Reforma, espíritu y cuerpo

Nicolás Zevallos Trigoso

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Nicolás Zevallos Trigoso

¿Modernizar o reformar la PNP?

Ricardo Valdés

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Ricardo Valdés

“La propia familia policial debe de sacudirse del desinterés, la instrumentalización y la corrupción”.

Cuando se aborda la , pareciera que la discusión fuera un asunto solo de relacionamiento entre el personal policial y la ciudadanía. Pero en el medio de esa relación hay aristas importantes. Menos del 1% de la infraestructura policial está saneada legalmente, por lo que es imposible hacer mejoras en muchas comisarías.

Cientos de patrulleros están estacionados, canibalizados debido a que nunca se programó su mantenimiento. Durante la pandemia, la tuvo el mayor número de fallecidos, cuando en paralelo se conocían los casos de mandos policiales acusados de hacer uso indebido de los recursos destinados a la protección del personal policial frente al COVID-19.

Si bien este tema vuelve a la agenda por la respuesta policial a las manifestaciones, no debe perderse de vista que se arrastran otras cuestiones críticas. Cada año se denuncian cobros en el examen de ingreso a las escuelas policiales, así como de pagos por ascensos y asignaciones a puestos claves. El caldo de cultivo: las sinuosas reglas de juego de la carrera policial. Hace pocos días, con la salida del quinto comando policial en dos años, se ha hecho mención del infame uso de los fondos de salud, vivienda y funerarios de la familia policial, como caja chica de intereses subalternos. ‘Infame’ es una palabra ligera para tal grado de vileza, ya que se trata del dinero destinado al bienestar de quienes entregan su vida por nosotros.

Se percibe que el espíritu de cuerpo en la policía es una barrera para cualquier proceso de reforma. Esto implica una protección del statu quo, una preocupación por el daño que pueda representar el cambio y una resistencia a que civiles se involucren en temas que solo sabrán comprender los policías. Una reacción así sería cuestionable, primero, porque la Policía Nacional es de todos los peruanos. Pero también porque las condiciones del servicio policial se encuentran claramente precarizadas para los propios policías, como consecuencia de tres factores: desinterés, instrumentalización y corrupción. A todas luces es un statu quo indefendible.

En voz baja muchos admiten lo señalado y reconocen que es una pequeña parte de lo que ocurre. Que estas condiciones se extienden al rancho, los permisos, los pagos, el bienestar, el acoso, el maltrato laboral, entre tantas otras cosas del día a día. Es urgente entender que no hay cuerpo ni espíritu que aguante tanto ensañamiento, por más subordinación y valor que se le exija.

La propia familia policial debe asumir la importancia de sacudirse del desinterés, la instrumentalización y la corrupción que han precarizado una institución que debe ser siempre respetable. Las bases, los presupuestos, los proyectos y los perfiles están en manos de quienes tienen la capacidad de tomar decisiones. No se puede seguir postergando la oportunidad de dar, aunque sea un paso más, hacia una reforma –en espíritu y cuerpo– de la policía que merecemos.