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André Breton: su huella en el Perú a 50 años de su muerte - 1
Juan Carlos Fangacio

Solo hay una calle en Lima que se llama Breton. Está en San Borja –ese distrito de urbanismo surrealista–, pero en realidad no hace referencia a André Breton, sino a Jules Breton, pintor realista francés. Y, claro, somos de gustos más bien clásicos. Rendirle homenaje a lo diferente todavía nos parece demasiado arriesgado.

La relación del autor del “Manifiesto surrealista” con el Perú no ha sido del todo feliz, ha estado marcada por los altibajos. Al principio no lo entendieron. Y cuando lo entendieron un poco, lo entendieron mal (o lo tradujeron peor). Entre los primeros que se fijaron en su trabajo estuvo José Carlos Mariátegui, quien por aquellos años veinte lo citó y le dio espacio en su célebre revista “Amauta”. Era de entenderse: lo que implicaba el surrealismo que fundó Breton eran las transformaciones profundas, las sacudidas del statu quo. Eso a Mariátegui debió fascinarlo.

En el número 17 de “Amauta” (y esto lo explica con muchísimo más detalle el poeta y crítico Ricardo Silva Santisteban en su ensayo “”, del que esta nota se nutre sin pudor), se publicó una traducción “no muy inspirada”, apunta Silva Santisteban, del poema “”. No está claro si la traducción le pertenece a Xavier Abril, quien contactó a Breton y se encargó de enviar el escrito a la revista. Lo cierto es que el acercamiento a su obra todavía era imperfecto, se sostenía más en la admiración que en el estudio. 

–Dilema revolucionario–

La izquierda, históricamente conocida por fagocitarse intestinalmente, incluso en aquellos tiempos en los que el arte lucía más comprometido que nunca, también se compró varios pleitos en torno al surrealismo.

César Vallejo, por ejemplo, fue un severo crítico de Breton. En el texto “” no solo lo llama “rebelde de bufete” y “anarquista de barrio”, sino que cuestiona –de forma un tanto injusta– las intenciones transformadoras del movimiento. “Breton olvida que no hay más que una sola revolución: la proletaria. Y que esta revolución la harán los obreros con la acción y no los intelectuales con sus ‘crisis de conciencia’”, escribe el poeta peruano.

Esa frustración vallejiana queda más patente que nunca en “Un hombre pasa con un pan al hombro”, uno de sus “”, en el que con una serie de acentuados contrastes se pregunta –incluso a sí mismo– cuánto vale el papel del intelecto sobre el mundo real. “Un cojo pasa dando el brazo a un niño/ ¿Voy, después, a leer a André Breton?”.

–Herencias poéticas–

Menos agrio es el vínculo de Breton con el poeta Carlos Germán Belli, ferviente lector del francés y traductor de algunos de sus poemas, entre ellos el hermoso “”, que fulgura en cualquier idioma con su “lámpara-tempestad”. La impronta bretoniana se dejó sentir sobre todo en los primeros poemarios del autor de “¡Oh hada cibernética!”. “Creo que la influencia principal que tuvo sobre mi obra fue la recepción del humor negro –cuenta Belli–. Eso podría decirse que lo tengo asimilado hasta hoy. También la práctica de la llamada escritura automática, que fue influyente en mí en cuanto a la captación de imágenes. Pero eso estuvo presente solo al comienzo, pues luego he destruido esos textos y más bien he abrazado el verso medido, el estilo renacentista”.


El poeta Carlos Germán Belli, ferviente lector de la obra de Breton. (Foto: Alessandro Currarino/ El Comercio)

El poeta Carlos Germán Belli, ferviente lector de la obra de Breton. (Foto: Alessandro Currarino/ El Comercio)

Belli explica también que tras las apreciaciones iniciales de Mariátegui y Vallejo sobre Breton, “su obra estuvo más presente años después gracias a Westphalen y César Moro”. Justamente Moro fue acaso el peruano más cercano a Breton y los surrealistas luego de su exilio en Francia –junto a la adopción de su lengua, además– y sus trabajos aparecieron en revistas y antologías del grupo. La gran amistad entre ambos artistas se refleja en poemas, prosas y cartas en los que ambos hacen referencias mutuas de respeto y admiración.

Y como para probar que las mejores amistades se fundan también en las discrepancias, hubo episodios en los que Moro expresó cierto distanciamiento de Breton. Tras la publicación de “Arcane 17”, el peruano le increpó cierta belleza alegórica excesiva en esta reflexión de amor y desamor que Breton dedicó a la chilena Elisa Bindhoff, su tercera esposa. “Desde luego la afirmación de que todo ser humano busque un único ser de otro sexo nos parece tan gratuita –escribe Moro, apelando al psicoanálisis–, tan obscurantista que sería necesario que el estudio de la psicología sexual no hubiera hecho los progresos que ha hecho para poder aceptarla o pasarla por alto siquiera. ¿Acaso no sabemos, por lo menos teóricamente, que el hombre persigue a través del amor la satisfacción de una fijación infantil más o menos bien orientada, más o menos aceptada por el superyó, por la sociedad?”.

Con todo, el impacto de Breton en las letras peruanas (y, cómo no, en las plásticas, el cine y otras artes, lo que ocuparía muchas más páginas) ha sido irrefutable. Y esto aun en las discordancias, porque no hay surrealista que haya obrado desde la comodidad y la aprobación unánime. Basta con recordar la última y acertada frase de “Nadja”, una de las mejores novelas de Breton: “La belleza será convulsiva o no será”. Felizmente todavía tiembla.  

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