La policía que solo disparó dos veces, por Pedro Ortiz Bisso
La policía que solo disparó dos veces, por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Hace algunos años, en un encuentro internacional de periodistas deportivos, comentaba con otros colegas el escándalo ocurrido en el Hotel El Golf Los Incas en el que estuvieron involucrados varios integrantes de la selección de fútbol. Un periodista de “El País” de España, que seguía la conversación, dijo que de haber ocurrido algo similar en su país, no habrían publicado nada.

Le insistí en que la juerga fue de grandes proporciones, se produjo pocos días antes de un partido por las eliminatorias mundialistas y afectó el rendimiento deportivo –y emocional – del equipo (después del fiestón se perdió 5-1 ante Ecuador). Nada de ello hizo que cambiara su punto de vista. “Nos interesa lo que haga el jugador dentro de la cancha, no fuera de ella”.

Existen diversas situaciones que nos resultan extrañas porque suponemos que lo que es natural para nosotros lo es también para el resto. En algún momento el manual de estilo de “El País” prohibía la publicación de informaciones relacionadas con el boxeo como competición, “salvo las que den cuenta de accidentes sufridos por los púgiles o reflejen el sórdido mundo de esa actividad”. ¿Imaginan un diario peruano que no informe sobre los triunfos de Kina Malpartida o ‘Chiquito’ Rossel?

Hace unos días se difundió un informe sobre la labor de la policía noruega. Allí se indica que, a lo largo del 2014, todo su cuerpo apenas disparó en dos ocasiones. Y en ambas no atinó al blanco. En otras palabras, ninguna persona resultó muerta, ni mucho menos herida, por acción policial.

Para nuestros cánones violentos, esa noticia parece una joda de Tinelli.  Y no es la única: aunque tienen 7.200 integrantes, en todo el 2014 los agentes noruegos solo desenfundaron sus armas en 42 ocasiones. En los últimos doce años, han abatido a dos personas.

La tendencia en Europa es así. En algunos casos, los cuerpos de seguridad no cargan armas letales, lo que restringe la posibilidad de que se desencadenen hechos sangrientos cuando sucede un crimen.

En nuestro país, en tanto, vivimos la otra cara de la moneda. Hace apenas dos semanas, la policía abatió a cinco raqueteros en la avenida Ramiro Prialé. Y en cuanto a conflictos sociales, ayer un cocalero murió durante un enfrentamiento en Oxapampa (Pasco) y las pasadas protestas de Tía María dejaron tres civiles muertos. El espacio es corto para reseñar el número de fallecidos, y las circunstancias que rodearon sus partidas, en los 196 días que lleva transcurrido el 2015.

Comparar la realidad noruega o la de cualquier país europeo –incluyendo la sufrida Grecia– con la nuestra puede resultar un ejercicio cruel. Sin embargo, nunca dejarán de llamar la atención  las enormes distancias que nos separan, esas que adquieren un kilometraje mayor cada vez que un ‘bujiero’ actúa impunemente en alguna concurrida avenida o aparece una víctima del sicariato, como el alcalde de Paruro.

Volver a caminar por una calle con tranquilidad, recuperar la confianza en la policía son historias de nuestros abuelos. Para los peruanos de hoy es ciencia ficción pura o cosa de europeos.

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