Los huaicos y la gestión de desastres, por Jorge Vargas Florez
Los huaicos y la gestión de desastres, por Jorge Vargas Florez

Los huaicos vienen cayendo por las quebradas de Lima, como lo hicieron hace uno, diez, mil años, y lo seguirán haciendo; es lo normal cuando se tiene lluvias abundantes, montañas y valles. La diferencia hoy es que los huaicos encuentran en su camino una gran cantidad de personas que habitan en condiciones que los hacen vulnerables a estos eventos. El huaico llega a perturbar sus vidas “normales”; esa “normalidad” que no es otra que habitar en viviendas construidas de manera informal, con familias en condiciones socioeconómicas deficitarias, con autoridades locales sin sistemas de gestión de desastres operativos y otros factores de riesgo. 

En la comunidad científica, casi no existen detractores sobre la existencia del cambio climático y su influencia en los distintos fenómenos atmosféricos (lluvias, heladas, granizo, entre otros), a pesar de que algunos millonarios sin escrúpulos, hoy en política, digan lo contrario. Desde 1990, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) emite informes al respecto. En uno del 2014 se menciona que debido al cambio climático se puede afirmar con un nivel de confianza media que habrá “modificación de los patrones de descarga de los ríos”. En otras palabras, habrá huaicos e inundaciones impredecibles. A la luz de la cantidad de huaicos observados en todo el país recientemente, es evidente que el nivel de certidumbre ahora es elevado. En el Perú, la revisión de los registros de emergencias por huaicos y deslizamientos reportados por el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) registra a Cusco y Amazonas como las regiones con el mayor número de emergencias entre 1996 y el 2014, con 273 y 247 casos respectivamente; mientras que en el caso de la región Lima, el registro aumentó en el mismo período y pasó de una sola emergencia reportada en 1996 a ocho en el 2014. 

Los desastres son la suma de la exposición a los peligros (sismos, huaicos, etc.) y la incapacidad de los protocolos de respuesta del sistema afectado (comunidad, empresa, etc.) para controlar su impacto. Por ende, no es suficiente estar expuesto al peligro para que se diga que hay un desastre, tiene que evidenciarse que la intervención para controlar el daño fue desbordada en su capacidad de respuesta, lo que deviene en una gran cantidad de afectados. 

La conclusión es que los huaicos son –efectivamente– eventos estacionales, pero que terminan generando desastres recurrentes por la conjunción entre una elevada vulnerabilidad y una baja resiliencia. El Grupo de Investigación para el Manejo de Crisis y Desastres (CID) de la PUCP viene realizando trabajos de investigación y proyectos usando herramientas de ingeniería, matemáticas y estadística aplicada para mejorar la gestión de desastres. En particular, para los huaicos, comparto cuatro conclusiones: 

Primero, sí es posible estimar los escenarios de desastres recurrentes, expresados por la cantidad de eventos, número de damnificados, probabilidad de ocurrencia, magnitud y propagación del evento. 

Así también, se puede mejorar el desempeño de los sistemas de la red logística humanitaria, desarrollando nuevas capacidades como la interoperabilidad (capacidad de pilotear distintos sistemas, con un objetivo y al más bajo costo) o la resiliencia (capacidad de un sistema para recuperarse frente a un evento perturbador). 

Del mismo modo, es factible mejorar la respuesta frente a desastres, trabajando en dos líneas de acción: una de participación activa y responsabilidad de la ciudadanía (incrementando su resiliencia) y otra de responsabilidad de las autoridades, reduciendo la vulnerabilidad de la comuna, atendiendo ambos el desarrollo de los factores de riesgo ya mencionados. 

Por último, existen tecnologías y ciencia disponible para mejorar el desempeño de la gestión de desastres que deben incorporarse en instituciones, sistemas, procesos y funciones de los responsables que la ley vigente de prevención de desastres peruano establece. 

Está demostrado que implementar estas acciones es una inversión que reduce el impacto de los desastres, pero que se convierte en gasto si se reacciona después del evento, con la diferencia de que el costo entre ser reactivos y no proactivos va más allá de lo económico.