Demetrio Túpac Yupanqui. (Foto: Omar Lucas/ El Comercio)
Demetrio Túpac Yupanqui. (Foto: Omar Lucas/ El Comercio)

Estuvo trabajando hasta sus últimos días. El miércoles de la semana pasada, mediante una publicación en Facebook, red social en la que era muy activo, anunciaba la apertura de nuevas clases de quechua en la que era su casa y el local principal de su academia Yachay Wasi, en el distrito de La Perla. Pocos días después, sin embargo, un infarto lo condujo al hospital Almenara, se complicó con una neumonía, y su cuerpo no resistió más el último jueves, cerca del mediodía.

Tenía 94 años y más de 60 de ellos dedicándose a la enseñanza y difusión del quechua (o 'runa simi', 'lengua de la gente'), el idioma con el que creció en su natal San Jerónimo, en Cusco; la lengua a la que puso por encima de otras que también hablaba a la perfección –entre ellas el castellano, por supuesto, o el inglés, el francés y hasta el latín–; el quechua que expandió por Lima y también en el extranjero, como en la Universidad de Cornell (EE.UU.), donde impartió lecciones.

Y lo suyo fue un perpetuo gesto de resistencia. "Desgraciadamente, todavía te menosprecian si hablas quechua –dijo alguna vez a este Diario–. Hasta tengo familiares que se han cambiado el apellido para no parecer mal. Pero yo nunca me avergoncé de llevar mi apellido".

Quizá por eso es que también solía repetir una idea en cuanta entrevista ofreciera: que todos los países que manejaban idioma propio –de Alemania a Japón, de China a Francia– eran los que más progresaban. ¿Por qué entonces tendemos a menospreciar nuestro quechua?

—Lengua viva—
A pesar de haberse dedicado a la docencia y al periodismo, y de haberse formado en teología y filosofía, el trabajo de Túpac Yupanqui nunca fue, en estricto, el de un académico. Lo suyo pasaba más por las zonas en las que la lengua quechua realmente se mantenía viva. Donde podía ser hablada y matizada, recuperada y enriquecida.

Por sus aulas podían pasar niños y jóvenes con voluntad patriota y bilingüe; un escritor que deseaba afinar el oído ante la entonación de sus ancestros; una antropóloga extranjera que investigaba a comunidades rurales; o un grupo de médicos limeños que necesitaban comunicarse de forma directa con sus pacientes quechuahablantes.

Porque las lenguas sobreviven por su uso y, teniendo en cuenta que el quechua es hablado por menos de ocho millones de personas en Sudamérica (cifra que va en descenso), en los últimos años se han alcanzado ciertos logros hasta hace poco impensables: tener programas de televisión, sistemas operativos como el Windows y buscadores como Google en este idioma de impresionante riqueza. En todo ello Túpac Yupanqui jugó un rol vital, sea como educador o gestor.

Su trabajo de traductor también fue copioso y se extendió desde la Constitución Política del Perú hasta la que es acaso su gesta más conocida: la quijotesca tarea de traducir "El Quijote", culminada en el 2005 y editada por El Comercio bajo el título "Yachay sapa wiraqucha dun Qvixote Manchamantan".

Un dato poco conocido: Túpac Yupanqui tuvo un breve papel en la película "En la selva no hay estrellas", dirigida por el gran Armando Robles Godoy en 1967. Aparece un par de minutos en el papel de un comunero que se dirige en quechua a sus compañeros, cruza un bosque de piedras a caballo, y recibe un balazo disparado por un sicario extranjero. Una ficción que, en este contexto, amerita una lectura: la de una lengua que, a pesar del avasallamiento de lo foráneo, se resiste a morir. Por esa lucha es que don Demetrio está hoy más vivo que nunca.

​Datos

El cuerpo del maestro Demetrio Túpac Yupanqui fue velado ayer en el salón Mochica del Ministerio de Cultura, en San Borja.

Hoy será enterrado en el cementerio Jardines de la Paz, en La Molina.

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