Frederick Cooper Llosa

Nací en en 1939 y hasta aproximadamente 1960 mi vida discurrió entre Miraflores y el Cercado.

Esta área se expandió principalmente con la gradual incorporación de los poblados preexistentes entre el Centro Histórico y un sureste principalmente agrícola que se extendía hasta detrás de Chorrillos. Se agudizó en los años posteriores, como es bien sabido, debido sobre todo al flujo migratorio que inundó gradualmente toda su periferia, engullendo a la postre prácticamente toda el área agrícola a la que servían los ríos Chillón y Rímac.

Lima Metropolitana alcanzó a tener así, hacia 1980, 2.800 kilómetros cuadrados, aproximadamente 140 kilómetros de largo entre Ancón y Lurín y 45 kilómetros de ancho entre el puerto del Callao y Chosica. La forma triangular del territorio que ha llegado a ocupar en la actualidad abarca aproximadamente 3.600 kilómetros cuadrados, vale decir, 18 veces más que el área metropolitana de Buenos Aires y seis veces más que la de Santiago de Chile.

Estos escuetos datos estadísticos explican el fracaso urbanístico de Lima Metropolitana, cuando se les coteja con la incompatibilidad entre una extensión claramente inmanejable y el uso provechoso de su suelo.

El corolario lo suministró el problema del flujo migratorio masivo a Lima, impulsado por los desarrollos industriales, comerciales y culturales de una Lima geopolíticamente cada vez más centralizada, fenómeno ya experimentado en Occidente, sobre todo en las principales europeas y norteamericanas.

A efectos de demostrar nuestra persistente incompetencia, conviene, como ejemplo, resumir muy brevemente la experiencia de París, radicalmente transformada a consecuencia de los efectos nocivos que causó su violenta expansión demográfica.

Sin embargo, gracias al tino e inteligencia de su clase dirigente, se encargó la superación de los problemas delincuenciales, de sanidad y de transporte que la aquejaban, a un esclarecido profesional, político y funcionario público, Georges Eugene Haussman, mediante una operación que llevó a cabo a lo largo de 20 años. Consciente de la necesidad de emprender la reforma de París a partir de concebir una ciudad que sirviera efectivamente a sus nuevas circunstancias productivas y sociales, replanteó totalmente el trazo medioeval que aun predominaba. Ello conllevó arrasar con su vasta área tugurizada, a reformular su vialidad y a estipular una escala residencial que promovió fiscalmente la construcción de edificios de siete pisos. Esto gradualmente concentró a la población dentro de un área más compacta, adecuadamente servida por vehículos públicos (la primera línea del metro de París se construyó en 1900, la de Londres en 1863). Con el estímulo del emperador Napoleón III y la ayuda de sus colaboradores reformó el 80% del trazo y las alturas de las calles preexistentes, lo que permitió dotar a la ciudad de una densidad que, al conciliar una mayor altura con un sistema vial concebido en función del mejor aprovechamiento del suelo urbano, engendró la transformación del tugurizado trazo que había traumatizado su uso previamente.

Los políticos, y sobre todo los profesionales peruanos que debieron encarar urbanísticamente la explosión demográfica que asoló a Lima a partir de mediados del siglo pasado, tendrían que haber sabido de la experiencia europea, especialmente de la parisina, que se dio contemporánea y similarmente en muchas otras metrópolis.

Es ridículo pensar que Lima podrá superar su atrofia urbana si no se emprende una radical reformulación de su normativa edilicia, una operación que permita concentrar, empleando los recursos jurídicos que conduzcan a darle un mejor uso al suelo urbano ya servido, reemplazar las viviendas precarias, inseguras e insensatamente expandidas dentro de una excesiva superficie ocupada improvisadamente, por viviendas en altura que debieran ser estimuladas haciendo un uso más eficiente y justo de un suelo urbano, groseramente mal utilizado.

Cuando ocurra en Lima un terremoto de alta intensidad, es posible que perezcan más de 500.000 limeños, habitantes de una periferia ocupada sin control ni previsión. O a consecuencia de un tsunami violento, ambos traumatismos naturales que arrasarán con las viviendas precarias y los edificios emplazados riesgosamente.

Entretanto, padecemos una ciudad cuyas incompetentes autoridades siguen operando impulsadas por la inercia de las tradicionales correcciones a nuestra infraestructura, negándose a replantear la necesidad de rehacer –como lo hicieron tanto el barón de Haussman en París hace tan solo siglo y medio, como otras ilustradas autoridades de su tiempo– la matriz de nuestro emplazamiento.

Porque, ¿no es ridículo que se quiera superar el caos limeño con medidas que pretenden mantener nuestra expansión y nuestro trazo, y no encarar sus causas indudables? ¿Puede pretenderse controlar la delincuencia en una ciudad que padece una expansión elefantiásica, poniendo policías aislados en las dispersas cuadras de nuestros sectores más humildes? ¿O tender servicios de transporte público a lo largo y ancho de una densidad rala y topográficamente tan irregular? ¿Cabe resolver el problema de la atrofia vehicular sin afrontar primero el efecto de la masificación vehicular?

Lima es un fracaso porque nos resistimos a encarar estas y muchas otras características resultantes de nuestra anárquica e irresponsable ocupación del suelo agrícola y urbano. Esta renuencia es consistente con nuestro deterioro político y nuestra incompetencia burocrática, tanto moral como académica.

Frederick Cooper Llosa es arquitecto y miembro honorario del Royal Institute of British Architects