¿Civilización versus barbarie?, por Daniel Parodi Revoredo
¿Civilización versus barbarie?, por Daniel Parodi Revoredo
Redacción EC

Hace unos días, publicó la columna “”, reflexión bienintencionada sobre nuestras diferencias con el país vecino y la posibilidad de acercarnos a él. Sin embargo, el texto parte de premisas que son por definición complicadas porque atañen al imaginario y la percepción. Estos son elementos que nos representan la realidad, pero que la exageran, distorsionan, la atenúan y la engrandecen. 

Por eso, la alusión al tipo de mestizaje pudo tratarse con más cuidado. Respecto de la descripción de Chile, dos aspectos fundamentales a tener en cuenta es que la ocupación de la Araucanía en la década de 1880 supuso casi un genocidio en el país del sur. Pero, al mismo tiempo, los mapuches y la cuestión indígena siguen siendo, hasta hoy, un asunto de la mayor importancia en la política chilena y, ciertamente, en su mestizaje. 

Es importante resaltar este aspecto porque, sin desearlo, Arellano está cerca de proponer una imagen positivista y básicamente occidentalizada de Chile, similar a la construida por sus historiadores en el siglo XIX, tras la Guerra del Pacífico, y que presentan a su sociedad como virtuosa por ser blanca y occidental. Por eso, algunos autores chilenos contemporáneos, como Sergio Villalobos, plantean el triunfo de su país en la guerra en términos de una sociedad occidental y civilizada (Chile) derrotando a dos naciones indígenas y bárbaras (el Perú y Bolivia).  

Sí parece más acertado Arellano cuando destaca la potencialidad económica del mestizaje peruano, tema que él conoce como nadie al renovar los estudios sobre la migración incorporando la perspectiva del márketing; de allí el merecido éxito de su libro “La Ciudad de los Reyes, de los Chávez, de los Quispe”. En efecto, no parece haber oposición entre la raigambre andina de muchos de nuestros migrantes y la adaptación al mercado, sino todo lo contrario: parecería que el intercambio ancestral bajo las formas de reciprocidad y ayni hubiese facilitado el éxito comercial del nuevo sujeto urbano. A este nivel, la formalización es un pendiente que corre por cuenta del Estado.      

Acierta también Arellano cuando habla de los estereotipos contemporáneos en primer lugar porque los presenta como tales. De allí que advierte correctamente la subsistencia en Chile de un discurso aún racista respecto de los peruanos, el que sin embargo comienza paulatinamente a transformarse, entre otras razones, debido a la positiva incorporación de la numerosa colonia peruana en Santiago. También es correcta la descripción de nuestros estereotipos sobre Chile y los chilenos, de la que omite, sin embargo, la persistencia de una visión del vecino como una amenaza, eventualmente militar, debido a los conflictos del pasado. 

Es este último punto el que quisiera traer a colación como sugerencia para lograr lo que propone Arellano, que es cambiar de percepciones; es decir, cambiar el “sentido común” para comunicarnos mejor e integrarnos. A ese nivel, el impecable manejo binacional del litigio en La Haya es un paso fundamental para construir una nueva imagen del otro basada en la confianza, por lo que solo quedan como pendientes resolver lo del triángulo terrestre e iniciar un proceso mutuo de reconciliación con el pasado doloroso. Entonces, como dice Arellano, podremos “originar un mestizaje social y económico muy poderoso, con grandes frutos para el desarrollo mutuo”.