Conocí a Alvin Toffler (recientemente fallecido a los 86 años) a finales de la década de 1990, cuando una empresa lo trajo al Perú para hablar sobre su libro “El cambio del poder”. Los directivos de la empresa me pidieron que integrara un panel junto a Felipe MacGregor, José Graña Miró Quesada y Jorge Salmón Jordán para analizar su obra desde diferentes ángulos.
La producción de Toffler es vasta. En “El cambio del poder” hace una serie de planteamientos y propuestas proyectándose hacia el futuro, como era su costumbre. Uno de los aspectos que más llama mi atención es cuando se refiere a la calidad del poder y hace una clasificación de las que considera son sus principales fuentes.
Hablaré sobre esta clasificación porque siento que me quedé corto en mi artículo anterior al escribir sobre el poder y el prestigio (El Comercio, 8 de setiembre). Esto debido a la gran variedad temática que hay al respecto y porque muchos tecnócratas neoliberales economicistas no lo consideran en sus estudios, precisamente porque tiene que ver con la política, la que entienden como un factor perturbador del desarrollo lineal y único que ellos profesan (cuando deberían asumir que la política y el poder son elementos consustanciales del sistema, con todas sus contradicciones debido a los intereses diversos que hay en juego).
La política no es un factor perturbador del sistema, sino un elemento central. Si se le descarta del análisis se pierden de vista las posibilidades del desarrollo institucional, de la forma como debe funcionar, organizarse, ejercerse y distribuirse el poder. Estos conceptos son centrales para determinar cómo es una estructura de poder, porque para que sea más democrática, esta debe generar formas y prácticas de participación ciudadana e inclusión social. Además, no basta que el poder esté organizado democráticamente de acuerdo a unas leyes, sino que su ejercicio sea también democrático.
Como bien señala Aníbal Quijano en su obra “Colonialidad del poder: eurocentrismo y América Latina”, toda sociedad es una estructura de poder: “El poder es aquello que articula formas de existencia social dispersas y diversas en una totalidad única, una sociedad”. Por eso, descartar el estudio del poder en las relaciones económicas, más que un olvido, parece una tendencia ideológica.
Bueno, Toffler no lo hace. Para él, las fuentes del poder son la violencia, el dinero y el conocimiento. Sostiene que la violencia es un poder de baja calidad por su inflexibilidad, porque solo es utilizable para castigar. Asimismo, la riqueza es un poder de mediana calidad, porque en lugar de ser utilizada para amenazar y castigar, ofrece recompensas de exquisita gradación (en pagos y detalles).
Sin embargo el poder de mayor calidad, afirma Toffler, se deriva de la aplicación del conocimiento. Esta buena calidad del poder “implica eficiencia, usar el mínimo de recursos de poder para alcanzar una meta”.
El futurólogo norteamericano da un argumento contundente para demostrar que la mayor calidad del poder está en el conocimiento (y que nos recuerda la frase “Saber es poder” del filósofo inglés Francis Bacon) al sostener que, a diferencia de las otras fuentes del poder, el conocimiento es infinito.
Además, el conocimiento es la más democrática fuente de poder y se convierte en una amenaza para los poderosos que concentran diversos recursos, por eso explica que “todo aquel que ostenta poder desea controlar la cantidad, la calidad y distribución del conocimiento”. En consecuencia, si el conocimiento es la principal fuente de poder, debe estar al alcance de toda la ciudadanía y no solo de una élite.
Si el conocimiento es un poder de mayor calidad, aunque parezca una verdad de perogrullo, para empoderar al pueblo peruano hay que invertir en él, porque nos iguala como sociedad y, en consecuencia, nuestro país será más democrático y justo.