Comisión de moral parlamentaria

Alonso Villarán

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Otro modelo es posible

Percy Medina

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“La ética en sí pasa, primero, por ser consistentes y, en segundo lugar, por no dañar los bienes que todos los humanos necesitamos”.

La actual debería cambiar de nombre. Debería llamarse comisión de moral parlamentaria.

Las palabras ‘ética’ y ‘’ pueden y suelen usarse de manera intercambiable, pero a veces se usan en sentido diferente: ‘ética’ como el estudio sistemático de la moral; ‘moral’ como el conjunto de valores y principios de un individuo o comunidad particular. En esta columna, las usaré así: ‘ética’ como el conjunto de valores y principios objetivos de la humanidad; ‘moral’ como los valores y principios de un individuo o sociedad particular.

La moral en este último sentido puede ir contra la ética, es decir, contra la moral objetiva. Pensemos, por ejemplo, en los valores y principios de una banda de criminales. Incluso las mafias tienen ‘códigos de honor’. Pero, claro, más que valores y principios, son antivalores y atentados contra los verdaderos principios de la ética. El sicario desprecia la vida y se gana la suya con el principio “matarás por dinero”.

La ética del está plasmada (con los típicos defectos de los códigos de ética empresariales y profesionales) en el Código de Ética Parlamentaria y su reglamento. Estos documentos establecen los deberes básicos del congresista como tal. Por ejemplo, respetar la investidura parlamentaria, no contratar familiares y, para citar un deber de moda, no solicitar contribuciones económicas de ningún tipo al personal del Congreso.

Como ha contabilizado Carlos Basombrío (El Comercio 31/5/2023), hay nada menos que 72 congresistas acusados ética y penalmente: los ‘mochasueldos’, ‘Los Niños’ y los que tienen investigaciones penales vigentes previas a su elección (uno de ellos tendría 24 acusaciones por temas como colusión agravada). ¿Qué indican estos números sino que la moral de un gran número de congresistas está en guerra con la ética?

Por eso no sorprende, aunque sí indigna sobremanera, cuando la Comisión de Ética Parlamentaria protege a quienes, según las pruebas que la prensa difunde, deberían recibir sanciones graves. Este blindaje es doblemente condenable. Los que blindan a los acusados no solo son congresistas, un cargo que conlleva una gran responsabilidad moral, ¡se supone que son los encargados de cuidar la ética parlamentaria!

¿Qué hacer frente a esta realidad? ¿Tendremos acaso que crear un código de ética para la Comisión de Ética Parlamentaria, uno que regule la conducta de los encargados de aplicar el Código de Ética Parlamentaria? ¿Un código que proteja al otro código? Por supuesto que sería absurdo, pero el absurdo parece haberse apoderado hace ya buen tiempo de estas tierras. De ahí mi propuesta, irónica, de cambiar de nombre a la comisión.

En el Perú urge reaprender y revalorar la ética. La ética en sí pasa, primero, por ser consistentes (imparciales, coherentes, etc.) y, en segundo lugar, por no dañar los bienes que todos los humanos necesitamos (seguridad, trabajo y demás). Esto siempre con espíritu reflexivo. ¿Acaso hay algo más importante?