Para imaginar una ciudad
Para imaginar una ciudad
Jorge Paredes Laos

Las casitas blancas y ordenadas como pequeñas cajas de zapatos. No son lotes agrupados en manzanas que miran hacia la calle sino viviendas comunicadas por pasajes peatonales que desembocan en plazas de pocos metros. En la mitad del barrio se encuentra una alameda y, alrededor, espacios públicos para futuros estacionamientos, colegios y parques. En el horizonte solo se ven chacras con sembríos de caña de azúcar, y mucho más lejos todavía, los ecos de una gran ciudad, una urbe ancha y ajena. El lugar lleva el nombre de Programa Experimental de Vivienda (Previ) y está ubicado al norte de Lima. El año es 1968. Y detrás de este proyecto para crear viviendas de bajo costo se halla un grupo de jóvenes arquitectos, liderado por el británico Peter Land, convocado por el Estado a partir de un concurso internacional auspiciado por las Naciones Unidas. 
     Años antes, dos experiencias parecidas se habían realizado ya en el norte y sur de Lima. En 1961 se habían levantado, como dispuestas sobre una gran maqueta, 1.813 viviendas en un espacio bautizado como Ciudad Satélite de Ventanilla; y antes, en 1955, había surgido Ciudad de Dios, una trama creada a partir de una gran invasión, lejos del centro urbano, en los arenales de San Juan de Miraflores. Programas parecidos se repetirían con el tiempo y a escala mayor en Villa El Salvador, en 1971; y en la quebrada de Huaycán, el asentamiento humano planificado en 1984 por la Municipalidad de Lima, en el kilómetro 16,5 de la Carretera Central.
     Si bien estos proyectos fueron alentados por arquitectos y organismos estatales 
—como la Comisión Nacional para la Reforma Agraria y la Vivienda, creada durante el segundo gobierno de Manuel Prado, o por el Instituto Nacional de Vivienda o la Junta Nacional de la Vivienda en los tiempos de Fernando Belaunde—, los mayores protagonistas de estas historias fueron cientos de miles de familias pobres, migrantes que habían llegado a Lima por oleadas, desde dos décadas atrás. 
     Después de todo, en esos años las movilizaciones e invasiones de terrenos habían marcado ya el destino de la ciudad. Asentamientos precarios al norte, sur y este de Lima que luego se convirtieron en barriadas y finalmente en distritos, siete en total entre los años 1950 y 1967. Ahí, en las faldas eriazas de los cerros, en las quebradas, los arenales y en los lechos de los ríos Rímac, Chillón y Lurín, se gestó el proceso migratorio que cambiaría para siempre el rostro de la capital. Fenómeno que con providencial acierto el recordado antropólogo José Matos Mar llamó “el desborde popular”.
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Casi medio siglo después, en una oficina de Miraflores, dos arquitectos recuerdan esta etapa en la vida de Lima. Una época marcada por una profunda informalidad pero también por compromisos políticos y sociales para enfrentar el problema de la vivienda en el país. Ese tiempo en que se discutía desde la arquitectura hasta cómo planificar y encauzar una metrópoli, y había —contra lo que se suele pensar— intentos por conciliar la autoconstrucción con la formalidad, la invasión de tierras con la planificación. Eso es lo que Sharif Kahatt y José Orrego se propusieron contar en In/formal: encuentros urbanos para los próximos 100 años, la exposición que se montó en el pabellón peruano de la Bienal de Arquitectura de Venecia en el 2014, y que ahora, y hasta fines de noviembre, se puede visitar en el Museo de la Nación, como parte de la muestra "Perú en la Bienal de Venecia".
     “Se nos pidió reflexionar sobre los esfuerzos y sacrificios que habían pasado las sociedades para alcanzar la modernidad —explica Kahatt, curador de la muestra—. Entonces nos dimos cuenta de que nuestro proceso de modernización no estaba tanto en los edificios u oficinas que se habían construido en el país, sino en esos proyectos de vivienda popular promovidos por el Estado y que habían involucrado a miles de familias. Era también un reconocimiento a la arquitectura peruana, porque esos proyectos de urbanización buscaban dar calidad de vida, con espacios públicos, equipamientos, servicios y diseños pensados para su crecimiento, expansión y desarrollo futuro, como finalmente ocurrió”.  
     De esta manera, en cinco mesas y dos líneas de tiempo se explican la gestación y desarrollo de Ventanilla, Ciudad de Dios, Previ, Villa El Salvador y Huaycán, cinco intentos de modernidad en pugna entre lo formal y lo informal, en medio de la lucha por un pedazo de tierra y una vivienda digna. Cinco lugares que hoy ya han sido absorbidos por una megalópolis cada vez más disfuncional e insegura. Por eso la segunda parte de la exposición apunta al presente y al futuro en tiempos en que se habla de un ‘boom inmobiliario’. 

