Sigan al líder, por Sol Carreño
Sigan al líder, por Sol Carreño
Redacción EC

Desde el primer gobierno de hasta este último que comparte la pareja Humala-Heredia, todos nuestros líderes electos (no se incluye a ) enfrentan o han enfrentado serios cuestionamientos, investigaciones y acusaciones. 

Enriquecimientos inexplicables, adquisiciones de inmuebles, amistades que se benefician sospechosamente de su cercanía al poder. Son muchas acusaciones y no muy diferentes. Esto genera en la ciudadanía la sensación de que todo es lo mismo, que nadie que esté “en la política” es digno de confianza. 

Quizá, por ello, no sorprende que –según reciente encuesta de Pulso Perú– el 69% de los peruanos cree que en las próximas elecciones habrá espacio para un ‘outsider’, alguien que venga de fuera de la política para hacer la gran diferencia. Casi un salvador.

Me imagino que los que se creen con condiciones para serlo deben estar frotándose las manos y pensando ya sus frases de campaña. Basta prometer algo, honradez, tecnología, trabajo, grandes transformaciones o incluso aire y agua en vez de oro. No importa mucho si luego nada se cumple. No importa si la popularidad del candidato se basa en la capacidad de insulto y ataque al rival, en el ser un bravucón o en la viveza criolla. El verbo fácil y vacío ha probado su resultado. Nadie parece detenerse a pensar que quizá no es casualidad que los líderes elegidos –y sus suegras y consortes como para que no se sientan solos– terminen envueltos en acusaciones sobre manejos turbios con empresas, compras de inmuebles injustificables o financiamientos oscuros, cuando no presos afrontando cargos mayores. Los elegimos nosotros y no elegimos bien.

No se puede decir que el liderazgo en nuestro país está en crisis, pues, por definición, una crisis es temporal e implica un cambio inminente. ¿Será más bien que padecemos de una carencia crónica, como ciudadanía, que nos impide elegir bien?

Algunos piensan que el problema es el menú, que no tenemos a quién elegir, que estamos plagados de cucarachas, que cada cierto tiempo nos ofrecen nuevas versiones de cáncer o de sida y que no es culpa de los electores elegir así. Con ese criterio, ponemos la responsabilidad en los otros y dejamos de mirar la que nos corresponde, nuestra capacidad de elegir a quién seguimos.

Me niego a creer que no existan personas honestas y capaces que puedan liderar los cambios que nuestro país necesita. Me resisto a seguir en esta trampa de gobiernos cuestionables, en que la deshonestidad flota como una nube apestosa en el ambiente y no puede ser aislada, atrapada y expulsada. Necesitamos una ciudadanía que no crea que es normal que haya que escoger entre la honestidad ineficiente o las obras con robo, ventaja y trampa de todo tipo. 

En los tiempos modernos existe una obsesión por el liderazgo. Desde cursos ofrecidos por carteles en la calle, libros de autoayuda, avisos económicos en los periódicos hasta charlas en los colegios, los profetas modernos nos ofrecen convertirnos en líderes, a nosotros o a nuestros hijos. Y la gente compra los libros y va a los cursos casi hipnotizada esperando encontrar la fórmula mágica que la convertirá en el líder aclamado por las masas y amasando fortunas.

Lo que nuestro país necesita no es educar un líder, sino a miles de seguidores reflexivos y con sentido crítico. Personas que sepan elegir bien a quién siguen. Un ejército no está hecho de incontables generales. Una empresa no tiene cientos de miles de gerentes. El liderazgo por definición es la excepción. Por cada líder debe haber muchos seguidores. 

Tenemos que empezar seriamente a trabajar educando a las personas para que sean buenos seguidores: que elijan bien; que valoren la honestidad más que la promesa engañosa, el escenario de trabajo duro y constante más que el beneficio regalado; que les importe la trayectoria transparente y honesta más que la promesa de la aventura. Un seguidor que sea capaz de distinguir la mentira electoral y escoja la verdad del programa realista que beneficiará a todo el país. Uno que sea capaz de evaluar ideas y no ceder a la tentación de dejarse seducir por encantos engañosos.

Los líderes no se hacen en un curso barato o en un colegio caro, pero los buenos seguidores sí pueden educarse. Esa es la mayor reforma electoral que tenemos que emprender si queremos un país mejor.