La corrupción en nuestra historia política, por C. Contreras
La corrupción en nuestra historia política, por C. Contreras

Valiosas investigaciones han esclarecido el fenómeno de la corrupción en nuestro país, entendida como una apropiación o desvío del dinero público para beneficios privados o como una extorsión del ciudadano por funcionarios del gobierno. Los contratos para el emprendimiento de grandes obras públicas, la concesión de los recursos naturales, los préstamos para el gobierno o la renegociación de sus deudas y las grandes compras estatales –sea de medicinas o armamentos–, han sido los canales por los que ha proliferado este cáncer que amenaza los sistemas de gobierno en muchas partes del mundo.

Entre tales estudios, cabe mencionar el de los historiadores españoles Alfredo Moreno y Nuria Sala, “El “premio” de ser virrey. Los intereses públicos y privados del gobierno virreinal en el Perú de Felipe V” (2004), el del ex congresista Héctor Vargas Haya, “Perú: 184 años de corrupción e impunidad” (2005), y el del historiador Alfonso Quiroz, “Historia de la corrupción en el Perú” (2013). Este último es especialmente valioso porque, además de sustentar sus afirmaciones con documentos, procura reflexionar acerca de los factores que desataron las dosis de corrupción que han salpicado nuestro pasado.

A varias conclusiones importantes llegaron estos autores. Primero: que la corrupción no ha sido un fenómeno aislado, que haya ocurrido solo en algún momento de nuestra historia, sino que ha sido constante y crónico, por lo menos desde la época colonial. 

Segundo: que ha florecido por la debilidad de las organizaciones llamadas a controlarlo y sancionarlo, como las oficinas de vigilancia del gasto público y los contratos del Estado y el Poder Judicial, pero, asimismo, por la presencia de una cultura tolerante de la población hacia ella.

Tercero: que en ese contexto de constante corrupción, pueden detectarse ciclos u olas cuando el fenómeno arreció, que han tenido que ver con épocas de mayor desorganización del Estado, bonanzas exportadoras de los recursos naturales o prolongadas dictaduras que debilitaron las entidades de control.

¿Por qué la población peruana ha sido permisiva con la corrupción, al punto de haberse vuelto común la frase “roba pero hace obra”? Probablemente la causa sea que se asume que “no hay remedio”, como exclamaba hace siglos don Felipe Huamán Poma de Ayala en su famosa carta al rey. 

Un sistema económico en el que las mayores ganancias se obtienen de la extracción de recursos naturales, tiene el defecto de orientar los esfuerzos empresariales a conseguir el acceso a dichos recursos, cuya llave de ordinario está en manos del Estado, pero que hoy, no extrañamente, también es reclamada por las poblaciones locales. La concepción de la gente es entonces que, al final, todos los de arriba roban. Unos lo hacen más toscamente (llevándose dinero de la caja fiscal) y otros lo hacen “legalmente” (consiguiendo baratos los permisos sobre los recursos). Pero todos se apropian de algo sin pagar lo que sería su “precio justo”, entendido como la ganancia media de la economía.

Durante la era del guano, por ejemplo, unos pocos privilegiados disfrutaban del permiso para recoger un recurso que tenía a todo el mundo como mercado. Otros asaltaban el dinero ingente que recibía el Estado de los exportadores, convirtiendo al presupuesto nacional en una auténtica piñata. El único excluido del festín era el trabajador de las islas que, rodeado de miles de aves sarnosas, recogía el excremento seco con una pala. Se trataba de los culís que habían sido traídos del Lejano Oriente y que, por lo mismo, recién aprendían las formas de sobrevivencia en este antiguo país de los incas.