"Entonces, es preciso garantizar que la empresa privada se comprometa también a revisar y transformar sus políticas internas –y también la manera en la que comunican– para no reforzar ideas estereotipadas ni cometer actos de discriminación" (EFE: Fernando Bizerra).
"Entonces, es preciso garantizar que la empresa privada se comprometa también a revisar y transformar sus políticas internas –y también la manera en la que comunican– para no reforzar ideas estereotipadas ni cometer actos de discriminación" (EFE: Fernando Bizerra).

Hace casi dos semanas conocimos un caso particular en el que una mujer afroperuana fue sujeta de perfilamiento racial por parte del personal de seguridad de una tienda de artículos de oficina mientras se encontraba comprando con su hijo. Este caso colocó nuevamente en debate las múltiples manifestaciones de la discriminación étnico-racial en el país y las maneras en las que opera de forma inconsciente a través de sesgos y prejuicios construidos y aprendidos durante décadas.

Cuando pensamos en esos hechos y los asumimos como aislados, perdemos de vista que estas situaciones son parte de la cotidianidad de miles de personas racializadas en el país y que el afecta las maneras en las que transitan los espacios y las expone, muchas veces, a mayores niveles de vigilancia que se generan ante una supuesta amenaza. Por ello, no ha sido extraño para muchas personas oír de este caso, porque resuena claramente con experiencias que han tenido al ser seguidas en tiendas, vigiladas por la policía o ser sindicadas como peligrosas únicamente por su color de piel.

Las personas racializadas son concebidas como naturalmente peligrosas a partir de la forma particular en la que los estereotipos funcionan, especialmente en un país como el Perú. La cultura peruana está repleta de una serie de creencias y características que les atribuimos a las personas a partir de cómo se ven, cuál es su origen o el color de su piel, y esto hace que, por ejemplo, asumamos que las personas de piel oscura representan un peligro o una amenaza y que debemos tener mayores niveles de cautela cuando entran a un establecimiento o cuando interactuamos con ellas, aun cuando no comprendamos de dónde surgen estos temores.

Los estereotipos son una manifestación del racismo estructural, que se vuelve casi indetectable porque responde a conductas aprendidas y ampliamente reproducidas en nuestra sociedad. Estos aprendizajes, heredados de la estructural colonial, siguen estando vigentes hoy, casi doscientos años después de la creación de la república, y nos proporcionan una visión distorsionada de la realidad creando sesgos que determinan nuestras acciones y que, además, configuran experiencias hostiles para las personas racializadas en nuestras sociedades. El color de piel nos sigue poniendo en alerta y, cuando estas acciones escalan o están relacionadas con el uso desproporcionado e injustificado de la fuerza, pueden generar situaciones violentas, dolorosas e incluso letales.

Analizar el rol que el racismo tiene en un hecho tan lamentable como el que presenciamos hace unos días no supone que no deban existir protocolos de atención y vigilancia en establecimientos de consumo o tiendas por departamento, pero sí debe generar una reflexión necesaria sobre el rol que tienen las empresas en la capacitación de sus trabajadores en temas relacionados con sesgos inconscientes, racial y racismo. Esto es necesario porque las instituciones no existen por sí mismas, sino que están conformadas por grupos de personas que no están libres de caer en estos actos si no están debidamente sensibilizadas sobre las maneras en las que los estereotipos existen y operan, muchas veces sin que nos demos cuenta.

Entonces, es preciso garantizar que la empresa privada se comprometa también a revisar y transformar sus políticas internas –y también la manera en la que comunican– para no reforzar ideas estereotipadas ni cometer actos de discriminación que generan rechazo en la sociedad, pero, sobre todo, generan un daño irreparable en los seres humanos.