La bailarina habanera, Alicia Alonso, ícono de la revolución cubana y de la danza clásica, falleció el jueves 17 de octubre a los 98 años. (Getty)
La bailarina habanera, Alicia Alonso, ícono de la revolución cubana y de la danza clásica, falleció el jueves 17 de octubre a los 98 años. (Getty)
/ Brownie Harris

“Bailo en mi interior. Bailo con mis ojos cerrados. Y continúo trabajando por algo que nace dentro de mí”. Alicia Alonso era ballet, era el fouetté que se ve en los teatros de casi toda América y el arabesque que expande los límites del cuerpo. Pero como todos los artistas que han hecho historia, la impronta de Alonso trasciende su propia vida.

La maestra cubana junto a Jorge Esquivel en una presentación en el Lincoln Center’s Metropolitan Opera House de Nueva York, en 1979. (Getty)
La maestra cubana junto a Jorge Esquivel en una presentación en el Lincoln Center’s Metropolitan Opera House de Nueva York, en 1979. (Getty)
/ Jack Vartoogian/Getty Images

Todavía, a sus 98 años, ostentaba el título de directora general del Ballet Nacional de Cuba. ¿Podría alguien negarle el trono a quien dio su vida por desarrollar un arte tan complejo y difícil? Parecía evidente que las decisiones de la compañía ya no pasaban por ella y, quizá como adelantándose a cualquier desenlace, el gobierno de la isla decidió, a inicios de año, nombrar a Viengsay Valdés subdirectora artística de la compañía. Alonso, sin embargo, seguía siendo la cabeza visible.

“Es imposible no mencionarla como el referente [de ese arte] debido a su empeño por mostrar al mundo entero nuestra escuela y expandir la danza a todos aquellos que aman las artes. Será irrepetible –declaró Valdés al portal cubano Prensa Latina–. Ahora, más que nunca, mi compromiso de seguir sus pasos y perpetuar su legado histórico en el ballet cubano se fortalece”.

Valdés no se equivoca. Uno de los grandes aportes de Alicia Alonso, quien falleció ayer en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas de La Habana, fue hacer que el mundo dejara de mirar a Rusia como el referente más importante del ballet para prestar atención a Cuba. Bastaría con mirar los elencos más importantes del país para notar que los artistas de la isla son los más destacados (en el Ballet Municipal de Lima, por ejemplo, destaca Román González-Pardo).

—Llamado de la revolución—

Durante gran parte de su vida, Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo (1920-2019) fue parcialmente ciega. La chica que debutó con el “Cascanueces” fue diagnosticada, en 1941, con desprendimiento de retina, pero lo que podría hacer que cualquier colgara los zapatos y dejara de lado el tutú la volvió más fuerte. Con ayuda de las luces, sonidos y de sus compañeros, ella se convirtió en la mejor. O en una de las mejores.

Al mismo tiempo que ella consolidaba su carrera, la moscovita Maya Plisetskaya (1925-2015) hacía lo mismo con el mismo éxito. La historia, si bien ha querido que fuera Alonso quien se quedara con la gloria, disfrutó desde 1940, y por dos décadas, del supuesto enfrentamiento de estas divas. Lo único que es cierto es que con ellas el ballet llegó a nuevos niveles de maestría.

Alonso junto a pequeñas alumnas de ballet en el teatro García Lorca de La Habana, en el 2000. (Getty)
Alonso junto a pequeñas alumnas de ballet en el teatro García Lorca de La Habana, en el 2000. (Getty)
/ Jorge Rey

Quizá la verdadera revolución que ella lideró junto a los hermanos Fernando (su esposo por casi tres décadas) y Alberto Alonso, también fallecidos, fue la de popularizar la danza académica. Un lujo que pocos países se pueden dar. “Ella es el ícono del ballet clásico –apunta la danzante nacional Karin Elmore–. En los 70, ella representó el vínculo entre la práctica artística con un alto nivel de preparación técnica, y la convicción política. Pero, sobre todo, era increíble cómo tomaba un arte elitista y lo convertía en una práctica popular. Es el final de una era”.

Genera curiosidad las razones por las que Alonso regresó a Cuba. Con residencia en Nueva York, la prima ballerina assoluta ya se había hecho un nombre en el mundo. Algunos, incluso, afirmaban que su interpretación de “Giselle” era la mejor del siglo. Tenía, qué duda cabe, todo para ser la bailarina más importante, pero el llamado de la revolución (o quizá sus problemas de visión) fue más. Desde entonces, fue un ícono del sistema socialista, que ni en su peor momento descuidó a su estrella. “Arte, maestría y sufrimiento, las tres cosas que marcaron mi carrera”, contó alguna vez a la agencia AP.

–Su paso por Lima–

“Yo la conocí y pude bailar con ella”. Lucy Telge recuerda la vez que compartió escenario con Alicia Alonso. Era inicios de los 60, época en la que la actual directora del Ballet Municipal de Lima todavía se hacía paso al andar, cuando la maestra cubana llegó a Lima. Fue una invitación de la Asociación de Artistas Aficionados, institución que quería montar “Giselle” en el Teatro Municipal con ella como protagonista, por lo que coincidieron.

“En esa época, yo estaba en el cuerpo de baile, así que no interactué mucho con ella. Luego, varios años después, cuando visité Cuba como parte del Cuballet, que son dos o tres semanas en los que se dictan cursos, la conocí y también a su hija Laura, otra gran maestra”. Y es que Alonso no solo desarrolló el ballet por sí sola, sino que movió a su entorno a dedicarse a lo mismo. Ni hablar de su esposo, ni su cuñado: es su hija quien ha mantenido vivo su legado.

Por ello y más razones, Alonso fue, sin lugar a dudas, una fuera de serie. “Ella hizo por el ballet de Cuba lo que nadie había hecho antes”, concluye Telge.

DATO

También se recuerda el paso de Alicia Alonso al frente del Ballet Nacional de Cuba por Lima en 1983. Entonces, fue recibida con aplausos en el Teatro Municipal.

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