"Teletranspórtame, Scotty", la columna de Rodrigo Fresán
"Teletranspórtame, Scotty", la columna de Rodrigo Fresán
Rodrigo Fresán

En 1986, en una de las noches del nunca del todo bien ponderado programa cómico Saturday Night Live de la NBC, en sus estudios de las alturas del Rockefeller Center, ocurrió algo que todavía provoca temblores cada vez que se lo recuerda. Algo que —si se lo ha olvidado, para eso sirve lo futurístico, para revisar el pasado— se puede volver a contemplar en alguno de los pliegues del espacio-tiempo de YouTube.

Aquel sábado, el invitado era el popular actor William Shatner, conocido por su comportamiento un tanto errático en público, pero (más allá de hits fundamentales como aquel episodio de La dimensión desconocida con pasajero de avión aterrorizado; la grabación del álbum de spoken word psicotrónico The Transformed Man —donde el hombre recitaba canciones de Dylan & Beatles & Jobim, en tándem con extractos de William Shakespeare—; ser uno de los mejores villanos invitados en Columbo; saltar sobre capots de autos en T. J. Hooker; y convertirse en el excéntrico pero implacable abogado Denny Crane en The Practice/Boston Legal) fundamental y eternamente reverenciado y obedecido en todo el universo como el capitán James “Jim” Tiberius Kirk, al mando de la USS Enterprise, en la serie de TV y películas de cine de o, si se prefiere, Viaje a las estrellas, creada por Gene Roddenberry en 1966.

Esa noche en vivo y en directo ya habían pasado 17 años desde la cancelación de la serie original (que se emitió apenas durante tres años, pero que desde entonces había ascendido, vía múltiples repeticiones, a la categoría de fenómeno de culto y de pasión de multitudes), se presentaba un sketch que tenía lugar en una de las tantas convenciones de fans del fenómeno. Nerds y geeks y gente con mucho tiempo libre y tanto amor no correspondido para dar. Y a todos ellos —¡El horror! ¡El horror!— Shatner/Kirk les escupía allí un “Get a Life!”. Un crezcan de una vez. Un cásense y tengan hijos y salgan al mundo en lugar de seguir soñando con otros planetas y obsesionándose con modelos a escala de naves y tecnología imposible.

Lo de Shatner —a quien pocos de sus compañeros a bordo del set de la Enterprise soportaba por su narcisismo y actitudes de divo loco— conmovió entonces; pero está claro que no ha causado gran efecto. (Además, la verdad sea dicha: Shatner sigue lucrando alegre y abundantemente con el asunto de todas las maneras posibles).

Y la leyenda continúa (para el 2017 se anuncia serie-precuela: Star Trek: Discovery) y la mística crece y, sí, live long and prosper. Y no olvidar aquella gran comedia con Alan Rickman y Sigourney Weaver (Galaxy Quest), y allí está The Big Bang Theory.

Y aquí y ahora llega una nueva película luego de que el irregular J. J. Abrams rebooteara la franquicia con astucia y talento. Mucha y mucho más que lo que hizo posteriormente con Star Wars. Y con un casting brillante (Chris Pine está perfecto como clon modernizado de Kirk, pero a la vez tan vintage) que no traicionaba a los modelos originales, aunque sí se extrañó cameo de Shatner que sí tuvo Nimoy, la otra estrella del viaje, con lógica gélida y orejas en punta.

Abrams lo consiguió primero en la excelente Star Trek (2009), para luego elevar todo a alturas a las que nunca llegó el hombre con Star Trek Into Darkness (2013). Y ahora reincide —como productor— en Star Trek Beyond.


EN VIDEO: Tráiler de Star Trek Beyond. (Fuente: Difusión)

Y otro gesto inteligente: siendo todos conscientes de que el Khan de Benedict Cumberbatch, y sus circunstancias de la pasada entrega, era algo insuperable se optó por una solución maquiavélica y funcional: no hagamos una película mejor que la anterior; hagamos una película como si fuese el mejor episodio de Star Trek jamás emitido. Es decir: más actividad planetaria que naviera, arrancando con un Kirk con jet-lag existencial, una Enterprise con fatiga de materiales, la gracia del “Sabotage” de los Beastie Boys (canción fetiche de Kirk desde su infancia cuasi delictiva) como “música clásica” y arma secreta/as en la manga y, sobre el final, una forma muy inteligente y metaficcional de incorporar a la trama la muerte de Leonard Nimoy. Y, ah, una sospecha creciente: la Federación suele dejar tirados a sus mejores hombres y genera Montecristos en serie y tarde o temprano le va a tocar a Kirk ser el malo de la serie y de la película.

Pero para eso faltan unas cuantas misiones y algún que otro año luz. En lo personal, me gustaba mucho la serie cuando era chico (con sus alegorías a Vietnam y el primer beso interracial jamás televisado); y me reí bastante con el peinado MTV del Khan de Ricardo Montalbán; y siempre he disfrutado con la amistad/rivalidad de Kirk/Spock; y hasta me entristecí al enterarme de la reciente muerte accidental del actor que actuaba muy bien como el nuevo alférez-navegante Pavel Chekov.

Pero —desde siempre seguidor de todo lo sci-fi; ahora estoy con esos nuevos autores chinos que me parecen formidables— debo decir que lo que más me gustaba de la cuestión eran esos dos momentos en los que Kirk con sonrisa pícara ordenaba “warp speed, Mr. Sulu” (y los años luz pasaban como si fuesen apenas sombríos segundos) o, mejor aun, cuando solicitaba ese “Beam me up, Scotty” (aunque se sepa que nunca se dijo eso así, del mismo modo en que Sherlock Holmes jamás dijo “Elemental, mi querido Watson” en los libros originales y Rick nunca pidió ese “Tócala de nuevo, Sam” en Casablanca). Orden que lo devolvía desde algún mundo inhóspito a la seguridad de su mejor pero, aun así, siempre inestable y sísmico puente de mando.

Y sí, de acuerdo: a la hora de la ciencia ficción siempre estaré más del lado de 2001: Odisea del espacio (y ahí dentro, más del lado de Stanley Kubrick que del de Arthur C. Clarke), de Philip K. Dick y Theodore Sturgeon y J. G. Ballard y Cordwainer Smith y de Blade Runner. Pero el tiempo pasa, nos vamos poniendo más fuera de circulación que fuera de serie, y Star Trek continúa satisfaciendo con creces mi homeopática necesidad de space-opera.

Y sigo esperando que Mr. Sulu y Scotty nos alcancen desde el futuro y nos liberen de primitivos y cada vez más ineficaces aeropuertos y aviones.

Aunque algo me dice que no llegaré a experimentarlo o verlo. De ahí que siga viendo Star Trek y vaya a ver Star Trek Beyond. Para oír cómo se los ordena Kirk, para contemplar cómo Sulu y Scotty le obedecen en un futuro lejano. Mientras tanto y hasta entonces, ya se ha anunciado que William Shatner —get a life?— será el capitán honorífico, en el 2017, de un crucero que conmemorará los cincuenta años del estreno de la serie.

Una cosa supuestamente divertida que me gustaría hacer.

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