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Entre las muchas preguntas que suscita una muestra como In/formal podemos destacar dos: ¿por qué las viviendas sociales se dejaron de construir en el país? ¿Qué modelo de ciudad estamos forjando actualmente con proyectos como Mi Vivienda, que alientan la construcción de condominios cerrados o de torres multifamiliares que no tienen mayor conectividad, como fronteras vigiladas las 24 horas del día?
     “La muestra es también un llamado de atención al empobrecimiento del modelo de diseño de vivienda colectiva popular que existe hoy — afirma Kahatt —. El problema central es que el programa Mi Vivienda no vende departamentos ni casas sino créditos hipotecarios. Todo el mecanismo ha sido creado para vender un préstamo, por eso ni el Estado ni los bancos ni las inmobiliarias tienen la responsabilidad de construir o pensar la ciudad”. 
     El arquitecto José Orrego, comisario de las exposiciones en la Bienal de Venecia, asiente con la cabeza, y agrega: “Sucede que después de la gran crisis política, social y económica de los ochenta, cuando el país se ‘resetea’ y se simplifica el Estado, se termina con esos organismos que generaban planes de largo plazo para la ocupación del territorio. Esa visión nunca se recuperó. Hoy la ciudad es manejada desde un Excel por algún financista”, asegura.
     Según Orrego el problema se agrava porque Lima está estratificada en muchos municipios, porque hay alcaldes que conducen a su mejor entender pequeños territorios, y no existe ningún organismo supramunicipal que ponga orden ni piense proyectos de largo plazo y alcance. Esto contrasta, dice, con capitales como Buenos Aires o Bogotá, donde solo un alcalde administra toda la ciudad. “A estas alturas ya debería haber una política de Estado dedicada a hacer nuestras ciudades más organizadas, pero como van las cosas, estas podrían no ser vivibles en el próximo siglo”, advierte con preocupación. 

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Si en el último tercio del siglo XX la arquitectura y el urbanismo eran disciplinas que suscitaban interés y debate, hoy esos espacios parecen cerrados. Por eso Orrego destaca un acontecimiento como la Bienal de Venecia —y más aun porque el Perú, gracias al esfuerzo de la Fundación Wiese, El Comercio y el Estado, cuenta con un pabellón permanente por veinte años—, que permite reflexionar sobre el devenir de nuestra arquitectura.
     “Que estemos hablando de estos temas es ya un gran avance”, enfatiza. “Yo creo que la bienal debe ser un pretexto para volver a acercar la arquitectura a la gente. En la edición del 2014, Sharif [Kahatt] tuvo la idea de enfocar la modernidad desde los programas sociales de vivienda del siglo pasado y a mí me pareció importante. ¿Por qué? Porque era una oportunidad para darnos cuenta de que en realidad lo anterior no había sido tan malo. Que eso que habíamos olvidado se podía perfectamente recuperar para enfrentar el futuro”. 
     Hoy en Previ esas pequeñas viviendas de los años sesenta se han transformado en edificaciones de tres o cuatro pisos, y se ha intensificado el comercio. Cerca de ahí ya no hay más chacras sino grandes avenidas, tráfico vehicular y gigantescos centros comerciales. Y en Ciudad de Dios pocas casas guardan los diseños originales, pequeños rectángulos de un solo piso, con jardín delantero y cerca. La zona es, a partir de su bullente mercado, uno de los epicentros económicos del sur de la metrópoli. ¿Es posible imaginar Lima de aquí a cien años?
     “Londres y París fueron inviables hace cientos de años cuando fueron azotadas por la peste negra, pero pudieron recuperarse. Yo soy optimista y creo que Lima se sobrepondrá con el tiempo, solo hay que empezar a imaginarla hoy”, afirma Orrego. Y se anima a decir que incluso puede ser una de las mejores capitales de Sudamérica por su privilegiada ubicación frente al mar. “El gran reto es recuperar el espacio público. La calle debe volver a ser ese lugar para vivir en una ciudad tan densa como esta”, opina Kahatt. Y ahí parece estar la apuesta de "In/formal": en saber mirar el pasado para imaginar la ciudad del futuro.

Perú en la Bienal de Venecia
Bajo el auspicio de la Fundación Wiese, El Comercio y otras instituciones, se pueden ver desde esta semana en la Sala Nasca del Centro Cultural del Museo de la Nación las dos exposiciones que representaron al Perú en la Bienal de Venecia los años 2012 y 2014. Se trata de "Yacún o habitar el desierto" e "In/formal: encuentros urbanos para los próximos 100 años". De martes a domingo, de 9:00 a 18:00, hasta el 29 de noviembre. 
Ingreso libre.  
 

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