No hace muchos años, Caracas podía jactarse de tener algunas de las mejores librerías de la región. Hoy en día los estantes de las que no han cerrado, y resisten con estoicismo la dura crisis, lucen tan lánguidos como los anaqueles de los supermercados. La escasez es el colofón del saqueo y la demagogia chavista. El régimen ha buscado achacar a una supuesta “guerra económica” —en la que, por lo visto, también estarían conspirando los grupos editoriales— la responsabilidad por la tormenta que azota el país. Pero cada vez son menos los que se dejan embaucar con semejante despropósito. Los resultados de las recientes elecciones parlamentarias acaban de demostrarlo.
En el ámbito cultural, el chavismo ha utilizado el Premio Rómulo Gallegos —que cuenta entre sus galardonados a Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, Marías, Bolaño y Vila-Matas, y que por años fue el premio de novela más prestigioso de la lengua castellana— como una recompensa para autores afines al régimen. Chávez fue también generoso con las figuras del cine que le declararon su simpatía: Oliver Stone y Sean Penn están dentro de la lista de sus favoritos.
La universidad nunca actuó de forma sumisa. Dentro de ella el chavismo ha sido minoría y generó fuertes resistencias. Chávez reaccionó creando un modelo universitario alternativo, de dudosa calidad y con claros fines ideológicos y de adoctrinamiento. Una universidad insertada en el mismo modelo clientelar sobre el que se sustenta el chavismo, y que hoy naufraga ante la baja de los precios del petróleo.
Sin duda le esperan grandes y duros retos a la nueva mayoría democrática de la Asamblea Nacional. Venezuela es un país quebrado, y no solo en lo económico. La violencia, la corrupción y el deterioro institucional son demasiado notorios. Y Nicolás Maduro seguirá gobernando. Al menos por ahora.
Contenido sugerido
Contenido GEC