Luis Loayza. (Foto: Archivo familiar)
Luis Loayza. (Foto: Archivo familiar)
Czar Gutiérrez

"El maestro me enseñó todo lo que sé anudando con la habilidad de un tejedor silogismos inolvidables. Yo anotaba cada una de sus palabras con espesa tinta negra sobre grandes papeles que al final del año cosía. Ved, pues, mis volúmenes. Todo lo que está escrito en ellos lo recuerdo: cada frase, cada refutación perfecta de los falsos sistemas. No soy sino una bóveda que guarda su sonido. Si esto os parece poco, no lo conocíais. Pero hay algo que pienso siempre: mi maestro me dijo que en mí, su devoto discípulo, en mí, nacido para escucharle, su lección sería efímera”.

Este primer relato de "El avaro" –brevísimo volumen de 20 páginas que publicó a los 21 años de edad– parece contener cada uno de los principios de una poética medular para el desarrollo de la literatura peruana: contención, brevedad y artesanía en un envase de liviana poesía. Rara avis en un paradigma estético dominado por el realismo marginal de Congrains ("Lima, hora cero", 1953) y Ribeyro ("Los gallinazos sin plumas", 1954).

EL GRAN SINGULAR
“Hasta ahora ha sido un autor poco menos que secreto, en torno al cual ha ido surgiendo una especie de culto entre los jóvenes escritores peruanos, que hacían milagros para leerlo”, escribió el 2011 Vargas Llosa a propósito de la publicación de sus ensayos y relatos. Fue precisamente ese desinterés por el estatuto literario, esa vigencia elusiva sostenida por ediciones semiclandestinas, la que instaló la idea de que Loayza era un invento perpetrado entre el Nobel y Abelardo Oquendo, triunvirato inmediatamente visibilizado por la famosa colección de fotos color sepia, incluyendo a sus musas.

Luis Loayza. (Foto: Archivo)
Luis Loayza. (Foto: Archivo)

Así, los tres números de la revista “Literatura” editados entre 1958 y 1959 –“cuando éramos tres ‘letraheridos’ que aprovechábamos todos los minutos libres que nos dejaban los trabajos alimenticios para vernos y hablar y discutir con pasión y fanatismo de libros y autores”, Mario Vargas Llosa dixit–, como punto de partida para el despegue de una pluma teledirigida hacia un debut destellante: “Tiene más dominio sobre la mujer el que no va con ella; es mejor amante el solitario” ("El avaro"); “pero ya no pudo ver y sintió la muerte, entonces dudó” (“El visitante”); “no hay que prestar oído a estos oráculos que roban la fuerza” ("El héroe”); “su olor es consistente, como un cuerpo de mujer yaciendo sobre las corolas” (“El monte”).

Por entonces se granjeó la fama de “el borgiano de Petit Thouars”, en alusión a ese foco de sabiduría espectral eternamente encendido en el número 4585 de esa avenida, casa-taller de ensamblaje para un corpus alimentado por Bowles, De Quincey, Hawthorne, Bernhard o Pinget, a muchos de los cuales terminaría traduciendo luego de su despegue de Lima rumbo a la rue du Sommerard (París, 1959). Luego se estacionaría en Nueva York como traductor de las Naciones Unidas –puesto que había ocupado antes el poeta Westphalen–, antes de anclar en Ginebra y terminar sus días en la rosácea levedad de Le Marais, París.

SILENCIO ATRONADOR
“Me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente”, dijo J.D. Salinger en los labios de Holden Caufield antes de hacer de su casa pueblerina una fortaleza inexpugnable. Cormak McCarthy vive encerrado en Nuevo México preservando su rabioso estatus de “gregario solitario”. Cuando a Thomas Pynchon le dieron en 1974 el National Book, mandó a un payaso a recoger el premio. Es probable que Loayza haya tenido la delicadeza de sonrojarse por ellos.

Como Oquendo de Amat y su único poemario, a él le bastó lanzar un puñado de prosas para ser inmortal: “Una piel de serpiente” (1964), “El sol de Lima” (1974), “Otras tardes” (1985), gravitando entre la ficción y el ensayo, ya son títulos canónicos. Pletóricos de erudición minimalista. Concentrados, rítmicos, aforísticos, universales. Que su silencio sea nuestro revulsivo, entonces.

Luis Loayza con su esposa Rachel y su nieta Flora. Año 2010. (Foto: Archivo familiar)
Luis Loayza con su esposa Rachel y su nieta Flora. Año 2010. (Foto: Archivo familiar)

LAS REACCIONES

Alejandro Neyra /Ministro de Cultura y escritor
Su narrativa breve y sus ensayos están entre lo mejor de la prosa hispanoamericana. Loayza es, palabra por palabra, el escritor más fino de su época. Me queda la esperanza de que en sus años de silencio haya dejado algo más de una obra extraordinaria.

Claudia Salazar Jiménez /Escritora
Vargas Llosa cuenta que a Loayza todo lo que le parecía feo o que merecía desprecio le provocaba náuseas. Esa visceralidad muestra a un escritor capaz de vibrar con todo el cuerpo frente a la experiencia estética. Una elegancia visceral. Un escritor único.

Alonso Cueto /Escritor
El ingenio, la variedad de temas, sus bromas y su erudición están entre los recuerdos más valiosos que tengo. Pero sus relatos y ensayos, que leeremos siempre con placer renovado, son el mejor retrato de un escritor y un hombre excepcional.

Susanne Noltenius /Escritora
Los mejores cuentos son aquellos capaces de generar una sensación que perdure. Con Loayza descubrí descripciones sutiles y poderosas, atmósferas precisas, de esas que nos hacen un hueco bajo la piel. Inolvidables pinceladas de Lima.

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