Enrique Planas

En tiempos en que llueven sobre mojado noticias sobre el ya visible cambio climático, el derretimiento de los glaciares o la desertificación de la Amazonía, el escritor italiano nos propone la remota Tasmania como territorio de escape a la catástrofe. El país que, coinciden los científicos, será el menos golpeado por la crisis climática.

Resulta impertinente comenzar esta entrevista exclusiva comentando con el autor el trato de la crítica a su más reciente novela. Sin embargo, lo hacemos porque “Tasmania” ha dividido a los lectores: hay quienes celebran las densas conexiones simbólicas entre el protagonista, un periodista de divulgación científica en crisis emocional, y el calentamiento climático que investiga. Otros, cuestionan su aparente falta de trama, su ritmo pausado, las divagaciones de un narrador que mira al cielo y busca respuestas en la forma de las nubes.

Para el escritor turinense, célebre por el fenómeno que supuso su primera novela “La soledad de los números primos”, estas lecturas tan polarizadas se explican por la manera en que las películas y las series han trastocado nuestro gusto. “Estamos muy engreídos por la televisión, muy atentos al plot en el guion, a las tramas muy claras, buscando sorpresas al final del capítulo. Pero la realidad es mucho más desestabilizante. Mi protagonista sabe que ha perdido la ilusión del control, y así lo escribe y comenta”, explica.

Saltó a la fama con la publicación de su primera novela, La soledad de los números primos (2008), que ganó ese mismo año los Premio Campiello a la mejor opera prima
Saltó a la fama con la publicación de su primera novela, La soledad de los números primos (2008), que ganó ese mismo año los Premio Campiello a la mejor opera prima

— En la novela, uno de los personajes más memorables, el profesor Novelli, estudia las nubes, como se forman, migran e influyen en el clima. Algo de eso tiene Tasmania: leerla es sentarse a mirar las nubes, buscándoles un sentido. ¿Cuán importante es para ti el acto de divagar al escribir?

Divagar es lo que, normalmente, las novelas y las series “Mainstream” no tienen permitido. Divagar es la sustancia de mi libro, y por eso me tomo esas libertades. Y las nubes, la forma en que mudan y evolucionan en el cielo, han sido una guía fundamental para el estilo de la novela.

— Clima personal y cambio climático establecen curiosos vínculos. Hay otros, como la crisis matrimonial del personaje y la crisis de seguridad en Europa. Hablemos de coyuntura: ¿La guerra en Gaza podría desatar una nueva crisis al interior del Viejo Continente?

Vemos ahora que las crisis que creíamos terminadas no se habían acabado. Todas ellas siguen, por ratos se silencian para explotar otra vez. Hay muchas cosas que no hemos resuelto. Sucede lo mismo con otras crisis que parecían del pasado, como puede ser la crisis nuclear. Cuando empecé a escribir “Tasmania”, el tema de las bombas atómicas era propio del siglo XX. De repente, meses después, cuando iba a la mitad de la novela, sucedió la invasión de Ucrania y empezó a hablarse del posible uso de “artefactos nucleares tácticos”, como si se tratara de algo aceptable y más suave. Lo mismo sucede con el terror y el fundamentalismo en Gaza. En Europa vivimos un problema de percepción. Vivimos al mismo tiempo todas las crisis, mientras nuestra percepción solo nos permite pasar de una crisis a otra. Acabamos una para abrir otra nueva. Pero esa no es la verdad. Por ejemplo, la invasión de Ucrania continúa en estos días, aunque no se hable más de ella lo nuevo está pasando en Gaza. Lo que yo tengo es un sentido constante de insuficiencia, de falta de energías y de pensamiento: la realidad es demasiado complicada para nosotros.

— “Tasmania” está escrita en lo que tú llamas “tiempos pre traumáticos”, en meses previos a la pandemia. ¿Cuánto crees que cambió la sensibilidad contemporánea desde que salimos de ella? ¿Crees que hay algún aprendizaje de aquellos años?

