"Hamlet": nuestra crítica de la versión del Teatro Británico
"Hamlet": nuestra crítica de la versión del Teatro Británico

Ser o no ser, esta es la cuestión...”. Las palabras más famosas del teatro occidental y justamente las que queríamos escuchar en un año como este, en el que se conmemoran los 400 años de la muerte de su autor. Dice Harold Bloom que fue Shakespeare, a través de “”, quien transformó a la humanidad y le dio consciencia. Cierto o no, en esta ocasión no vamos a discutir este punto, solo lo mencionamos porque es uno de los argumentos que engrandecen la obra. Y en esta oportunidad le corresponde al Teatro Británico la producción. La dirección, como debe ser en estas circunstancias, está a cargo de un veterano de nuestras tablas: Roberto Ángeles, de manera que se trata de una obra ensamblada de acuerdo a las ideas muy precisas de un artista que conoce su oficio.

Para comenzar, diremos que la adaptación es muy correcta. El mismo Ángeles junto con Carlos Galiano han sabido adaptar la obra a las dimensiones del escenario y resumen el número de personajes con precisión. Más trabajo deben haber tenido con el texto en sí mismo, pero sus esfuerzos dan por resultado un “Hamlet” fluido y que se presenta como la gran obra que es. Tal vez, Rosencrantz y Guildenstern aparecen demasiado en escena, aunque es una licencia que no perturba el resultado final.

En cuanto a la producción, en términos de escenografía, sonido, iluminación y vestuario, se trata de un trabajo irreprochable. Muy correcto porque pese a los logros en cada área, todo está al servicio de la obra, de manera que nada resulta ni poco ni excesivo. No nos distrae y ofrece el apoyo que el director necesita para crear acción, tensión, intriga e incluso humor.

El trabajo con los actores es más complejo. De entrada encuentro un trabajo grupal que se apoya en la declamación con cierto eco del teatro ‘de prestigio’ que nos inundaba en el pasado. No creo que para interpretar un clásico se deba entrar en escena con solemnidad y pronunciar las palabras con exceso de histrionismo. Por supuesto, es la primera impresión. Felizmente, a medida que la obra avanza, los actores cobran identidad y desarrollan sus respectivos personajes de acuerdo a sus propios recursos.

Como es de esperarse, la atención está en durante toda la obra. No tengo dudas sobre su entrega y dedicación a Hamlet. Para un actor ser elegido dentro de todo el espectro de su generación para interpretar este papel es un honor que lleva consigo una responsabilidad enorme. Y Luque tiene la valentía de hacerlo. Pero esa misma pasión puede restar los matices que su personaje necesita. Durante toda la obra pronuncia sus textos con tal intensidad que no se percibe ese juego de palabras que nos permita conocer el desarrollo emocional del príncipe. Hamlet, quien se expresa a través de bromas, frases hirientes y reflexiones extremas, necesita de un actor con pausas. Que piense lo que dice, que sea capaz de equilibrar la melancolía con el humor. No sucede en esta oportunidad. Tiene la misma intensidad desde el comienzo hasta el final. Pero la temporada recién empieza y Luque afinará su interpretación.

Por supuesto, hay decisiones escénicas que no las toma el actor, y en su caso son dos claros momentos que desde mi punto de vista no funcionan: el primero, el travestismo durante la representación teatral que resulta hasta innecesario; y luego, el famoso monólogo que se pronuncia al centro del escenario y de cara al público como hacían en el siglo XIX los tenores al interpretar el aria más popular de una ópera. ¡Qué gran oportunidad perdida! “Ser o no ser” merece un planteamiento más pensado.

En el papel de los reyes, Leonardo Torres y Katerina D’Onofrio son dos elecciones afortunadas. El primero tiene la solidez que Claudio necesita, y también esa ambivalencia entre el villano y la víctima de sus propias ambiciones. Pensar en él para este papel no era tan difícil. Pero es sorprendente que Gertrudis esté a cargo de D’Onofrio, una actriz a la que identificamos más con piezas contemporáneas. Sale ilesa del reto porque compone un personaje alejado de tópicos y clichés. Enfundada primero en un vestido rojo y luego en uno negro, subraya su humor y su desarrollo emocional sobre el escenario con total seguridad. Buen trabajo. No puedo decir lo mismo de una chirriante Ofelia en manos de Ingrid Altamirano, quien desde un inicio repite las frases de tal manera que no sabemos si las entiende. Es el espectador el principal afectado porque poco puede hacer para conmoverse en sus escenas. Christian Ysla es un buen sepulturero, inscrito en la tradición del personaje, que siempre ha estado en manos de los grandes cómicos de sus tiempos. Menos efectivo está en el papel de Polonio. Del resto del reparto sobresale Rodrigo Palacios en un Laertes heroico, sentido, intenso. Pero nunca excedido. Sus escenas junto a Leonardo Torres son de lo mejor de la obra porque ambos encuentran el sentido a sus diálogos y se escuchan mutuamente, logrando una credibilidad total. Del mismo modo se mide con Luque en ese duelo final tan bien diseñado por Ángeles. Sería interesante que Luque y Palacios alternaran los roles en algún momento. “Hamlet” es una gran celebración del teatro. El resto es silencio. 

MÁS INFORMACIÓN
Dirigida por Roberto Ángeles.
Con Fernando Luque, Leonardo Torres, Katerina D’Onofrio, Ingrid Altamirano, Rodrigo Palacios, Gabriel González, Alejandro Guzmán, Christian Ysla, Manuel Gold, Andrés Salas, Christian Thorsen y Nicolás Galindo.
Teatro Británico.

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