Enrique Planas

Erudito del vals peruano y confeso cultor de la huachafería como seña de identidad, Toño Azpilcueta se considera un intelectual proletario, alejado de sus colegas “de la élite”. Historiador amateur, a veces seducido por el indigenista y otras tantas por el credo hispanista, en sus eufóricos ensayos busca exaltar la fe en un país de música criolla, mientras rastrea la vida de Lalo Molfino, malogrado guitarrista de modestísimos orígenes. En su más reciente novela (y la última, según confiesa), Mario Vargas Llosa nos hace sentir una profunda empatía por aquel estudioso de precaria salud mental. Divertida y conmovedora, la novela permite a sus lectores reencontrarse con temas centrales de su literatura y de su biografía: la bohemia limeña, nuestra huachafería identitaria, la relación con el padre, los estudios en el Colegio La Salle y la Universidad de San Marcos, su fascinación por Cecilia Barraza y, especialmente, ese miedo a caer en el absurdo y la locura que desarrollara magistralmente en “La tía Julia y el escribidor”.

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