Eloísa cartonera: Libros con calle
Eloísa cartonera: Libros con calle
Óscar  Bermeo Ocaña

La luz apenas alcanza a resaltar los coloridos libros que Santiago Vega ordena con parsimonia. Atardece en el centro de Buenos Aires y el entusiasta vendedor sabe que en pocos minutos mucha gente transitará frente a su quiosco, una suerte de puesto de diarios convertido en librería. Ahí solo ofrece los trabajos de Eloísa Cartonera, editorial que fundó 14 años atrás con el seudónimo de Washington Cucurto. 
    Era el 2002 y nadie antes había intentado insertar el cartón al mercado editorial. Argentina vivía una fuerte crisis y en las calles cientos de personas hurgaban en los contenedores de residuos. Impulsados por el espíritu de la época, Cucurto, Fernanda Laguna y el artista plástico Javier Barilaro giraron su atención a un material que empezaba a apreciarse. “En vez de tirar el cartón, había que darle un uso. Propuse hacer libros y Javier se resistía pensando que nadie iba a querer tocar la basura”, recuerda Cucurto. La insistencia prosperó dando forma a cuatro libros (con tapas de cartón, pintados con témperas y cosidos a mano): "Pendejo" (Gabriela Bejerman), "Habrá que poner la luz" (Damián Ríos), "Literatura skin" (Timo Berger) y "Noches vacías" del mismo Cucurto. Hicieron 20 ejemplares de cada uno que repartieron entre gente cercana, sin fines comerciales, y lograron rápida aceptación. Sin darse cuenta habían creado un formato que sería replicado en todo el continente. 
    A pesar del contexto, a Cucurto no le gusta decir que Eloísa es hija exclusiva de la crisis. “Es también producto de una cultura alternativa que toma fuerza en los noventa”, subraya. Tampoco le hace el juego al término contracultural: “Nunca buscamos serlo, ni marginales”, dice sin titubear. El método de trabajo quedó establecido en los primeros días y lo respetan a rajatabla. La editorial ofrece mejores valores de compra a un grupo de cartoneros cuyo involucramiento en el proyecto puede llegar hasta sugerencias de diseño en las portadas. “Somos una cooperativa de seis familias donde todos hacemos de todo”, describe. 
    Sobre la marcha fueron armando un catálogo tan interesante como variopinto. Textos de Ricardo Piglia, César Aira, los peruanos Martín Adán y Luis Hernández, y obras de autores emergentes conviven en los stands de Eloísa. Todos con el mismo precio: 20 pesos (unos cinco soles). Para Cucurto, la diversidad ha sido la clave de la vigencia. “Inicialmente una editorial es lo que le gusta a un editor, pero si este no ve que el mundo responda más allá de sus gustos, esa editorial será solo la biblioteca del editor”, anota.

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    El modelo se desperdigó por la región. Al año, en Lima irrumpió Sarita Cartonera. Con una propuesta que rescataba la cultura chicha desde el nombre. La intención principal de Sarita fue intervenir el circuito del libro y la lectura, acercando los textos a públicos diversos. Casi a la par, surgieron experiencias importantes como Yerbamala (Bolivia) y Animita (Chile). Estas cuatro editoriales conformarían en esos primeros años una red para fortalecer la promoción de sus trabajos. Hoy en el país se encuentran propuestas cartoneras como Amaru, Cartonazo, Qinti, Chuskapalavra, Viringo, entre otras. La ola se extendió por Colombia, Uruguay, Ecuador, México, y también se instaló en España y Francia. Cucurto considera que varias de estas propuestas superaron a Eloísa gráficamente. “Tengo varios libros de otras cartoneras. Muchos están mejor trabajados y eso me alegra”, afirma.


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    Los libros de Eloísa son habituales en ferias callejeras y en pabellones de encuentros internacionales. Incluso, sumaron distinciones como el premio a mejor proyecto en la Bienal de Arte de Sao Paulo y el premio Príncipe Claus de Holanda. “Tenemos la responsabilidad de interactuar con la ‘alta cultura’, con el peatón anónimo, con los cartoneros, con todos. Toda persona que sabe leer puede ser nuestro lector”, asegura. 
    Insertar desechos en el ámbito literario fue una jugada transgresora que les valió reconocimiento. Pero Cucurto asegura que detrás estuvo un afán democratizador (abaratar los libros) y no un aprovechamiento de la estética subalterna. “Hay muchas cooperativas que trabajan con desechos para hacer muebles. Somos algo así. No hemos hecho una estética de la pobreza. Hemos creado una propia estética. El cartón existió y seguirá existiendo después de nosotros”, sostiene. 
    La celebración por los 15 años se acerca, pero antes Eloísa tendrá una participación especial en la Feria del Libro de Buenos Aires. En los próximos meses esperan publicar diez nuevos títulos, entre los que destaca un diario de juventud de Fabián Casas. Eso sí, descartan incursionar en otro formato de publicación.  Tras despedir a un transeúnte, Cucurto explica esta decisión. “Ya probamos a hacer libros convencionales y nada, no nos compran. La gente quiere nuestro libro barato, el cartón doblado abrochado. Estamos condenados a no ser una editorial normal”, dice con tono de gozosa resignación.

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