(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Carlos Ganoza

En la discusión económica peruana hay un elefante que ha pasado desapercibido por mucho tiempo. La minería, la pesca o los megaproyectos ocupan las primeras planas y no le dejan espacio a un coloso dormido del desarrollo económico: Lima.

Lima es fundamental para el crecimiento y descuidarla es un grave error. La gran metrópolis peruana representa el 36% del PBI, pero lo que revela su singular importancia es que el valor agregado que generan los negocios eminentemente urbanos en Lima Metropolitana (comercio, construcción, hoteles y restaurantes, manufactura), supera la suma de todo el PBI minero, de hidrocarburos y pesca en el ámbito nacional.

Hay más de US$2.000 millones en proyectos de infraestructura comercial (centros comerciales, tiendas por departamentos, supermercados, etc.) y fabril en Lima que no avanzan por retrasos con las licencias y permisos. Eso es 30% más de todo lo que se planea invertir para los Juegos Panamericanos.

Esto debería ser suficiente para convencernos de que la competitividad de Lima merece al menos la misma energía que invertimos en promover los megaproyectos. Sin embargo, no está en agenda.

La ciudad se ha ido deteriorando como lugar para hacer negocios. Hacer todos los trámites necesarios para un gran proyecto de inversión comercial en Lima puede tomar siete años desde la identificación del terreno hasta la apertura de puertas.

Un indicador que refleja el atraso de Lima como espacio de creación de riqueza es la densidad económica: el valor agregado por metro cuadrado de ciudad.

Las ciudades son en esencia espacio y personas. Por lo tanto, prosperan cuando facilitan un buen uso del espacio para que las personas trabajen, comercien e intercambien ideas. La densidad económica refleja la eficiencia con la que ocurren esos encuentros. Una mayor densidad económica significa que los ciudadanos están aprovechando mejor el espacio que la ciudad les brinda para crear valor.

Lima es la capital con la menor densidad económica entre los países grandes de América Latina. Sao Paulo tiene 30% más densidad económica, Bogotá más del doble. El caso de Bogotá es notorio porque esta ciudad lleva años esforzándose por mejorar su competitividad. El tiempo que toma obtener permisos de construcción en Bogotá es un tercio que en Lima.

Todo lo que dificulte que las personas aprovechen mejor el espacio de la ciudad reduce la densidad económica, y por lo tanto la competitividad.

En Lima la ausencia de transporte público de calidad, eficiencia y buena cobertura es un gran obstáculo para la competitividad. La ciudad se fragmenta en varias ciudades pequeñas porque el costo de trasladarse de un lado a otro puede ser tan alto que muchas personas prefieren trabajar y comprar solo cerca de donde viven.

Si un trabajador tiene que trasladarse cuatro horas (entre ida y vuelta) para trabajar en una jornada de ocho horas, pierde el equivalente al 50% de su sueldo en transporte. Es un impuesto que la ciudad le impone a quienes se esfuerzan por acceder a mejores oportunidades. Por eso no extraña que muchas personas prefieran poner pequeños negocios informales donde viven.

La regulación es otro obstáculo. Las regulaciones zonales que limitan el crecimiento vertical de la ciudad encarecen innecesariamente la vivienda y los espacios de trabajo al limitar la oferta, y obligan a las personas y a las empresas a alejarse, lo contrario de lo que debería ocurrir. La cercanía genera mercados más grandes y aumenta la productividad.

Por otro lado, la regulación local de la actividad empresarial impone muchos requisitos innecesarios a la construcción y funcionamiento de nuevos negocios, frenando el crecimiento empresarial moderno.

Con un mejor sistema de transporte y mejor regulación la competitividad de Lima despegaría. Por su importancia en la economía nacional, las autoridades de Lima pueden hacer casi tanto por el crecimiento económico como las del Ministerio de Economía. Pero para que Lima despierte, sus autoridades tienen que despertar frente al rol que les toca. La competitividad de Lima tiene que ser el centro de una nueva agenda por la ciudad.