Max Hernández

Cuando principios, valores y prácticas que fueron asumidos como normas de nuestra sociedad son puestos en cuestión, cuando sentimientos de desconfianza y de duda corroen la posibilidad de construir vínculos y cuando los grupos (étnicos, sociales, religiosos o políticos) se autodefinen en función de ideales excluyentes, la búsqueda de consensos para la gobernabilidad, la democracia, la vigencia de los derechos humanos y el desarrollo sostenible es imprescindible.

Sucede que entre nosotros la confianza, condición sine qua non para que la gente acepte escucharse, está seriamente afectada. La pandemia que no permitía distinguir entre infectados asintomáticos y quienes no eran portadores del virus, el aislamiento y las muertes instalaron un clima de depresión, miedo y desconfianza. En tal clima emocional ocurrió una crisis política –subintrante en términos médicos– que llegó a su clímax en las elecciones del 2021.

Tal vez sea de utilidad retomar el Acuerdo Nacional, ese microcosmos de nuestra realidad institucional en el que están presentes el gobierno en sus tres niveles, los partidos políticos con representación congresal y un conjunto de instituciones de la sociedad civil. Una institución de instituciones comprometidas con el diálogo. Vale la pena precisar que dialogar implica dar tanta importancia al procesamiento de los obstáculos que dificultan el mutuo entendimiento como a los acuerdos que dan lugar a soluciones. Es un proceso en el que los andamios, la cal y la arena, los parantes, las vigas y las paredes de la construcción se van viendo conforme van siendo edificados. Un diálogo así entendido podría construir la confianza necesaria entre quienes participan en él y dar paso a soluciones que integren las perspectivas de las instituciones concernidas.

En los últimos 50 años, los desplazamientos tectónicos del campo a la ciudad han afectado una imagen hegemónica de nuestra nación. Una somerísima mención de la producción bibliográfica de esos años da testimonio de ello: Cusco, tierra y muerte, crisis del Estado patrimonial, clases, Estado y nación, poder y sociedad, ocaso del poder oligárquico, buscando un inca, desborde popular y crisis del Estado, utopía indigenista y tragedia de Sendero Luminoso, otra modernidad, utopía arcaica, negación occidental del mundo andino, nación radical, lo cholo y el conflicto cultural, revolución informal, país de metal y melancolía, verdad y reconciliación, identidad y utopía en los Andes, nos habíamos choleado tanto, ciudadanos sin república, odio y perdón en el Perú, globalización con justicia social, revolución capitalista, la Tercera Mitad, historia de la corrupción…

A 500 años de la conquista de México y de la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano y a 200 de la independencia iberoamericana, se abre un momento histórico marcado por el auge del individualismo y de una naciente conciencia planetaria en que paradójicamente aparecen con fuerza las identidades étnicas y las demandas de las minorías. En ese contexto se celebraron las elecciones del 2021 que mostraron una división de los votantes en dos mitades. El enfrentamiento entre dos opciones políticas minoritarias fue interpretado como expresión del choque de dos realidades culturales opuestas que ponía a prueba la consistencia de nuestros sistemas sociales. El tejido de representaciones simbólicas y afectos compartidos que sostenían el sentimiento de identidad nacional, la peruanidad, se vio afectado. ¿Cómo imaginar una noción de bien común y bienestar compartido en medio de una situación de polarización extrema, cuando todo conspira contra la búsqueda de consensos?

Por una parte, el resultado electoral reflejó una gravísima fragmentación política; por otra, no toda dualidad encierra una dicotomía. Las dicotomías implican un antagonismo entre elementos que se excluyen recíprocamente. Cabe recordar que los peruanos apostamos por conjugar nuestras distintas realidades culturales al situar el mestizaje en la base de nuestra identidad.

Asumir nuestra condición mestiza exige construir consensos entre peruanos de diversas culturas, que procedente de distintas comunidades epistémicas ejercen sus percepciones y tienen diferentes modos de procesar la información. Ir más allá de las determinantes culturales y los sesgos cognoscitivos que estas nos imponen. Entender cómo los “otros” generan conocimientos, cómo perciben su entorno, dónde interactúan con otros agentes y objetos, y cuáles son las creencias, valores, normas y emociones que definen sus marcos conceptuales.

El Acuerdo Nacional es una institución de instituciones formales en un país predominantemente informal. Su origen respondió a la necesidad de recuperar valores democráticos, ciudadanos e institucionales, pero no tomó suficientemente en cuenta esta realidad. Pero hay algo de mayor calado, la polarización ha mostrado la persistencia de un sustrato de desconocimiento del otro, de prejuicios y exclusiones. Esto configura un reto urgente que va más allá de los acuerdos logrados: políticas de Estado, compromisos y pactos en pro de la democracia, la gobernabilidad, los derechos humanos, la productividad y el desarrollo humano. Construir consensos en torno a estos desafíos es una prioridad del Acuerdo Nacional en el bicentenario de la gesta de Junín y Ayacucho.

Max Hernández es secretario Técnico del Acuerdo Nacional