La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda ha cosechado elogios a nivel mundial por cada uno de sus trabajos. Su último libro de relatos, "Las voladoras", fue editado por la editorial Páginas de Espuma. (Foto: Sergio Cadierno / difundida por la Feria Ricardo Palma)
La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda ha cosechado elogios a nivel mundial por cada uno de sus trabajos. Su último libro de relatos, "Las voladoras", fue editado por la editorial Páginas de Espuma. (Foto: Sergio Cadierno / difundida por la Feria Ricardo Palma)
/ SERGIO CADIERNO

Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) empezó a llamar la atención del mundo el año 2017, cuando fue incluida en la lista de Bogotá-39 de ese año. Seguir su trabajo es sumergirse en la búsqueda de la esencia del ser humano en el ámbito más sublime y también en el más perverso. Esta exploración se hace más evidente en sus nuevos libros: el cuentario Las voladoras (Páginas de Espuma, 2020) e Historia de la leche (Candaya Poesía, 2020), ambos alabados por la crítica.

Como invitada a la edición virtual de la Feria del Libro Ricarda Palma, participó en el conversatorio “Una literatura del mal”. A propósito de ello, en esa entrevista habla un poco de su exploración del lado más oscuro de la humanidad.

Estás publicando casi al mismo tiempo un libro de cuentos y uno de poemas. ¿Te es fácil moverte entre la narrativa y la poesía?

Para mí es algo muy natural. Respeto bastante los géneros literarios con sus propias reglas, pero no me tomo el proceso de escritura con mucha solemnidad y quizá por eso puedo transitar de un género a otro sin sentirme cohibida o intimidada. En mi último libro de poesía hay una parte que es narrativa y se podría contar casi como una historia ficcional, y en mi libro de cuentos uno de ellos es casi un cuento poema. Hay una gran carga de poesía en mi escritura, aun cuando hago narrativa. A la larga no me importa si mezclo géneros. A la larga, si el cuerpo me pide transitar de un género a otro, lo dejo ser.

Hablando de géneros, tu nuevo libro de cuentos, Las voladoras, ha sido clasificado como “gótico andino”. ¿Cómo entender esta denominación?

Si pensamos en la categoría de gótico andino, podríamos remitirnos a la literatura de Giovanna Rivero o Liliana Colanzi, ambas bolivianas, pero la verdad es que no hay mucha teoría al respecto y hay pocas reglas, por lo que decidí inventar mi propio estilo de gótico andino para mi último libro: tiene que ver con el miedo, el paisaje, la mitología y el misticismo de los Andes, y cómo ese mundo ancestral en cierta manera es furiosamente contemporáneo y cómo conviven los mitos con las violencias cotidianas y el día a día. Pensé en cómo el mundo simbólico termina representando o generando una narrativa en torno a esas violencias, y lo único que hice fue hacer relatos en torno a esto, sin sentirme atada a ningún tipo de normativa.

En esta recuperación hay una reivindicación del relato oral andino, visto siempre como folclórico y que no suele ser recogidos en la literatura latinoamericana más reconocida.

Normalmente convivimos con estos relatos orales, con estas historias, y solemos minimizarlas, reducirlas y decir que solo son historias, cuando, en realidad, representan todo el sentir colectivo con respecto a determinados temas: la psicología humana, el pasado, las heridas geográficas de un territorio. Eso es el germen de una literatura potentísima, si entendemos la literatura como la exploración de la condición humana, detrás de todas historias de narraciones orales en el mundo andino, hay muchísimo sobre la condición humana ligada a la geografía, al paisaje, entendiendo que también la forma de la tierra que uno habita moldea también las identidades y las formas de entender el mundo. Si en algún momento rechazamos todo ese mundo mítico y simbólico andino, es porque vivimos en sociedades extremadamente racistas que nos han hecho, por mucho tiempo, desprestigiar o desdeñar todo aquello que venga del mundo indígena y, más bien, anhelar todo lo que viene del mundo blanco. Pero el mundo blanco tiene también su mundo mitológico, sus propias brujas, sus formas de entender la naturaleza.

Y vemos el mundo blanco como el de la “civilización”.

Creamos civilizaciones porque nos dan miedo la barbarie, lo salvaje y voraz de la naturaleza, la violencia que guardamos dentro y que tratamos de controlar. Esa dicotomía entre civilización y barbarie me interesa mucho porque explorar ese campo es meterse al fondo de lo más oscuro de la experiencia humana, de la barbarie, lo animal, lo misterioso. Los latinoamericanos estamos tratando todo el rato de escapar la dicotomía civilización y barbarie. Yo trabajo telurismo, los miedos atávicos, la corporeidad, la violencia y los deseos sexuales más más salvajes, y en ese trabajo intento develar los aspectos más turbios y más matizantes de la dicotomía de la que estamos hablando. En esta dicotomía vemos a la ciudad como su máxima consolidación de la civilización, pero en Las voladoras vamos a la ciudad en un relato y te encuentras con unos feminicidios tremendos y a lo mejor vamos a la parte rural y es menos violenta. Pareciera que las zonas en las que la naturaleza está domesticada la violencia está mermada, pero no es cierto, todo lo contrario. La violencia está ahí como en una olla de presión, a punto de estallar. Como lo que yo trato de hacer es trabajar desde allí, a mí literariamente lo que me interesa es explorar las zonas más opacas de lo humano, no por el morbo, sino porque creo que cuando uno entiende que los seres humanos somos violentos en general todos y somos capaces de realmente ver esas zonas opacas y oscuras, es cuando realmente somos capaces de controlar el daño que somos capaces de hacerle a otros.

¿En qué momento empezaste a involucrarte en esta exploración de lo más bajo del ser humano?

Tengo un interés filosófico casi poético en ella, como tratar de desnudar un poco los cuerpos de las narrativas de identidad que nos creamos, un poco los ideales de lo que queremos ser, de lo que pretendemos ser, y en realidad ir hacia lo que de verdad somos. Me interesa esta idea de ir hacia la humanidad desnuda, no revestida de los discursos virtuosos de las sociedades, sino de verdad de lo que somos, y lo que somos tiene muchas virtudes, muchas cosas poderosas y tiene muchas cosas violentas. Ese contraste que hace que lo humano sea dar la vida por una persona que amas y también sea la capacidad de ser enormemente crueles, de matar a alguien...Literariamente y filosóficamente, eso me interesa, esos contrastes tan enormes que creo que además dan pie a la literatura y dan pie al arte en general. Todo arte nace de ese contraste, del no entender cómo la humanidad es capaz de destruir y de crear con la misma mano. Lo mismo que nos da miedo de lo humano es lo que nos enternece en otras circunstancias.

Puede leer un fragmento de Las voladoras en la web de la editorial Páginas de Espuma dando click en el siguiente gráfico:



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