A pesar de que sabemos que no son ciertas, las ficciones nos atrapan y emocionan a tal punto que les creemos todo. Al ver una película, una obra de teatro o leer una novela, entramos en un mundo con dinámica propia que no es real —aunque puede representar la realidad— con el cual ‘firmamos’ un contrato mimético para asumir que es verdad lo que se nos muestra. En resumen, es una licencia extraña que nos libera de la realidad por unas horas.
Permanentemente, producimos y consumimos ficciones, somos el Homo ficticius que describe el escritor mexicano Jorge Volpi en su libro de ensayos Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción: “El ser humano en algún sentido podría llamarse Homo ficticius, pues más que inteligencia es capaz de producir ficciones, otras especies tienen otro tipo de inteligencia, otras especies tienen otro tipo de conciencia, pero hasta donde sabemos somos la única especie capaz de producir ficciones”. Volpi enaltece esta cualidad humana porque es la que nos diferencia de otros seres y nos hace especiales: “Gracias a esta capacidad que tenemos de ficcionar y de que nos es tan imprescindible, estamos todo el día queriendo confrontarnos con ficciones, vemos la televisión, jugamos videojuegos, vamos al teatro, escribimos”.
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Tanto para Vanessa Carrillo, médica investigadora con especialización en neurociencia, como para Percy Encinas, especialista en cultura, teatro y literatura, por más alejada que se encuentre la neurociencia de las artes, existe entre ambas una conexión bastante cercana. “Los laboratorios en el mundo son interdisciplinarios”, comenta Carrillo y resalta que no es ‘jalado de los pelos’ vincular las artes con el estudio del cerebro. “En el contexto de las investigaciones, cuando se interioriza en el arte, se considera que el artista es como un ‘neurocientífico silvestre’ porque de manera intuitiva desarrolla la capacidad de la empatía”, agrega Carrillo. De esta manera, la neurociencia cognitiva ingresa en el campo de las artes y halla nueva e interesante información que debe ser tomada aún con cuidado.
En nuestro cerebro, las neuronas reaccionan ante los estímulos que ingresan por los sentidos para combinarse con las emociones. ¿De qué otra manera podemos explicar el llanto que provoca ver la marcha de Seita y Setsuko en La tumba de las luciérnagas? ¿O la terrible angustia al mirar cómo Jack persigue a su hijo y su esposa en El resplandor, cuando en realidad su ansiedad por matarlos está claramente dirigida a los personajes de la pantalla grande? ¿Qué nos emociona cuando vemos a Cara de Ángel, el personaje de Oswaldo Reynoso en la obra Los inocentes? ¿Cómo se genera esa empatía?
La risa, el llanto, el cansancio, el nerviosismo y las múltiples emociones que se experimentan cuando se consumen las ficciones son, en el fondo, el resultado de intrincadas conexiones neuronales. Bajo estas reflexiones, los especialistas Carrillo y Encinas organizaron una serie de conferencias en el Británico de Miraflores con una mirada interdisciplinaria y audiovisual.
Encinas explica que la empatía de los humanos hacia los personajes de la ficción se explica por la existencia de las neuronas espejo: “Antes, en la etapa prerreflexiva, se ha activado en nuestro cerebro un conjunto de neuronas que corresponden exactamente a las mismas que se activan en la persona sufriente [el actor]”.
Según el especialista, cuando nos captura una historia, ya sea una serie de Netflix, una película en el cine, una obra teatral o la lectura de un libro, se activa en nuestro cerebro una serie de patrones motores que mandan señales al sistema límbico y se convierten en emociones.
Con las pruebas de laboratorio y nuevos métodos de investigación, se comprueba cómo la actividad en estas zonas cerebrales se intensifica cada vez que se desarrollan las acciones en el escenario o la pantalla.
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Marco Iacoboni, reconocido neurocientífico de la Universidad de California, explica estos cambios de la siguiente manera: “Existen ciertos grupos de células especiales en el cerebro denominadas neuronas espejo que nos permiten lograr entender a los demás: algo muy sutil. Estas células son los diminutos milagros gracias a los cuales atravesamos el día. Son el núcleo del modo en que vivimos la vida. Nos vinculan entre nosotros, desde el punto de vista mental y emocional”.
Tras una serie de experimentos con monos, Iacoboni comprobó que las neuronas espejo que se activaban cuando uno de los animales agarraba un objeto eran las mismas que surgían en los otros primates que estaban quietos mirando la escena. Sin esta conducta imitativa ––piensa el investigador italiano––, ni actores ni actrices podrían trabajar. Estas neuronas nos hacen sentir como propias las emociones de otros.
Encinas nos advierte que, si bien es casi un reflejo crear empatía en las ficciones, estas deben estar bien estructuradas para alcanzar la verosimilitud: “Es importante que las construcciones lingüísticas, literarias, poéticas y los guiones que los actores encarnan sean realmente orgánicos para poder generar en el observador la misma experiencia”. Por lo tanto, una historia mal construida o un guion deficiente serán inverosímiles o difíciles de creer y no generarán empatía ni emociones en el espectador. “Hubo experimentos con pantomimas básicas donde los receptores eran monos y no activaron las neuronas espejo porque no terminaron de creer lo que estaban viendo”, agrega.
Pero el cerebro no solo reacciona ante la acción experimentada, sino que existe otra manera de capturar su atención: la creación de expectativa. Es decir, generar intriga y una atmósfera adecuada activa rápidamente el sistema límbico. Encinas menciona que el cerebro está preparado para ello y se logra mayor atención del público cuando se crea un ambiente imprevisible, con expectativa y suspenso. Estos son los ases bajo la manga tras los cuales se construyen las escenas inolvidables del cine, la literatura y el teatro.