El fin de las vacaciones, por Jaime Bedoya
El fin de las vacaciones, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Uno

La niña no debe tener más de 13 años pero lleva la ropa de baño de una de 25. Se pasea con precoz endocrinología por el malecón de una playa indeterminada al sur de Lima, manteniendo el equilibrio espacial a pesar de caminar con la mirada clavada en su celular. El punto focal de su aspecto, aún a la espera de un cuerpo propiamente dicho, es lucir con ostentación el gorro que adorna su cabeza. Tira su pelo hacia un lado, lo devuelve hacia el otro, según la fundacional escuela villamariana.

El gorro es uno de aquellos originalmente utilizados por los camioneros norteamericanos, que hecho el tránsito social entre skaters y demás agentes de proliferación de usos y costumbres, ahora deviene en coqueto accesorio de prepúberes. El gorro tiene por gracia llevar la marca del mismo en letras mayúsculas imposibles de obviar: Peruvian Flake, convirtiendo al usuario en una feliz publicidad ambulante. La que parece la abuela la abraza, le dice: Qué hermosa mi princesa, le saca el gorro le acaricia el pelo. Finísimo, sedoso, impalpable.

Peruvian flake, literalmente “hojuela peruana”, es la jerga con que el consumidor anglosajón se refiere a la cocaína nacional de extrema pureza; una hostia del grosor del ala de una mariposa con el poderío alcaloide capaz de destruir el más sólido contacto con la realidad. Circula la coartada no oficial de que flake es una manera fonéticamente contemporánea de decir “flaca”. Para el no enterado, peruvian flake sigue aludiendo a las caspas de Atahualpa, a la aspirina de los ricos, al fantasma blanco, al nose candy de purísima pureza peruana.

La abuela le sigue acariciando el pelo mientras con la otra mano sostiene el gorro. Ella misma se lo pone y le pregunta a la nieta: ¿Me queda bien? Sin levantar la mirada de la pantalla la niña hace una mueca presuntamente risueña pero que en realidad quiere decir WTF, y que la inocencia ya le va quedando chica.

Dos

Un grupo de chiquillos que se inscribe dentro de lo que se conoce como la Edad del Burro [1] decide ponerse a jugar fútbol justo en medio de los juegos infantiles dispuestos en una playa indeterminada al sur de Lima. Otros, más pequeños y en pañales, discurren bajo fuego cruzado de tiros libres inspirados en la doble fecha de la Champions. Algunos padres, administrando un estrés de baja intensidad que empieza a agitarse, intercalan sus conversaciones de terraza con quedas mentadas de madre a los susodichos: ahorita va a pasar algo. Los pelotazos temerarios ceden al ritmo de una música asincopada que brota del celular que uno de ellos lleva en la mano. Todos llevan celular en la mano. Solo del de uno de ellos sale música.

Inevitablemente el pelotazo roza el cráneo de una niña con la suficiente aproximación como para generar un llanto preventivo. Se levantan los padres forzando su tiempo de respuesta y corren hacia el lugar de los hechos llevando a cuestas sus humanidades maltratadas por la adultez y el horario de oficina. Le espetan a los chicos increpaciones de alto calibre que parecen esfumarse antes de llegar a sus bronceadas y tersas pieles. Ante la inoperancia de la retaliación verbal callan los padres hiperventilados y queda un silencio que es ocupado por la música del celular canoro:

Diles que yo me sé tus poses favoritas,
que te hablo malo y eso te excita.
Dime si tú quieres
que te ubique en mi cama:
deja el drama,
ven y mama [2]

El momento aplasta a los padres hacia los terrenos de la sonroja y el silencio. Retroceden medio paso. Intentan reconocerse retroactivamente pero no pueden. Cuando ellos eran niños eran niños, no eso.

Los futbolistas, sin mediar palabra, pisan su pelota, apenas los miran asintiendo nadie sabe qué con sus medias sonrisas, y se retiran hacia la puesta de sol con cadencia, concha y flow, mucho flow; ese saber impreciso que cuando aparece se nota.

[1] Es decir, entre la ignorancia silvestre y la primaveral respuesta eréctil automática.

[2] “Diles”, reggaetón de la modalidad trap, autoría de los poetas Ozuna, Farruko, Bad Bunny; featuring Arcángel, Ñengo Flow, DJ Luian y Mambo Kings.

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