Ciudad de monstruos, por Raúl Castro
Ciudad de monstruos, por Raúl Castro
Raúl Castro

Hay un llamativo y a la vez muy triste patrón en la violencia social que se repite en todo el mundo: cuando los hombres sufren una agresión, por lo general es a manos de un extraño. Cuando la sufre una mujer, la mayoría de veces es a manos de su pareja o de alguien dentro de su familia. De su “más cercano círculo de relaciones”, como dice un informe del BID.

Esta es la llamada “violencia de género”, frente a la que el Perú no es una excepción. Por el contrario es, con Bolivia y Colombia, líder en el continente: 4 de cada 10 peruanas ha sufrido alguna vez violencia por parte de su pareja o de la familia, según la OMS.

Ayer, un nuevo caso de monstruosidad masculina en Lima hizo patente esta grave situación. Una mujer fue encontrada muerta en su propia casa, en el distrito de Independencia. Sus restos, envueltos en una bolsa, tenían múltiples cortes y otras lesiones. Al haber fugado su conviviente, , se presume que estamos ante un caso más de .

Dentro de la violencia de género, el feminicidio es la modalidad letal. Tras los gritos y las amenazas, la agresión psicológica y la física, los golpes y la tortura, la privación de la vida constituye la última etapa en una cadena que crece en ferocidad cuando no se corta de raíz.

El feminicidio de Independencia es uno más de los 52 asesinatos en esta modalidad que se ha dado en el Perú en lo que va del año. Nuevamente, según la Cepal, lideramos la tabla en el continente junto a . En este tétrico escenario, Lima es la bestia negra: en los últimos 6 años ha acumulado el 37% de los casos, bastante lejos de Arequipa (7%), Junín (6%) y Puno (5%). 

¿Qué está pasando en nuestra ciudad? ¿Qué está haciendo que aquí concentremos no solo el mayor número de atrocidades domésticas, sino también las más inescrupulosas y despiadadas?

Estas preguntas resuenan cada vez más fuerte mientras seguimos consternados por la brutal historia de Yovana Raquel Román Macote, hallada descuartizada en una maleta en el distrito de Ate, una semana atrás. Su esposo, Néstor Yauri Inga, fue quien narró con detalles cómo realizó la atrocidad, enceguecido por los celos.

En testimonios como el de Yauri se logra identificar un marco reiterado: hay en nuestra ciudad un sentido patriarcal de posesión de lo masculino sobre lo femenino más acentuado que en otros lados. Los hombres violentos justifican su proceder en función a una supuesta condición natural de dominio y disciplina sobre la mujer que creen tener.

Si a ello agregamos la ausencia de programas integrales en el Estado para afrontar las denuncias, los escasos servicios en salud mental y una real voluntad política para educar al macho salvaje que circula en las calles, entonces, tenemos el escenario completo: aquí se impone el más fuerte. Un cuadro en el que las penas más severas, por más necesarias que sean, no son suficientes.

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