Gustavo Rodríguez, autor de la novel "Cien cuyes".
Gustavo Rodríguez, autor de la novel "Cien cuyes".
/ El Comercio/ Penguin Random House
José Carlos Yrigoyen

En “Para una sociología de la novela” Lucien Goldmann definía la novela moderna como aquella donde un héroe problemático emprendía una búsqueda de valores auténticos en un contexto degradado. Bajo ese prisma, podría decirse -a primera vista- que Eufrasia Vela, protagonista de “Cien cuyes”, la última ficción de (Lima, 1968) cumple con ese papel: se trata de una mujer madura, de orígenes humildes, que está a cargo de varios ancianos de distinta condición y pelaje; en un punto de la historia acepta someterlos a la eutanasia, ese tabú social, y correr con todos los riesgos que esa decisión le acarrea. Pero, como dije, eso es solo a primera vista: en realidad, “Cien cuyes” es un libro en el que toda confrontación se ve atenuada -cuando no anulada- por una mirada complaciente y costumbrista más pendiente de la conciliación que de la encrucijada que pretende enarbolar.

Hay un problema con las novelas de Rodríguez que en “Cien cuyes” reaparece potenciado: la urgencia de buscar la complicidad del lector a como dé lugar. Dicho inconveniente está bastante controlado en “Madrugada” -su mejor entrega hasta hoy- porque se olvida de tentar ese favor para internarse con solvencia en los entresijos de una tragedia familiar. En el libro que nos ocupa ocurre una curiosa paradoja: se nos habla del deterioro del cuerpo, del desmoronamiento cognitivo, del dilema de asistir a la muerte voluntaria del prójimo, pero casi nunca nos sentimos confrontados ni incómodos por esa cruda realidad que se nos emplaza.

Las razones de ello son diversas. Una es la gruesa caricaturización de los personajes que animan este mosaico, bocetos siempre risueños y de predecible accionar cuyos nombres no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza que Rodríguez les infunde: la Pollo, Hernández y Fernández, Tío Miguelito. El que se salva de esa tendencia al brochazo es el doctor Harrison, un actor complejo, de gran riqueza emocional, quizá el único que encara la muerte con una actitud capaz de conmovernos y cuestionarnos.

Otro reparo es el lugar que se le destina a Eufrasia dentro de este tinglado. Su actitud frente a la eutanasia no contiene el menor desafío, heroicidad o tensión. Ni siquiera asume una postura mecánica que nos pueda sugerir una brutal indiferencia ante la supresión de la existencia ajena; más bien emprende su labor con borreguil pasividad e incluso cobrando por ella, lo que nos hace volver a Goldmann, quien afirma que el héroe problemático es incapaz de hallar sus ansiados valores auténticos cuando las relaciones de los hombres se convierten en mera mercancía. Ni rebelde ni santa, Eufrasia resulta un utilitario elemento que refuerza esa obediente perspectiva del mundo basada en el consumo y la demanda.

He leído críticas que elogian la fluidez de la prosa de “Cien cuyes”. Me permito discrepar: la elección de un lenguaje libresco, que aspira a la densidad, no hace más que recalcar la falta de hondura que afecta las situaciones y reflexiones que conforman la novela, producto de un autor que parece más preocupado por la ocurrencia y el ingenio que del humor y la literatura. El asunto de fondo es que Rodríguez desea tratar los grandes temas de nuestra condición, pero sin sacrificar la placidez de sus lectores. Y a veces hay que escoger. “Cien cuyes” se niega a hacerlo y de ahí la causa central de la frustración que este libro encarna.

La ficha
"Cien cuyes", de Gustavo Rodríguez

Editorial: Alfaguara

Año: 2023

Páginas: 258

Relación con el autor: cordial

Valoración: 2 estrellas de 5 posibles

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