaba devorado por las metáforas y fantasmas que este convoca. De ahí para adelante ha entregado títulos híbridos entre la ficción, la autobiografía y el ensayo, entre los que destaca la magnífica Inland, tal vez su libro más arriesgado y hermoso.

En casi todos ellos las obsesiones que los impulsan son las mismas: el fetichismo infantil, los fracasos adolescentes, la represiva educación católica irlandesa que se le impuso, y el combate incesante entre ficción y memoria. Ha trabajado estos temas desde la más descarnada confesión hasta la remembranza que evoluciona hacia el aforismo, pasando por páginas de un lirismo conmovedor que nos regresa, por medio de un puñado de imágenes certeras, a esos primeros años en los que todo es prometedor y a la vez amenazante. Solo dos de sus libros se han publicado en castellano: el ya citado Las llanuras, y Una vida en las carreras, que ha aparecido hace pocos meses en España (ambos, por cierto, solo se encuentran disponibles en la librería Communitas de San Isidro. Este es un llamado a los importadores avispados).

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NOVELA

Una vida en las carreras
Editorial: Minúscula
Páginas: 276
Precio: S/90,00

Una vida en las carreras son unas memorias que giran en torno a la mayor fijación de la vida de Murnane, esto es, las carreras de caballos. Su padre era un apostador compulsivo que pasaba la mayoría de su tiempo en el hipódromo y que ponía continuamente en peligro la estabilidad económica de su familia. Murnane, un chico retraído, adoptó esta “pasión irracional y obsesiva”, pero a su muy particular manera. Utiliza el recuerdo de las transmisiones radiofónicas de las carreras, los “siempre inapropiados” nombres de los caballos, el color de los uniformes de los jockeys y todo un arsenal de recuerdos visuales, sensoriales y sonoros para reconstruir cotidianos pero a la vez decisivos episodios que lo convirtieron en ese hombre tímido y pensativo que sigue escuchando por la radio carreras que su desbordante imaginación metamorfosea hasta otorgarles tintes hiperbólicos y épicos.

Como en todos los libros de Murnane, Una vida en las carreras está plagado de reflexiones donde una sensibilidad profunda y peculiar los aparta de la fría racionalidad, como esa acerca del semidiós y su adorador generada al recordar al legendario entrenador Alf Sands, o la del caballo sacrificado en medio de una carrera mientras su dueño se abraza a él hasta agotar “la medida de su dolor”.

Me gustaría mucho que a Gerald Murnane le otorguen el Nobel. No por el premio en sí, sino porque le daría a muchos lectores la posibilidad de conocer ese “paisaje en el paisaje” (citando el título de otro de sus libros), que es ese mundo intransferible, difuso y sentimental que él ha sobrepuesto a los valles y ciudades del sureste de Australia.

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