"La intoxicación de información, que muchas veces proviene de fuentes poco confiables, lleva a pensar que todo aquel que no piensa como yo, o no está conmigo, está en contra de mí". (Foto: El Comercio)
"La intoxicación de información, que muchas veces proviene de fuentes poco confiables, lleva a pensar que todo aquel que no piensa como yo, o no está conmigo, está en contra de mí". (Foto: El Comercio)
Yael Valdés Querol

Dieciséis meses sin tregua, récord de muertes, incertidumbre política y, diría yo, una tercera ola acechando nuestra . Faltando menos de un mes y medio para 28 de julio y sin tener un presidente proclamado por el JNE, lo único que nos gobierna es la incertidumbre.

Todas las son válidas, es el lenguaje que nos une universalmente, pero cuando estas son muy intensas o permanecen durante mucho tiempo, generan un malestar significativo y terminan alterando nuestra funcionalidad diaria.

El miedo, coloquialmente llamado ansiedad, nos ayuda a escapar del peligro, organiza nuestra respuesta cuando consideramos que algo amenaza nuestra vida, nuestra salud o bienestar. El asco o el rechazo nos ayuda a cuidarnos de cosas que pueden ser nocivas para nuestra sociedad, organiza la respuesta frente a situaciones que consideramos ofensivas y nos ayuda a enfrentar y a distanciarnos de objetos, eventos o situaciones. El enojo aparece ante un ataque inminente a nosotros mismos o a los que nos importan, nos focaliza en la defensa propia para ayudarnos a recuperar el control.

Las emociones son válidas siempre, pero algunas conductas, en muchos casos, no están justificadas. El actuar las emociones sin medir las consecuencias ha fraccionado a nuestra población y ya está tan dividida como los resultados de las .

La intoxicación de información, que muchas veces proviene de fuentes poco confiables, lleva a pensar que todo aquel que no piensa como yo, o no está conmigo, está en contra de mí. Estamos ahogados en un estado de alerta constante, dispuestos a pelear y a defender hasta lo indefendible y a discutir hasta lo indiscutible.

Basta abrir las redes sociales para encontrar la angustia, la cólera, el asco y el rechazo vertidos sin filtro en comentarios y publicaciones. Solo se necesita prender el televisor o sintonizar la radio para sentir un cosquilleo en el pecho, una tensión en el cuello o un nudo en la garganta.

Nuestro país se ha quebrado en dos. Ambas mitades están rellenas de daño emocional, afectando a quien lo viva. No somos inmunes, a pesar de nuestra historia, a los cambios políticos ni a la incertidumbre. Y lo que estamos sintiendo los peruanos no discrimina posturas políticas. Ser funcional en el día a día, rumiando con las emociones a flor de piel y con pensamientos que no podemos controlar, agobia. Aparece la preocupación, la tensión, la irritabilidad, las alteraciones en el sueño y en el apetito.

En nuestro querido Perú, donde solo hay 1.100 psiquiatras para casi 33 millones de habitantes, a pesar de que el 33,7% de nuestra población requiere de atención en salud mental a lo largo de su vida, y donde 8 de cada 10 personas no la reciben, es donde se viene escarbando la herida emocional sin permitirla sanar; agreguemos empatía, respeto y tolerancia para ayudarla a curar.