En el libro, Izquierdo cuenta detalles de su cotidianidad, como el cáncer que enfrenta desde hace unos años. (Eduardo Cavero)
En el libro, Izquierdo cuenta detalles de su cotidianidad, como el cáncer que enfrenta desde hace unos años. (Eduardo Cavero)

La experiencia de la muerte de su hijo Renzo, de apenas 27 años y por causas que ella recién revela en su libro, condujo a Ana Izquierdo a un proceso de duelo que hasta hoy –cuatro años después– no se ha disipado. Y la empujó a escribir “El hijo que perdí”, un libro en el que relata todos los matices de su sufrimiento: la negación, la ilusión de recuperar al ser querido, e incluso sentimientos como la autocompasión o el egocentrismo. Una obra oscura y honda como un pozo, pero a la vez de una transparencia conmovedora.

—¿La escritura cura?
No. En el duelo por un hijo no existe cura posible. De hecho, la sola palabra ‘curar’ sugiere implícitamente que he estado enferma. El dolor por la muerte no puede ser visto como algo que debe sanarse, como un mal que se tiene que eliminar por completo, sino como una nueva realidad con la que debemos convivir. No hay curación porque no hay enfermedad. Más bien, lo que ocurre con la escritura es un lento proceso de alivio. Un alivio que nunca será total, pero que ayuda a sobrevivir, porque cuando escribes te acercas a la persona ausente, ves un poco de luz en medio de la penumbra, entiendes mejor tu laberinto de emociones y puedes darle un sentido a la muerte.

—En todo caso, ¿qué le dio la escritura, que no le haya dado ninguna otra cosa, para tratar de sobrellevar un hecho tan duro?
Para empezar, la escritura me dio calma. En un momento en que no podía comunicarme con nadie, la página en blanco fue una forma de excavar serenamente dentro de mí. Y al hacerlo, pude ver el mundo con más lucidez. La escritura logra eso: te permite verbalizar el sufrimiento de un modo reflexivo, algo que hubiese sido imposible de hacer de otra manera. En general, escribir ayuda a pensar, a recordar y a llorar (en palabras). Las únicas tres cosas que uno puede hacer cuando está en duelo.

—¿Hay algún aspecto que no haya podido enfrentar con las palabras? ¿Algo que haya quedado fuera del libro? ¿O volcó todo allí?
En cuanto a mi duelo, creo haber dejado todo en el libro. Desde un inicio decidí mirar al dolor de frente, sin parpadear ni quejarme, y al momento de escribir actué de la misma manera. Fui completamente honesta y traté de explorar todos los aspectos de mi luto. Sin embargo, creo que siempre se quedan cosas afuera. En mi caso, algunos detalles que rodearon la muerte de mi hijo, hechos e imágenes que no creí necesario describir. También muchos aspectos sobre la vida de Renzo. Nunca tuve la intención de hacer una biografía de mi hijo o un libro puramente narrativo, sino más bien una suerte de análisis del sufrimiento en estado puro.

—¿Le fue difícil enfrentar este tema de manera personal (porque todo libro es personal) con lo que pudiera pensar su familia?
Al ser un tema tan personal, fue duro poner por escrito algunos hechos. Durante un tiempo me invadió el miedo. Miedo a que me juzguen, miedo a enfrentar públicamente la verdad, miedo a que no me entiendan. El libro relata cosas que en la familia casi nadie sabía. O que al menos yo nunca conté en voz alta. Pero cuando me propuse hacerlo, ya no di marcha atrás. Hablé con mis otros dos hijos, les transmití mi decisión y ellos estuvieron de acuerdo. El resto de familiares se enteraría al leer el libro.

—La escritora colombiana Piedad Bonnett, que también ha escrito sobre la muerte de un hijo, dice que le sorprende que describan su escritura como "valiente". ¿Usted qué piensa de su propio proceso? ¿Es un acto de valentía?
Yo no lo veo así. En estos días, algunas personas se refieren a mí como alguien valiente, pero lo cierto es que soy incapaz de percibirme de esa manera. Quizá no tenga la distancia necesaria como para verlo de forma objetiva. Lo que sí creo es que no tuve otra opción. Llegado el momento, me di cuenta de que tenía que escribir o explotaría. Fue como un instinto de supervivencia, un acto al que me vi obligada por mi desesperación. Creo que otra persona en mi lugar hubiera hecho lo mismo.

—Déjeme decirle, como opinión personal, que su libro es desgarrador pero a la vez muy bello. Por eso le hago una pregunta quizá difícil: ¿puede haber belleza en la tristeza?
Al inicio, cuando el dolor está al rojo vivo, hay ausencia de belleza. La tristeza es un sentimiento muy difícil de sobrellevar, por eso casi siempre la evitamos. Es la expresión de una alegría que estuvo y ya no está. Creo que el sufrimiento solo puede ser bello cuando ha pasado su pico más intenso y ya no duele. O quizá la belleza no está en la tristeza, sino en la idea de la tristeza. Porque lo cierto es que cuando el dolor te desgarra el alma de verdad, es imposible verlo como algo bello.

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