"El ciclo natural de una de las zonas más vulnerables del planeta ha comenzado a cambiar hace décadas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El ciclo natural de una de las zonas más vulnerables del planeta ha comenzado a cambiar hace décadas". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Rember Yahuarcani

La proa de la canoa corta la tranquilidad del agua, creando una estela de espuma y burbujas en el río. Es verano en la selva, pero no ha dejado de llover. En los pobladores indígenas reina una zozobra e incertidumbre. Es época de hacer chacra, dicen, pero ya no se sabe si es verano o invierno. ¡Todo ha cambiado!, exclaman.

Es cierto, el clima les juega mal a los indígenas, es difícil ahora fiarse de las temporadas que antes señalaban el inicio de la siembra, la cosecha, la caza o los bailes. Una nube gris, como de una tormenta que contiene truenos y rayos se va formando en el horizonte y amenaza con llegar, trayendo hambrunas y tristezas.

El ciclo natural de una de las zonas más vulnerables del planeta ha comenzado a cambiar hace décadas, pero hace pocos años se ha vuelto más visible para sus pobladores y hay mil razones para preocuparse; afectará y transformará la vida de millones de personas que viven en la llanura amazónica. No es difícil imaginar que nos encontramos en la víspera de una catástrofe mundial. ¿Estamos en la capacidad de frenar un cambio de tal magnitud? ¿Cómo estamos preparando a las nuevas generaciones para enfrentarlo? ¿Cómo se prepara el mundo indígena para estos inminentes infortunios?

Los indígenas que tenemos un pie en la comunidad y otro en la ciudad nos encontramos ante el gran dilema de proteger a nuestros pueblos y construir una identidad de nación. Combinar lo ancestral con lo moderno, lo antiguo con lo contemporáneo. Crear y generar un diálogo verdadero, donde se rescate el valor de la palabra. La tarea es grande, la responsabilidad lo es mucho más. Por eso, creemos firmemente que al margen de todos los esfuerzos que realiza el Estado Peruano por llevar desarrollo y progreso a las comunidades indígenas, no lo ha logrado.

Después de una paciente reflexión entre los líderes del Clan de la Garza Blanca, llevado a cabo el año pasado en la comunidad de La Chorrera, a orillas del río Igaraparaná, nuestro territorio ancestral, hemos llegado a la conclusión que es “el tiempo del indígena”. ¿Cómo definimos ese tiempo? Es un tiempo en el que el indígena, conocedor de su espacio y de su mundo, toma el protagonismo y tiene el poder de decidir el destino de él y de los suyos. Es un tiempo de profunda reflexión y autocrítica. Es un tiempo de retorno a los orígenes para mirar el futuro. Es un tiempo para repensar nuestra identidad y fortalecerla. Es un tiempo que debe generar nuevos conocimientos y tecnologías para el bien común. Es un tiempo de creación.

En ese sentido, los indígenas debemos aprender lo mejor del conocimiento occidental. El Estado debe brindarnos la oportunidad de acceder a nuevos conocimientos, como por ejemplo en las artes y humanidades, en las ciencias e informática, en la ingeniería, la industria, la construcción, la salud, nuevos medios, etc. Estos nuevos conocimientos serán de valiosa ayuda para que el indígena logre integrarse al país y comience a proponer proyectos de desarrollo para sus comunidades. El indígena nunca más debe ser visto como alguien inferior o con conocimiento inferior al resto del mundo. Si buscamos, con miras al bicentenario, una verdadera inclusión y, por ende, fortalecer nuestra identidad como nación, no debemos cometer los mismos errores de antaño; al contrario, debemos buscar, encontrar e integrar nuestros conocimientos a través de la educación. Todos los peruanos coincidimos en que hace falta una educación de calidad, intercultural e inclusiva para paliar muchos males de nuestra nación.

¿Cómo esperan los abuelos, abuelas y las nuevas generaciones de indígenas llegar al bicentenario? Como todos los peruanos, con mucha fe y esperanza en temas tan relevantes como la justicia, la ética, la integridad, la cooperación, la responsabilidad y la educación. Justicia para todos no debería ser un mero discurso de una ideología política, sino un ideal que nos lleve a exigir que nuestro sistema lo conformen personas íntegras y con un gran nivel de ética, compromiso y responsabilidad con su país. Si logramos crear una generación orgullosa de sus raíces, en donde la interculturalidad no sea un obstáculo, más bien una ventaja, nos habremos preparado para un futuro con una mayor igualdad.