No. Solo queda el trauma. Creería que lo único que aprendimos fue a vivir en la incertidumbre. La pandemia contactó fuertemente a la humanidad con la incertidumbre. Incertidumbre frente a la ciencia, al funcionamiento de la sociedad y de nuestras vidas cotidianas que creíamos estables. De pronto, descubrimos que nada es estable. Pero la incertidumbre es algo muy difícil de acoger, y por ello, muy difícil de tenerla siempre presente.

— Una tendencia que se está dando en novelas recientes es la presencia de la ciencia como tema. Incluso en los festivales literarios el debate con científicos es fundamental. ¿Por qué crees que los lectores necesitamos, desde la ficción, acercarnos a la ciencia?

Porque la frontera de lo exótico tiene que ver hoy con la ciencia. Son los científicos los que miran al futuro con mayor agudeza. Nos advierten sobre aquello que va a cambiar radicalmente en nuestra civilización y en nuestro modo de vivir. En “Tasmania”, yo pensaba mucho en eso, en los paisajes que la ciencia nos puede abrir. Pensaba, por ejemplo, en un filme como “Oppenheimer”, que desarrolla la vida de uno de los primeros científicos que imaginó el paisaje de los agujeros negros en el espacio, así como el paisaje de la devastación total producida por la bomba atómica. Hay paisajes nuevos que los científicos ven primero, como es el cambio climático o la inteligencia artificial. No se puede sacar la ciencia de la cultura.

— En “Tasmania” especulas sobre lo que pasa dentro de la cabeza de un científico, como puede ser Robert Oppenheimer y los que participaron con él en el Proyecto Manhattan. Ellos pensaban que la bomba nunca sería usada militarmente, no imaginaban esa posibilidad. ¿Con los científicos mantenemos una relación de confianza y desconfianza a la vez?

Porque los científicos son humanos. Lo hemos visto en la pandemia: todos esos estudiosos que nos explicaban lo que pasaba, al principio con timidez y luego llenos de vanidad y ganas de salir en televisión. En “Tasmania” me interesaba mucho explorar cómo personas que son expertas en algo al mismo tiempo pueden no entender lo que sucede en el mundo más allá de sus narices. Por ejemplo, un profesor experto en cambio climático, es incapaz de comprender los cambios que están sicediendo desde el poder y desde el lenguaje entre hombres y mujeres. Él no quiere verlo.

— Otro tema fundamental en el libro tiene que ver con la investigación sobre el bombardeo atómico en Japón que emprende el protagonista. ¿Tenías pensado antes hacer una novela sobre Hiroshima?

Había pensado hacer una novela sobre la bomba atómica, desde una perspectiva centrada en los científicos que la fabricaron. Pero había algo que no funcionaba. Cuando empecé a escribir “Tasmania”, comprendí que el problema radicaba en el hecho de que yo siempre pensaba en la bomba como algo científico, no me daba cuenta de que esa es una narración muy occidental de la historia. Siempre contamos esa parte, casi nunca vemos la otra perspectiva, para mí la más interesante: la de las víctimas y los sobrevivientes. Vivimos los últimos años en que podemos relacionarnos directamente con este evento histórico, pues aún los últimos sobrevivientes, muy mayores, están para contarnos sus historias. Una de ellas, la del sobreviviente que está en la novela, es verdadera. Pertenece a un sobreviviente que entrevisté largas horas. Él ya había contado su relato muchas veces, pero yo le pedí que me la contara una vez más, pidiéndole recordar los detalles más pequeños. Cada uno de esos detalles me habría una perspectiva nueva sobre las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki.

— “Tasmania” tiene también mucha paranoia de quien vive en una Europa amenazada por el terrorismo. El brutal atentado en el Bataclan de París, a fines de 2015, detona los miedos del protagonista, quien vive temiendo la posibilidad de que explote alguna bomba en su camino. ¿Cómo se sobrelleva el miedo?

Cuando escribía “Tasmania” me parecía que ese atentado terrorista era cosa del pasado lejano. ¡Y solo han pasado ocho años! Has hablado de paranoia: no lo sé. Las personas siguen viviendo, y el miedo no desaparece, se transforma en algo más peligroso: en populismo, en sospecha contra el extranjero. Toma otras formas

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