"La visión de las cosas", por Marco Aurelio Denegri
"La visión de las cosas", por Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri

René Magritte, el genial superrealista belga, o suprarrealista, o sobrerrealista, pero de ninguna manera “surrealista”, aunque la Academia haya admitido semejante barbaridad; Magritte, repito, fue cierta vez a una bodega y pidió queso holandés. La bodeguera sacó un queso que estaba en el escaparate, pero Magritte le indicó que no quería ése, sino otro de la misma clase, pero inexhibido.  La bodeguera le manifestó que todos los quesos holandeses que había en la bodega eran idénticos, y que no veía ninguna diferencia entre uno exhibido y otro inexhibido.
“No, madame –replicó Magritte–, el que ha estado exhibiéndose en el escaparate ha sido visto por la gente durante todo el día.”

“Magritte tenía razón –comenta Peter Plagens–: La visión de las cosas las cambia.”
(Peter Plagens, “The absolut Magritte”. Newsweek, 6 Julio 1992, 51.) (Óbiter díctum: absolut por absolute es grafía del Middle English, o sea del inglés que se usó entre los siglos XII y XV.)

Sí. Yo también creo que la visión de las cosas las cambia. Pero restrinjo el cambio a las cosas que sólo deben ser vistas por quienes están preparados y tienen las condiciones para verlas. Los chinos de antes enseñaban sus excelentes pinturas y en general sus objetos artísticos de valía solamente a los espíritus selectos, a los entendidos, a los “huéspedes justos”, según expresión muy acertada de Hermann Hesse. Si un quídam vulgar y ramplón viera un finísimo jarrón chino de porcelana, viéndolo lo ensuciaría. Esto lo tengo perfectamente averiguado y para mí es evidentísimo que hay miradas profanadoras y mancillantes. 

Julio Ramón Ribeyro, en el tercer tomo de La Tentación del Fracaso, en las páginas 172 y 173, manifiesta lo siguiente: 
“‘Basta mirar mucho una cosa para que ésta se vuelva interesante’, dice Flaubert en su correspondencia. Sí, pero se le olvidó añadir: ‘y también incomprensible’.
“Así, las cosas, los edificios que veo por el balcón, sobre la Place Falguière, van perdiendo, a medida que los observo, su naturalidad, su seguridad, su realidad, para convertirse en objetos absurdos, inexplicables, altos cubos de concreto perforados por rectángulos luminosos, moles cuadriculadas divididas en pisos donde gente como yo está instalada en pequeños habitáculos y aislada de todo y de todos.”

“Es verdad: desde el punto de vista de su significación histórica y social, el pintor es el hombre que enseña a los demás hombres a ver, según arte, la realidad, el maestro y el técnico del saper vedere.” (Pedro Laín Entralgo: “Picasso: problema y misterio”. Cuadernos del Idioma, 1965, 1:1, 5.)

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