(Foto: Baldomero Pestana. Fondo Riva-Agüero. AHRA-IRA-PUCP )
(Foto: Baldomero Pestana. Fondo Riva-Agüero. AHRA-IRA-PUCP )
Pierina Denegri Davies

Una de las figuras más importantes del siglo XX fue José María Arguedas (1911-1969). De eso no hay duda alguna. Gracias a obras como “Yawar fiesta”, “Agua” y “Los ríos profundos”, fuimos testigos de un retrato honesto, empático y real sobre el Perú indígena, ese que durante muchos años fue ignorado o considerado como menos. Pero el legado de Arguedas no yace únicamente en su increíble narrativa de ficción, sino también en su papel como investigador etnográfico y antropológico. ¿Su misión? Explorar la pluralidad cultural que ofrecía el Perú, protegerla y enseñárnosla como el gran tesoro que es. Y es que, en tiempos como estos de tanto cambio, tomarnos el tiempo para recordar y celebrar a figuras como Arguedas es justo y necesario.

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A través de la literatura, con sus novelas y cuentos, mostró el mundo indígena a una capital que parecía u olvidar a este grupo importante de personas o desestimarlos como agentes de cambio. La cuestión fundamental de sus obras reside en reconocer las culturas que habitan en el Perú y la importancia de una convivencia.

Si bien somos testigos del poder que tenían sus narraciones, pocos conocen de su labor como antropólogo e investigador y cómo esta nutrió su faceta de escritor. Uno de sus sujetos de estudio predilecto era el folclor peruano, en particular la música andina. Así, contribuyó constantemente a la revalorización del arte indígena, plasmado especialmente en el huayno y las danzas.

Los inicios de una vida difícil

Nació el 18 de enero de 1911 en Andahuaylas (Apurímac). Sus padres fueron el abogado cusqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano y Victoria Altamirano Navarro, parte de una familia acomodada de la zona. Si algo afectó profundamente al joven Arguedas, fue la muerte de su madre cuando él tenía tan solo 3 años. En 1917, su padre, quien se desempeñaba como juez en diversos pueblos de la región, volvió a contraer nupcias y trasladó a la familia a un pueblo de Puquio y luego a San Juan de Lucanas. Poco tiempo después, debido a razones políticas, fue cesado como juez y tuvo que emprender viajes como abogado itinerante, dejando a su hijo al cuidado de la madrastra y el hijo de esta.

Sin duda alguna, estos fueron de los tiempos más difíciles para el joven Arguedas, pero también los más significativos. Difíciles porque, según él, fue víctima de los abusos físicos y psicológicos de su hermanastro Pablo quien lo mantenía relegado a la zona de servicio junto a los indígenas. Esto lo llevó a plasmar en sus textos a su abusador como el gamonal abusivo, cruel y lujurioso que castigaba al indígena. Pero, cuando decimos que también fueron años significativos, se debe a que se nutrió ampliamente de su cercanía con los indígenas. Ahí aprendió quechua, conoció sus historias y se empapó del Perú que más tarde retrataría.

(Foto: Exposición  21 intelectuales peruanos del Siglo XX - Proyecto Bicentenario)
(Foto: Exposición 21 intelectuales peruanos del Siglo XX - Proyecto Bicentenario)

A mediados de 1921, José María y su hermano Arístides escaparon a la hacienda Viseca, propiedad de su tía Zoila Rosa Peñafiel y su esposo José Manuel Perea Arellano (medio hermano de su padre) a quien le tenía un gran cariño. Ahí vivieron durante dos años, en ausencia del padre, conviviendo con los indios en armonía y constante aprendizaje.

En 1923, su padre lo recogió y le acompañó en sus frecuentes viajes laborales, conociendo más de 200 pueblos. Pasaron por Huamanga, Cusco y Abancay. Esta etapa quedó plasmada en su obra maestra “Los ríos profundos”. Tres años después, empezó sus estudios secundarios en el colegio San Luis Gonzaga de Ica, donde sufrió en carne propia el desprecio que se sentía por la sierra, tanto de parte de sus profesores como de los mismos alumnos. ¿Su venganza? Demostrar lo buen estudiante que era, logrando una cartilla de evaluación con las notas más altas.

