Permiso para reír, por Jaime Bedoya
Permiso para reír, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Un chiste es un insulto controlado. Mientras mayor sea la psicomotricidad fina ejercida en esa contención, más refinado será el humor. Y más elegante, casi irreprochable, la ofensa. En esa artesanía que administra tensión y contención hay una voluntad, hacer reír, y hay un arte laborioso, a veces dotado y a veces no con cierto talento para intuir las zonas erógenas humorísticas. Esto suele funcionar cuando esas supuestas vulnerabilidades saben identificarse en uno mismo: no tomarse demasiado en serio. Si alguien puede reírse de sí mismo puede hacer reír a los demás de cualquier cosa. Y como siempre, el que se pica pierde.

Lady Astor: Señor, si yo fuera su esposa le daría veneno.

Winston Churchill: Señora, si yo fuera su esposo lo bebería.

Al cabo de algunos años conviviendo con el humor involuntario de Alejandro Toledo cada vez que se esforzaba por estar a la altura de un accidente electoral, y luego de la opacidad perenne de la chispa mortuoria de Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski está poniendo su temperamento al servicio del desfogue cómico de la responsabilidad propia de su cargo. Los fujimoristas, gente seria donde las hubiera, no lo entienden. Se crispan, se irritan. Lo critican y sancionan por ello, con lo que inadvertidamente propulsan y alimentan una mayor necesidad de alivio cómico. El día que ellos vuelvan a reír recién nivelarán la cancha. Tal vez el dilema no es que no quieren, sino que no pueden.

Groucho Marx: Puede parecer un idiota y caminar como si fuera un idiota, pero no dejes que te engañe: en realidad sí es un idiota.

Una de las funciones del humor es liberarse de los pensamientos reprimidos. Es la vía de escape de las restricciones sociales y falsas diplomacias, buscando proteger el placer del desatino al hacer agradable el disparate. Así se le transforma en algo cómico, antes que ofensivo, volviéndose un mensaje digno de ser compartido en virtud de su cualidad liberadora. Lo sabe hasta un resorte, la reducción de tensión significa placer. Por lo tanto a más fujimorismo culifruncido, el espontáneo requerimiento nivelador del cosmos pedirá más humorismo ppkáustico.

“El caos contemplado desde un lugar seguro” es como define el humorismo el ensayista Paul Johnson. Ese lugar seguro es el de la inteligencia. Para conectarse con un discurso humorístico es necesaria la momentánea suspensión de lo emotivo. Es lo que no pueden hacer los fundamentalistas que asesinaron a quienes hacían caricaturas de Mahoma (como luego hicieron caricaturas del atentado en París). La ausencia de inteligencia, ciega a las elipsis, metáforas y dobles sentidos, equipara humor a insulto. Por eso cuando esa carencia quiere ser graciosa menta la madre diciéndote a ver ríete ahora. O más brutal aun, te dispara.

No es casualidad que la congresista Lourdes Alcorta tenga cara de señal de tránsito. Lo cual lejos de ser un defecto es una virtud en alguien encomendada a la alta tarea de fiscalizar. Pero en ese bando han dejando completamente de lado el placer de manejar. Que es lo que está haciendo PPK, con amplia sonrisa estilo Canevaro State of Mind [1], propia del que ya vivió, ya fue y ya regresó. Con las ventanas abajo, la luz intermitente prendida hace kilómetros y el volumen de la radio por encima de la natural pérdida auditiva. Nadie muere por sordo manejando risueño al borde del abismo.

Lo más interesante es que la gente se está riendo con él, no de él. Lo cual puede ser arriesgado, pero nunca malo.

[1] Disculpa, Billy Joel. “New York State of Mind” es un temazo.

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