“Palabra de macho que no hay tierra más linda y más brava que la tierra mía”, reza la canción “Soy mexicano”. La copla, compuesta por el Ernesto Cortázar y Manuel Esperón, fue cantada por primera vez en 1942 por Jorge Negrete, el “Charro cantor”, en la película El peñón de las ánimas. Así, la asociación de la masculinidad con el sentimiento patrio, en esta oportunidad, quedó redonda.
En palabras de Carlos Monsiváis, Jorge Negrete (Guanajuato, 30 de noviembre de 1911 – Los Ángeles, 5 de diciembre de 1953) interpretó dentro y fuera de la pantalla al hombre “guapo, arrogante, enamorado y valentón”, construyendo así el arquetipo del macho con añadido patriótico. O, como explica el investigador mexicano Daniel González Marín, resignificando la figura del charro.
En el ensayo “¿Es que no sabes que eres un hombre?”, González Marín sostiene que la figura del charro se transformó a causa del cine. “A finales del siglo XIX, el charro era, sobre todo, una forma de vestir para ocasiones especiales. A partir del siglo XX, y en ello Negrete sería una pieza clave para el añadido de otros valores, el charro no sería solo una vestimenta sino el emblema de la masculinidad y los valores viriles”, escribe.
El charro se convirtió, entonces, en el símbolo del machismo en la época de oro del cine mexicano. “El machismo, ‘la ideología de la supremacía masculina heterosexual’, es el triunfo de la virilidad, la bravuconería, la potencia sexual y la agresividad física”, escribe Sergio de la Mora en el libro Cinemachismo. Masculinities and Sexuality in Mexican Film, editado por la Universidad de Texas en 2006.
Nuevo siglo, nuevos machos
Hablar de cine también es, entre otras cosas, hablar de la formación de arquetipos y de representatividad. Marvyn D’Lugo, investigador de la Universidad de Clark, Massachusetts, señala: “Se encuentra implícito en la caracterización de Negrete el reconocimiento de que los rasgos de la personalidad del actor eran efectivamente modelos de comportamiento regresivos, patriarcales, construidos para que el público masculino los imitara”.
Sobre ello, en la ponencia “La comunicación de la masculinidad en el cine mexicano: De Jorge Negrete a Gael García”, el investigador Héctor Villarreal analiza los cambios en las representaciones de la masculinidad en México a partir de la observación de los estereotipos cinematográficos. El resultado muestra que la transición en la representación de las masculinidades de los mexicanos tiene que ver con cambios de época, propios de una modernidad, más que con una transformación en los roles o patrones culturales. “El charro es un sujeto superado por la urbanización. Destrezas como cabalgar o lazar resultan casi inútiles”, dice.
Concluye también que la industria cinematográfica ha facilitado la transición de una masculinidad a otra, conciliando las contradicciones, pero preservando el machismo como rasgo común, legitimando violenta y melodramática de la supremacía masculina. Por último, Villarreal apunta que en los últimos años se perdieron referentes nacionales para adscribirse a una cultura global. Una película que contribuye a ejemplificar lo dicho es, por supuesto, Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001).
La investigadora española y doctora en Historia del cine, Marina Díaz López, sostiene que, Y tu mamá también, supone una reconstrucción del deseo masculino: “La mecánica de los encuentros sexuales que muestra la película tiene una determinista exhibición de la conducta sexual de los jóvenes que tiene mucho de fase de aprendizaje y que evidencia la necesidad educativa que les revelarán los encuentros con Luisa”, señala.
Entonces, ¿la globalización mató el arquetipo del charro machista? Según la RAE, no, pues el vocablo charro, en su acepción mexicana, se refiere al “jinete o caballista que viste traje especial compuesto de chaqueta corta, camisa blanca y sombrero de ala ancha y alta copa cónica, con pantalón ajustado para los hombres y falda larga para las mujeres”. De macho, nada.
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