Brujería y machismo, por Santiago Roncagliolo
Brujería y machismo, por Santiago Roncagliolo
Mariela Noles Cotito

El conmemora (no celebra) la lucha femenina por la igualdad de oportunidades sociales, económicas y políticas, así como los grandes hitos alcanzados en este sentido. En ese día, las mujeres recordamos todo lo que nos falta recorrer hasta llegar a un sistema paritario donde las responsabilidades familiares sean compartidas, estemos libres de acoso y violencia, las listas electorales incluyan a varones y mujeres de manera alternada, recibamos el mismo sueldo por la realización de idéntico trabajo y podamos desarrollar todas nuestras potencialidades humanas, igual a como pueden hacerlo nuestros conciudadanos. Antes bien, reconocemos también las victorias logradas: el reconocimiento de nuestro derecho a la educación, el derecho al voto, la posibilidad de acceso al campo laboral, entre otros. En suma, es un día de reflexión positiva para muchas. Para otras tantas, es un recordatorio de todo lo pendiente y de lo que el Estado no ha hecho por ellas, aún.

Una de las razones por las que utilizar el nominativo “todos” resulta siendo no inclusivo es porque en la generalidad suelen esconderse las particularidades. Lo cierto es que utilizar el nominativo “todas” también oculta a muchas de nosotras. En un país multiétnico y pluricultural como el Perú, donde los varones y las mujeres no somos iguales, es impensable afirmar que todas las mujeres lo son o que tienen la misma posibilidad de ejercer sus derechos. Antes bien, nuestras desigualdades se magnifican en la confluencia de aquellos factores que nos hacen diferentes.

Nuestras características étnicas o culturales, reales o percibidas, nuestra ascendencia, origen nacional, ubicación geográfica, idioma o lengua materna, nuestra orientación sexual, identidad de género, nivel educativo; o nuestras características físicas, como el color de la piel, tipo de cabello u otros rasgos fenotípicos, son elementos que influyen en nuestras posibilidades de ejercer nuestros derechos mas básicos. Como podemos ver en el reporte del Centro de Culturas Indígenas del Perú (Chirapaq) “Flores sin pétalos: Violencias y mujeres indígenas en el Perú” (2016), o el editado por la editorial del Centro de Desarrollo Étnico (Cedet) “Insumisas: Racismo, sexismo, organización, política y desarrollo de la mujer afrodescendiente” (2010), entre otros; la sumatoria de aquellas características a nuestro ser mujer, complejiza significativamente la experiencia femenina. Así, a las mujeres indígenas, amazónicas y afrodescendientes se nos hace depositarias diarias de diversos tipos de opresión, más allá del sexismo o el machismo, tales como el racismo, clasismo, homofobia o xenofobia.

En este contexto, las mujeres que habitan estos cuerpos intersectados por varios tipos de opresión simultánea, se encuentran en un espacio nulo de protección. Mientras que las normas que hacen exigible la igualdad de género en el país, empezando por la Ley 28983: Ley de Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres, no consideran una suficiente diferenciación entre las experiencias y necesidades de las mujeres culturalmente diversas. Las normas etnorraciales, es decir, las que protegen y promueven los derechos de los grupos étnico-raciales en el Perú, la Ley 29785 (ley de consulta previa), por ejemplo, tampoco asumen a las mujeres como sujetos de especial protección o cuyos derechos deban ser garantizados particularmente.

Así, las necesidades de las mujeres que son parte de los diversos grupos étnico-raciales que conforman la nación peruana quedan invisibilizadas al hablar de “todas” las mujeres. Similar es el caso de las mujeres lesbianas –más urgentemente respecto de su salud sexual y reproductiva–, las mujeres en situación de discapacidad temporal o permanente, las mujeres de áreas rurales, y las niñas.

Luego de la suscripción de los acuerdos de la Plataforma de Beijing en 1995, en que los estados se comprometieron a promover los objetivos de igualdad, desarrollo y paz para todas las mujeres en interés de la humanidad, el Perú ha implementado medidas para garantizar los derechos de todas las mujeres, en igualdad con sus pares varones. Lo que hasta ahora ha quedado pendiente, sin embargo, es desentrañar qué hay detrás de ese “todas”: un grupo de ciudadanas al que el Estado ignora, pero que nunca dejó de prestar sus capacidades, sus brazos y afectos al desarrollo del país, y sobre quienes se sostiene nuestro desarrollo.