Según el historiador mexicano Javier Rico, autor del ensayo “Hacia una historia de la soledad”, esta “se manifiesta como renuncia al mundo y, por medio del recogimiento, se propone alcanzar el conocimiento de sí mismo, o bien una comunicación directa con Dios (o ambas cosas)”. Aunque se pueden distinguir otras modalidades, personajes bíblicos como Moisés y Jesús acudieron alguna vez en sus vidas al desierto para un encuentro espiritual en soledad. Y, en su momento más humano y doliente, el propio Jesús sintió el desamparo que lo llevó a dudar y a preguntarle a Dios: “¿Por qué me has abandonado?”.
Monjes, ascetas, ermitaños, anacoretas, místicos, sea entre el desierto, las cuevas y los claustros, siempre se encontraron (y se encuentran) en búsqueda de la soledad y el silencio.
El virus de la creatividad
Y es que encontrarse en soledad no es fácil. “El hombre inteligente busca una vida tranquila, modesta, defendida de infortunios, y si es un espíritu muy superior escogerá la soledad”, escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, apelando al distanciamiento como un acto superior del individuo. En esa misma línea, la escritura, ese ejercicio silencioso, requiere también de un espacio independiente, como un claustro ¿de qué otra manera Sor Juana Inés de la Cruz habría escrito esos poemas si no es en el encierro?
Aislamiento en colectividad
Esta pandemia nos ha obligado ahora a detenernos y mirar lo que nos rodea. El mundo parece desacelerarse y le preocupa cómo sobrevivir hoy. El aislamiento social no es nuevo. Ha sido visto como un factor negativo para evadir la realidad. En Japón, el aislamiento social en jóvenes se denomina hikikomori, un mal contemporáneo relacionado con la hiperconectividad en el mundo virtual y el distanciamiento del real.
Hay otros estudios de casos de aislamiento social vinculados con ancianos que señalan que estos, conforme van envejeciendo, se retraen mientras la sociedad los invisibiliza.
Sin embargo, ahora lo sabemos, el aislamiento social puede salvar muchas vidas, pero hay que saber llevarlo. Según Yuri Cutipé, director ejecutivo de Salud Mental del Ministerio de Salud (Minsa), la soledad tiene dos caras que dialogan, una positiva y otra negativa: “La soledad, en términos coloquiales, es la experiencia subjetiva de aislamiento total. Puede ser voluntaria o involuntaria. Esta sensación puede encontrarse como síntoma de depresión”, dice. Pero, a la vez, todos tenemos momentos de soledad que nos permiten salir del aturdimiento social. “Al estar nuestra mente en permanente interacción con el exterior, necesita un momento de soledad. En el trabajo, nos apartamos para poder avanzar. Es una soledad voluntaria y productiva”, agrega.
Aunque el aislamiento en que nos encontramos “podría generar en algunas personas una sensación de soledad”, dice el especialista, no hay que olvidar que seguimos viviendo en comunidad. “Hay corrientes filosóficas que nos dicen que los seres humanos somos seres sociales y otras que somos solitarios. Probablemente ambas tengan razón y sean las caras de una misma moneda en el ser humano”.
Si bien vamos a estar en aislamiento por unos días más, para Cutipé esto no debe impedirnos mantener el contacto afectivo que nos vincula con la comunidad. Hoy la soledad es necesaria, como una limpieza de los excesos de información que recibimos cada minuto. Estar aislados puede ser bueno para reencontrarnos con nosotros mismos y, de paso, con los demás.
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