Cristina Morales, autora de "Lectura fácil" publicado por Anagrama. El libro se encuentra en el stand 105 de la Feria Internacional del Libro de Lima. (Foto: María Teresa Slanzi)
Cristina Morales, autora de "Lectura fácil" publicado por Anagrama. El libro se encuentra en el stand 105 de la Feria Internacional del Libro de Lima. (Foto: María Teresa Slanzi)
Diana Gonzales Obando

Cristina Morales (Granada, 1985) no quiere agradar, no le interesa. Su prosa grita y es incómoda en el sentido que remece a los lectores y los empuja de su zona de confort. Se alimenta mucho de los fanzines que encuentra en espacios marginales y casas ocupadas. Leer a Morales es descubrir que en la vida cotidiana se puede encontrar la más cruda violencia que pasa desapercibida porque está normalizada. Con la lucidez de una feminista que cuestiona todo, incluso, el propio feminismo, ella teje un discurso político y revelador, con el fino humor de la ironía.

Desde hace algunos años, Morales no pasa desapercibida, recibe premios y participa en ferias y festivales. “Una de las voces más originales e impactantes de la literatura actual”, escribió el crítico Xavi Ayén en el diario español La Vanguardia. La poeta y ensayista Marta Sanz la describió como “Una fuerza de la naturaleza… La escritura de Morales es poderosa y se coloca en las antípodas de la corrección política”. El año pasado, su libro Lectura fácil recibió el Premio Herralde de Novela, de los más prestigiosos del mundo, y ella aún no alcanza los 35 años.

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Practica danza contemporánea en el Centro Cívico de Barcelona, un lugar público, en el que se concentran personas diversas. Fue en este espacio donde conoció a un grupo de hombres y mujeres con comportamientos diferentes, que no eran percibidos como ‘normales’ por el resto.

Pero ¿qué y quién es normal? Lectura fácil confronta estos conceptos, sin retóricas ni ascos. “Es evidente que soy retrasada mental. [...] como es evidente que los retrasados mentales no hablan igual ni de los mismos temas ni les importan las mismas cosas que a los que no son retrasados mentales...”, narra en el libro.

—El silencio y represión—
¿Qué es Lectura fácil y por qué le da nombre a la novela ganadora del Herralde? Son textos escritos sin metáforas ni digresiones, con información breve que facilita la lectura de quienes tienen problemas para leer y comprender.
Lectura fácil está escrita con la voz de sus protagonistas Nati, Patri, Marga y Ángels, cuatro primas que tienen entre 32 y 43 años. Todas han sido declaradas con discapacidad intelectual según la medicina y habitan la Residencia Urbana para Discapacitados Intelectuales de la Barceloneta.

Se protegen entre ellas y mantienen una gran regla. “No mandar callar a nadie es, de hecho, la regla de oro de nuestra convivencia, porque nos hemos pasado la vida en colegios para niñas subnormales, en Centros Rurales y Residencias Urbanas para Discapacitados Intelectuales (CRUDIS y RUDIS respectivamente) y en la casa de nuestra tía Montserrat siendo acalladas por hablar inoportunamente”, relata Marga, quien también se hace llamar Gari (nombre que utiliza en el ambiente okupa por precaución). Callar a alguien se entiende como un acto de desprecio ante quien no tiene nada importante que decir frente a su interlocutor. Esta es una poderosa metáfora sobre cómo perciben quienes tienen todas sus capacidades a los discapacitados, los “normales” frente a los otros, los diferentes: no los escuchan porque no tienen nada que decir, y lo que es peor, ante el intento de comunicarse, los callan.

—Insumisión—
La novela transcurre en una Barcelona posterior a la crisis hipotecaria, en la que mucha gente no tiene dónde vivir. Las cuatro mujeres coexisten entre okupas, anarquistas, bailarines de danza contemporánea, el chino de la tienda que les agencia cigarros. Aunque aparentemente son independientes, se encuentran siempre dependiendo de un sistema cuya administración las observa, aprueba o castiga, les da un subsidio económico y ejerce control sobre ellas. Incluso, puede decidir sus esterilizaciones basadas en su discapacidad. La novela pone sobre el tapete el poder de un juzgado para decidir sobre el cuerpo de las mujeres discapacitadas. Un debate abierto pocas veces escuchado. Una sociedad que enarbola el discurso de inclusión e igualdad ¿no lo quiere para todas, sean como sean?