Universidad y vida adulta

Con 20 años de edad se estableció en Lima e ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Allí compartió momentos y amistades con figuras como Luis Felipe Alarco, Carlos Cueto Fernandini, Emilio Adolfo Westphalen y Luis Fabio Xammar, entre otros. Tras el fallecimiento de su padre, que ocurrió al año siguiente, tomó un trabajo como auxiliar en la Administración de Correos, que le permitió continuar con su vida

En 1933, publicó su primer cuento “Warma kuyay” y dos años después presentó “Agua”, su primer libro de cuentos que significó una nueva época en la historia del indigenismo. Tres años después, junto a Augusto Tamayo Vargas, Alberto Tauro del Pino y otros, fundaron la revista Palabra, que reflejaba la ideología planteada por José Carlos Mariátegui, aunque nunca participó activamente en la política militancia.

(Foto: Exposición  21 intelectuales peruanos del Siglo XX - Proyecto Bicentenario)
(Foto: Exposición 21 intelectuales peruanos del Siglo XX - Proyecto Bicentenario)

En 1937, fue apresado por participar en las protestas estudiantiles contra la visita del general italiano Camarotta, representante de la Italia fascista. Se le trasladó al penal “El Sexto” de Lima, donde permaneció 8 meses y, posteriormente, evocó este momento en la novela del mismo nombre.

Maestro y etnólogo

Cuando perdió su trabajo en el Correo, inició su carrera como docente en el Colegio Nacional Mateo Pumacahua de Sicuani, en Cusco. Fue profesor de Castellano y Geografía. Allí, de la mano de sus alumnos, realizó un trabajo de recopilación del folclor local, descubriendo su vocación de etnólogo. Previo a su viaje, contrajo matrimonio con Cecilia Bustamante Vernal, educadora peruana que, junto a su hermana Alicia, fue promotora de la conocida e icónica Peña Cultural “Pancho Fierro”.

En 1941, publicó su tercer libro y primera novela: “Yawar Fiesta”. Fue agregado del Ministerio de Educación y colaboró con la reforma de los planes de estudios secundarios. Además, representó al profesorado nacional en el Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro (1940) y después volvió a asumir su trabajo como profesor en colegios como “Alfonso Ugarte” y “Mariano Melgar” en Lima. Durante este tiempo, también colaboró con la prensa internacional escribiendo artículos de divulgación folclórica y etnográfica del mundo andino.

(Foto: Archivo Histórico GEC)
(Foto: Archivo Histórico GEC)
/ EL COMERCIO

En 1947, fue nombrado Conservador General de Folklore del Ministerio de Educación y, luego, fue promovido a la Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho de la misma institución. Durante su periodo de trabajo, presentó iniciativas que buscaban estudiar la cultura popular en todo el país. Así, logro que los teatros Municipal y Segura abrieran sus puertas al arte andino.

Cinco años después, emprendió un largo viaje junto a su esposa Cecilia por la región central andina, recopilando material folclórico que publicó con el título de “Cuentos mágico-realistas y canciones de fiestas tradicionales del valle de Mantaro, provincias de Jauja y Concepción”. Al año siguiente, fue nombrado director del Instituto de Estudios Etnológicos del hoy Museo Nacional de la Cultura Peruana.

Literatura que marcó a una nación

“La obra de Arguedas pasa por varias etapas. Inicialmente, Arguedas se va formando en el indigenismo literario. Él es muy activo dentro de ese espacio pero, posteriormente, se plantea una serie de problemas que lo obligan a buscar respuestas. Por un lado, ve que la representación que se hace del hombre andino y de la cultura andina en la literatura indigenista es una representación bastante acartonada, estereotipada. Es una representación de escritores que no han tenido la experiencia de vivir en comunidades andinas, por ejemplo. Él decide, a partir de su experiencia, representarlos de otra manera. Y uno de los primeros problemas que encuentra es el de la lengua. Las comunidades y los personajes representados, en la vida real todos hablan en quechua. Arguedas dice ‘¿cómo comunicar esa sensibilidad del quechua en un lenguaje como el español?’. Quiere comunicarse con el lector en español. Inventa un lenguaje literario, que es el lenguaje de sus novelas, especialmente a partir de “Los ríos profundos”, comenta Fernando Rivera, profesor de Literatura en la Universidad de Tulane (Estados Unidos).

