Piura 2018, por Jaime Bedoya
Piura 2018, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Las eliminatorias hace rato que dejaron de ser lo más importante para la selección. Tal vez nunca lo fueron, teniendo en cuenta la maldición matemáticamente posible que se ha cebado con la oncena desde hace treinta y cinco años: España 82 fue el último campeonato FIFA en que una estampa del Señor de los Milagros visitó un camarín mundialista.

Ahora hay mucho más en juego. La capacidad representativa de este divertimento de pelota aborrecido por Borges hasta el extremo de llamarlo “el peor crimen de Inglaterra” —nación que inventara este deporte— se redime y dignifica en su capacidad simbólica de regalarle un triunfo a aquel que la única victoria que conoce es la moral. Gloria intangible del que ha perdido todo.

Y lo hace con toda la belleza accesoria posible que la fantasía real-imaginaria del once contra once permite. El tocamiento de novia que le dio suerte a Gareca; el dibujo de la selección abrazada con el lodo hasta la rodilla; la dubitación existencial de “Oreja” Flores resuelta sobre el gramado en un cachetazo zurdo que empuja el esférico con elegante determinación, casi desprecio, hacia la red de un adversario siempre superior, siempre más creído y siempre más caro [1]. Anotación que celebra enmarcando con sus manos los inmensos órganos externos de audición que lo caracterizan y le dan un nombre, como quien dice: grítenlo, yo los escucho mejor que nadie.

La plenitud del gol es bálsamo ecolálico, estética anestesia, pero también es metáfora contable de concreción. Es el prometido orgasmo final detrás del sonsonete fraudulento del “sí se puede”. Y es la eficacia tangible materializada por el potencial elemental detrás del trabajo en equipo, esfuerzo común ninguneado en este país de caudillos vocacionales, genios instantáneos y líderes sin sombra [2].

La meta no es Rusia. La meta es Piura. Y todo lo que se le parezca en términos de abandonos históricos de los que solo se habla cuando el cielo les cae encima. Pero el tema no puede ni debe reducirse al poema de una pelota bien pateada. Tiene que haber concreción, gol, definición material que en absoluto está reñida con la posibilidad de magia.

Es lo que sucede cuando un unicornio inflable, mítico animal inexistente, recorre una ciudad inundada rescatando sobrevivientes con sorprendente dulzura, la que aparece en medio de lo peor.

[1] Valor en euros de la selección uruguaya: 480 millones. Valor en euros de la selección peruana: 30 millones.

[2] Mezquindad inmensa de quienes no quieren ver cómo, finalmente, un gobierno enfrenta como equipo un desastre natural. Prefieren el póster demagógico del presidente mojándose el pantalón, déspota en control solitario de la naturaleza y los cielos. Crezcan.

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