Aquella calurosa mañana, viajé de Lima a Iquitos. Al caer la tarde, subí al transporte el Gran Diego con destino a Pebas, localidad ubicada en la desembocadura del río Ampiyacú. Mientras veía a los hombres cargar el barco con materiales de construcción, cerveza, productos enlatados, bebidas embotelladas y gasificadas, no podía dejar de pensar en los altos índices de desnutrición y anemia infantil existentes en la Amazonía. Llegué a Pebas a eso de las cuatro de la madrugada, cuando caía una ligera llovizna en diagonal, de esas que acarician la piel. Entre las luces de las linternas, descubrí el rostro familiar de mi padre. Vestía una camisa de manga larga, botas de jebe, un short y llevaba un machete en mano. Siempre que lo veo le digo que está más joven. ¡Es que realmente está más joven! Mi destino final no era Pebas, sino la comunidad de San Martín de Tipishca.
Unas semanas antes, había recibido una invitación del Consejo Nacional de Educación para un diálogo sobre enseñanza intercultural. Sería alrededor de la una de la tarde cuando llegué a esta comunidad, ubicada en la Reserva Nacional Pacaya Samiria. A esa hora, unos niños salían de la I. E. N.º 60588. “¡Señor Rember! ¿Quiere comer? —me preguntaron—, es la comida de la escuela. Ayer comimos lo mismo y mañana también lo haremos”. “¡Pruebe!”, me insistieron entre risas. El plato contenía arroz, anchoveta y algo de lentejas. Al día siguiente, un poco intrigado, decidí investigar aquel hecho. Informado por los niños y padres de familia de la comunidad, me enteré de que el Gobierno envía para el desayuno y el almuerzo de los estudiantes los llamados ‘enlatados’: anchoveta, cerdo, pollo, pavita… Cuando escuché esto, quedé petrificado. No lo podía creer. Entonces pensé en la muy mencionada ‘seguridad alimentaria’. Según la FAO y la OMS, el acceso a alimentos inocuos, seguros y nutritivos es un derecho fundamental del individuo.
—Alerta y peligro—
Me pregunté si estos alimentos enlatados, bañados en aceite y conservantes, pueden suplantar la dieta de los miles de estudiantes indígenas que, tradicionalmente, está conformada por una variedad muy grande de peces de río, hongos, frutos, raíces, insectos, carne de animales del monte, aves, flores, etc. Alimentos naturales que no son enlatados ni embolsados ni tienen preservantes. ¿No será esto un atentado a la cultura y seguridad alimentaria de los niños indígenas?
Según la OMS, el 75 % de las nuevas enfermedades infecciosas detectadas en los últimos diez años las causaron “bacterias, virus y otros patógenos que provienen de animales y productos de origen animal”. Estos ‘alimentos’ son consumidos de lunes a viernes, y muchos de ellos son desechados por los propios estudiantes porque, sencillamente, no les gusta o están hastiados. Sin embargo, los profesores los ‘obligan’ a comerlos porque el Estado así lo advierte. Esto es lo que sucede en una comunidad indígena. Si lo multiplicamos por las decenas de colegios indígenas que existen en el país, estamos ante un problema de mayor envergadura y urgente de solucionar.
—Nos quedan nuestros cuerpos—
Pero este no es el único problema vinculado a la vida de los indígenas que el Estado debería atender. Falta solucionar aún la contaminación de los ríos, la invasión y apropiación de nuestras tierras por colonos y empresas, así como el acceso digno a los servicios de salud, educación, transporte, además de la titulación de territorios, la prostitución, el narcotráfico, etc. En el caso de los huitotos, boras y ocainas aún está pendiente la deuda histórica de la época del caucho. Necesitamos una comisión que investigue estos crímenes cometidos entre 1895 y 1940 en el Putumayo, y que tenga el mismo modelo empleado en la Comisión de la Verdad y Reconciliación. No podemos llegar al bicentenario sin un informe claro sobre el asesinato de más de 40.000 personas, entre niños, mujeres, padres, hermanos, abuelos y abuelas. Algo sí me queda claro: el mundo indígena no tiene poder económico para presionar al Estado o al Congreso para generar leyes a su favor; entonces, nos quedan nuestra voz y nuestros cuerpos para defender nuestras vidas. Defender la vida no atenta contra ningún sistema de gobierno.
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Algunos indicadores
- Anemia: El Gobierno se ha planteado la meta de reducir la anemia en niños de 6 a 35 meses de 43 % a 19 % en el bicentenario.
- Cifras: En Loreto se espera reducir la anemia en niños de 6 a 35 meses de 39,7 % a 26,5 % en 2021.
- Menores de 3 años: aproximadamente 743.000 niños menores de 3 años padecen anemia en el Perú.