(Foto: Exposición  21 intelectuales peruanos del Siglo XX - Proyecto Bicentenario)
(Foto: Exposición 21 intelectuales peruanos del Siglo XX - Proyecto Bicentenario)

Sobre “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, agrega Rivera, que es “la novela más extrema y más radical de la literatura peruana y, probablemente, la más radical de la literatura latinoamericana”. Para él, tiene muchos niveles en los cuales explora los límites de las convenciones literarias. “Lleva a la literatura a leerse en la experiencia, esto ocurre cuando él se suicida”, dice.

“Lo que practica Arguedas es un tipo de novela contramoderna”, explica el especialista. “Sigue siendo moderna, por un lado, porque la práctica de la escritura de Arguedas privilegia la novela. Siempre pensó que la novela era un medio para comunicar toda su visión sobre el mundo andino. Y la novela es el género moderno por excelencia. Pero, a la vez, está construyendo novelas desde la periferia de la modernidad, desde sus bordes, incorporando elementos que no son modernos, como los mitos y otras practicas andinas como la reciprocidad, por ejemplo”, detalla.

Últimos años

Algo que, lamentablemente, también caracterizaba a José María era la larga batalla que libró contra la depresión. En 1944, presentó uno de sus episodios depresivos más importantes, caracterizado por decaimiento, fatiga, insomnio y ansiedad. Más de 20 años después, volvió a sufrir de lo mismo, pero en esta ocasión tuvo un primer intento de suicidio por sobredosis de barbitúricos. A partir de lo sucedido, su vida cambió considerablemente. Se alejó de sus amistades y renunció a los cargos públicos que ejercía, para dedicarse a sus cátedras en la Universidad Agraria y en San Marcos.

La chilena Lola Hoffmann fue su psiquiatra y, a manera de tratamiento, le recomendó seguir escribiendo. Publicó el libro de cuentos “Amor mundo” y empezó a trabajar en la que sería su obra póstuma “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. En 1968, recibió el premio Inca Garcilaso de la Vega por su obra, que fue considerada como una contribución al arte y a las letras del Perú. Durante el evento, pronunció su famoso discurso “No soy un aculturado”.

(Foto: Biblioteca del Ministerio de Cultura)
(Foto: Biblioteca del Ministerio de Cultura)

Al año siguiente, sus problemas de salud mental se agudizaron por diversos motivos, entre ellos la polémica con el escritor argentino Julio Cortázar y el gran debate en el que participó a causa de su obra “Todas las sangres”. Así, volvió a rondar por su cabeza la idea del suicidio, tal y como se puede leer en sus diarios incluidos en su novela póstuma.

Decidió quitarse la vida el 28 de noviembre de 1969 en uno de los baños de la Universidad Agraria. Pasó cinco días en el hospital y falleció el 2 de diciembre. En su entierro, tal y como el escritor lo había pedido, el músico Máximo Damián tocó violín ante su féretro y luego pronunció un breve discurso.

Arguedas no es sino uno de los ejemplos máximos de humanidad. Apasionado y decidido, pero a la vez sensible y contrariado, tuvo una vida llena de altos y bajos de todo tipo. Pero se supo alimentarse de cada pasaje de su vida para presentarnos al Perú andino, ese que no muchos conocían y que hoy nos toca atesorar y admirar. Sin duda alguna, fue uno de los artífices vitales para entender la pluriculturalidad y la riqueza que habita en esta.

Sepelio del escritor José María Arguedas. (Foto: Archivo Histórico GEC)
Sepelio del escritor José María Arguedas. (Foto: Archivo Histórico GEC)
/ EL COMERCIO

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