“La hiperpaternidad —dice Eva Millet— es este estilo de crianza en el que el niño es el centro absoluto de la familia. Los padres sobrevuelan sus vidas como drones y están obsesionados por la criatura y por controlar todo lo que hacen. Implica mucha sobreprotección y mucho miedo de los padres a dejar ir, pero es un poco incoherente, porque por un lado quieren que el hijo destaque en todo, sea el mejor, pero por otro lado no los dejan hacer las cosas básicas”. Dicho con ejemplos, un hiperpadre —o hipermadre— es quien se preocupa porque su hijo aprenda cinco idiomas, y a la vez no le deja tender la cama o no les regaña por no copiar la tarea en la escuela y le resuelve el problema inmediatamente por WhatsApp.
La maternidad y la paternidad como símbolo de status también influye en la existencia de la hiperpaternidad que, además, es potenciada gracias a las herramientas digitales. “El WhatsApp o los geolocalizadores, por ejemplo, son herramientas fantásticas para ejercer este estilo de crianza de control absoluto sobre lo que hacen los hijos”, dice Millet, quien también ha escrito una novela infantil, La última sirena (BdBlok, 2019) donde la protagonista es una “hiperniña”.
Su charla en la FIL giró en torno a los estilos de crianza y a todas las ansiedades que genera el ser padre y madre en este siglo que apenas ha avanzado un par de décadas.
Con la pandemia aquí en Perú ha pasado algo interesante: muchos hombres han re descubierto lo que significa ser padres más allá de los fines de semana ¿Cómo puede haber incidido el confinamiento en el tema de la hiperpaternidad?
Este aspecto de poder compartir las tareas del hogar con tu pareja es fundamental seas o no hiperpadre, pero a quienes sí lo son pasa que se han encontrado con una sorpresa: se han dado cuenta de que los niños pueden parar y no pasa nada. Niños y adolescentes en la época pre virus llevaban unas agendas que eran como de ministros, generándoles un estrés innecesario. De repente llegó el coronatirus y descubrimos que los hijos podían estar un fin de semana o todos los días en casa y tener tiempo libre y no pasa nada. De hecho, los niños en confinamiento han podido jugar. Conocí a una madre que me dijo que sus hijas habían, por fin, abierto los regalos de Navidad, que tenían muchos sin abrir. Eso les ha demostrado que no hace falta ir corriendo todo el día y que las infancias no son carreras de obstáculos; y otro aspecto interesante que ha salido a la luz tiene que ver con que siempre hemos tenido temor de que nuestros hijos se traumen por cualquier cosa y hemos caído en la cuenta que son más fuertes de lo que pensamos y que son capaces de soportar una situación tan dura como la que estamos viviendo.
Podríamos decir que pasamos de la hiperexigencia a la hipercondescendencia. ¿En qué momento dimos el salto?
En el momento en el que se empezaron a tener menos hijos y los tuvimos más tarde. Tener un hijo dejó de ser una cosa natural y empezó a ser un proyecto de vida fundamental que tenía que ver con la realización de las personas al convertirse en padres y madres. Surgió en paralelo una sociedad en la que el niño se volvió el rey de la casa, que manda y dirige, mientras los padre y madres están confundidos al no diferenciar entre lo que es la autoridad y el autoritarismo. Hay también una crianza progre que apuesta por cosas tipo “no se le puede decir que no al niño porque lo vamos a traumar”. Eso es imposible, por Dios.
¿Es el resultado de padres con infancias no resueltas, tal vez, en las que sienten que fueron maltratados?
Es que la idea es criar buscando un balance. Yo no propongo volver a la época en la que el padre autoritario asustaba a sus hijos con solo levantar la ceja; pero sí que estaría bien volver a entender la autoridad, que en las familias hay una jerarquía.
Tiene que ver con las expectativas de los padres al ser padres, ¿no?
Hay muchas expectativas puestas en lo que hacen los hijos, pues los padres ven en ellos un reflejo de sí mismos. Su razonamiento es: si habla cinco idiomas, si toca el piano desde los tres años, es que soy un magnífico padre. Todo bien con la música, pero todo mal con pensar que el niño o niña ‘tiene que’ ser Mozart y por eso hay que ponerle a estudiar música desde muy chiquitos. Mira, siempre ha pasado que la gente pone ciertas aspiraciones en cómo va a ser su descendencia, pero lo que es cierto —y lo digo por experiencia propia—, es que los hijos pueden tener muy poco que ver con uno, con gustos e intereses diferentes. Yo creo que nos tendríamos que centrar más en darles valores y que ellos decidan lo que quieren ser y hacer, que en llenarlos de actividades según nuestras expectativas.
Además, cuando los hijos o hijas no son lo que los padres o madres esperan se genera una decepción…que tiene más que ver con los padres que con los hijos.
Totalmente, pero es difícil, pues como padres cuesta mucho decirse “mi hijo o hija no está siguiendo el camino que yo hubiese querido”. Cuando tienes un hijo tienes ilusiones, tienes un hijo idealizado y cuando te sale un hijo totalmente diferente tienes que llevar un proceso para asumirlo, eso sí.
¿La hiperpaternidad puede tener que ver con compensar el poco tiempo que se pasa con los hijos o algo que los padres creen que están haciendo mal?
Mira, sobre lo primero: nunca hemos pasado tanto tiempo con los hijos. Yo tengo 52 años y a mí no me hacían ni la mitad de caso que yo les hago a mis hijos y yo creo que los padres hombres están cada vez más involucrados con la crianza.
Tú señalas que la tecnología es aliada de la hiperpaternidad, sin embargo, eso implica que los padres se actualicen constantemente para poder controlar por dónde van sus hijos, ¿no?
Mira, que el tema virtual daría para otra entrevista. Como madre yo estoy muy asustada, pero como investigadora también es muy curioso ver que hace unos años tener un hijo conectado —que vaya a un centro con tabletas y ordenadores— era lo máximo, era un signo de status y ahora el signo de estatus es que tus hijos vayan a colegios analógicos, que estén alejados de la pantalla. Yo me declaro abrumada por las nuevas tecnologías, y mi recomendación es que eviten exponerlos al celular lo menos posible, porque luego se vuelve una droga. Un día, mi hijo de 18 años me dijo “qué suerte que cuando era pequeño no habían móviles”. ¿Mi consejo a los nuevos padres? Demorar lo máximo posible darles un celular propio. O sea, regalarles uno por la primera comunión, no. Ni hablar.
Como madre ¿te has visto tentada a cruzar el límite de la hipermaternidad?
Yo creo que lo he cruzado, eh. A veces mi hija me dice “mamá no seas hipermadre”. Es difícil no meterse en esta rueda, pues es la crianza dominante en occidente entre las clases medias y altas, pero la verdad es que hay estándares. Yo nunca haría los deberes de mis hijos, ni me iría al despacho de un profesor a gritarles acompañada por un abogado.