Juli Min

Los voluntarios con equipo de protección completo han empacado y se han mudado durante el día; el complejo de apartamentos en el que vivo está una vez más secuestrado por el silencio. Desde mi ventana, puedo ver los estanques y jardines vacíos; el laberinto de setos, vacío; la fuente, apagada y sus aguas inmóviles.

El martes 5 de abril fue el día 1 del confinamiento aquí en Puxi, nuestra mitad de al oeste del río Huangpu, y acabamos de terminar nuestra primera ronda de pruebas contra el patrocinadas por la ciudad. A través del grupo WeChat de nuestro edificio fuimos llamados piso por piso por nuestro voluntario asignado.

En nuestro vestíbulo, uno de los voluntarios estaba pasando lista. Otro actuó como controlador de tráfico, indicándonos que camináramos hacia la izquierda. Mi suegra, que vive con nosotros, logró el distanciamiento social entre nuestra familia y nuestros vecinos mientras mi esposo y yo sosteníamos a nuestros dos hijos, de dos años y seis meses, ambos sin vacunar, entre nosotros. Los códigos QR, o de respuesta rápida, se escanearon y se cargaron en la nube administrada por el gobierno, donde se accede a nuestros resultados. Nos hicieron un hisopado y luego corrimos de regreso a nuestro apartamento.

En febrero del 2020, cuando los que estábamos en Shanghái nos encerramos por primera vez contra el COVID-19, mi hijo mayor tenía solo nueve meses. Durante el confinamiento, Wuhan fue víctima del misterioso virus. Abundaban las conjeturas y los rumores. La tasa de mortalidad fue alta. El confinamiento se sintió necesario. El miedo era real.

Pero los dos años transcurridos desde entonces han estado felizmente libres de las preocupaciones por el COVID-19. Aunque los no vacunados entre nosotros siguen en alto riesgo ahora, vivir en un país que adoptó una política de COVID-cero significó que nuestras vidas eran en gran medida normales. Mientras que familiares y amigos en los Estados Unidos sufrieron largos períodos de cierre de escuelas y trabajo desde casa, aquí en Shanghái mi hijo se inscribió en el preescolar y mi esposo y yo tuvimos nuestro segundo hijo. De vez en cuando usábamos mascarillas, pero la mayoría de las veces no.

Como ya estábamos muy acostumbrados a una vida que no estaba afectada por el COVID-19, la infiltración reciente de la subvariante BA.2 de ómicron es desconcertante. Quizá para la mayoría de la gente, el confinamiento se siente necesario y aceptable: un breve período de sufrimiento a cambio de un posible beneficio a largo plazo, aunque hay quejas de que un confinamiento corto se convierta en uno más largo. Pero hasta el momento, al menos entre mis amigos y vecinos, solo son quejas. Todavía no somos víctimas de la fatiga pandémica.

Sin embargo, la gente se cansará si la situación no cambia. Se cansarán de los encierros, de trabajar desde casa, de entretener a los niños que no pueden ir a la escuela. Estas son experiencias familiares desde hace mucho tiempo para aquellos fuera de . En poco tiempo aquí nos cansaremos del cumplimiento obligatorio de las medidas y de que las familias sean separadas.

Debido a que estoy vacunada, me preocupo menos por enfermarme que por ser separada de mi familia. Con mi hijo todavía amamantando, rechazando obstinadamente un biberón y alérgico a la fórmula, sería un escenario de pesadilla que me aislasen.

En Shanghái, el confinamiento de la mitad de la ciudad de Pudong se prolongará de varias maneras. Si hay un caso en tu edificio, todos los inquilinos deben encerrarse en sus apartamentos durante 14 días. Si hay un caso en tu complejo de apartamentos, debes quedarte en tu apartamento durante siete días, y luego cumplir una cuarentena de siete días dentro del área del complejo. Si hay un caso en tu subdistrito, debes quedarte en el terreno de tu complejo durante siete días. Si no hay casos en tu subdistrito, eres libre de desplazarte por doquier. En todos los casos, la persona que dio positivo por coronavirus es trasladada a una zona de cuarentena centralizada.

Le dije a mi esposo que sería más feliz si caíamos en el tercer escenario: nuestro complejo de apartamentos estaría cerrado, pero podríamos salir a disfrutar del aire, los jardines comunitarios, los setos y los caminos. Me di cuenta de que mi pensamiento era muy chino: disfrutar de la libertad dentro de fronteras estrictas, aunque con un virus desenfrenado afuera. La cuarta opción, la libertad de moverse por Shanghái, se sentía demasiado grande, demasiado precaria.

La estrategia de los confinamientos regionales en China da pie a que los individuos protejan con sumo recelo sus pequeñas parcelas de tierra. La gente acumula alimentos y víveres, se pelea por recursos. Los vecinos se delatan entre sí como posibles portadores del virus.

En este momento, China está siguiendo la tendencia del resto del mundo: repuntes importantes de casos. Somos afortunados por haber estado protegidos durante dos años y estar expuestos al virus ahora que más personas están vacunadas. Antes de que nos alcance la fatiga pandémica y antes de que las comunidades, las familias y las relaciones sufran estragos duraderos, espero que encontremos una manera de superar nuestros límites con dignidad.

–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Juli Min es Jefa de Redacción de “The Shanghai Literary Review”