El libro expone un mundo en donde la discapacidad no puede ser admitida porque está hecho para quienes sí tienen todas sus habilidades motrices e intelectuales. En donde, además, es requisito comunicarse correctamente porque el lenguaje también es una herramienta de poder, y en donde la mujer es infantilizada, castrada y tutelada.

A pesar de mostrar con crudeza a personajes que se perciben a sí mismas ‘diferentes’, la autora no busca victimizarlas, al contrario, las empodera en el disfrute de sus cuerpos, en su sexualidad, en la verborrea desnuda e intolerante a la misoginia e injusticias. Les otorga la facilidad de elucubrar un discurso académico y reflexivo. E, incluso, tienen la posibilidad de escribir un libro bajo el método de lectura fácil desde un celular.

—La caída de los discursos—
Conversamos con Cristina Morales por teléfono y nos responde desde Italia. Nos cuenta que “las personajes nunca se conciben desde el lugar del discapacitado, sino desde la insumisión política; su discapacidad es su falta de sumisión”. No callan. Morales ataca directamente al machismo, la misoginia, el clasismo, la monogamia, la lengua, y cuestiona todo lo que se conoce como oficial en el mundo heteropatriarcal. Y va más allá: cuestiona incluso los discursos cuestionadores como los feminismos y la anarquía.

Basándonos en tu novela, ¿puedes comentarnos qué se entiende por capacitismo?
Sería el dominio del capaz sobre el menos capaz. Del que es capaz de ir a más velocidad sobre el que menos, y así con todo el catálogo de discapacidades que la medicina y la administración pública han considerado. El que ve es más capaz que el ciego, el que puede hablar es más capaz que el mudo, el que sabe hacer sumas y restas es más capaz que el que no lo sabe hacer.

La escena en la que Marga discute con el hombre que corrige insistentemente a la profesora italiana de danza por pronunciar mal una palabra en español muestra el didactismo de un hombre que usa la lengua como herramienta de poder y ataque contra una mujer frente a las otras que lo observan. ¿Cómo construiste esta situación?
El disparadero de esa escena es empezar a percibir aquello que es cotidiano, normalizado, naturalizado y, por tanto, invisible, como algo opresivo, violento y ser capaz de nombrarlo y señalarlo como la violencia que efectivamente es. Si una se quiere emancipar de esa actitud tan masculina de la corrección, también habrá una correligionaria que no se sienta politizada y que sienta que esa corrección es algo bueno y ayudador. En algún momento de mi vida me policité en un sentido feminista y dejé de percibir eso como algo bueno. Entonces diría que hubo primero un tipo de politización personal, antes que literario. En situaciones que yo debiera tolerar hubo siempre en mí un mal sabor de boca y quise preguntarme a mí misma de dónde procedía este mal sabor de boca. Ese sería el origen. El desarrollo de por qué está construido el escenario, con esos personajes, con esa bailarina, con esa clase de danza, eso sí procede de mi experiencia como bailarina, como alumna de clases de danza y usuaria de un centro cívico.

¿FICCIÓN?
Anarquía y machismo

En esta escena, Cristina Morales muestra que, incluso en un contexto de anarquía, como en un espacio habitado por okupas, se ejerce el proteccionismo y la jerarquía del poder.

“—Los anarquistas han echado a tu ligue para protegerte del deseo sexual, prima. Los anarquistas han echado a tu ligue porque piensan que la iniciativa sexual ha sido enteramente de él. Que tú, por tanto, has sido seducida. Presume que tú estás en una situación de debilidad ante el macho, que se aprovecha de ti, de que eres nueva, de que eres poco punki, de que no sabes decir que no como sistemáticamente dicen que no las feministas del ateneo. ¿De qué están empapeladas sus fiestas? De carteles que dicen NO ES NO. [...] NO ME MIRES, NO TE ME ACERQUES, NO ME TOQUES. ¡Coño! ¡Y en letras de medio metro cada una! ¡Si por lo menos hubiera un grafiti lo mismo de grande al lado que dijera SÍ ES SÍ...! Pero ni eso, con lo que un indiscriminado voto de castidad presidía la fiesta entera. Los anarquistas quieren protegerte porque no entienden que tú, mujer, quieres que te miren, que se te acerquen y que te toquen, y que eso te lo puede hacer un casi completo desconocido. Estos okupas criminalizan la pulsión sexual del mismo modo que el código penal los criminaliza a ellos por vivir sin pagar el alquiler” (p. 135 ).

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