Los tiempos están cambiando, señor Figari, por Paola Ugaz
Los tiempos están cambiando, señor Figari, por Paola Ugaz
Paola Ugaz

Durante una madrugada cualquiera en las casas de Santa Clara de Chaclacayo o La Pinta en San Isidro, la guardia personal de Luis Fernando Figari, de 69 años, se dedicaba a satisfacer sus antojos alimenticios mientras en un viejo VHS veía películas una y otra vez, hasta las tantas del día siguiente.

Entre gritos y derramando lisuras, su líder exigía ser alimentado de acuerdo con las ganas del momento con cocadas, alfajores, milhojas, torta de chocolates, entre otros dulces.

Eso sí, si Figari te pescaba siquiera pestañeando mientras lo atendías, era implacable en el castigo: te tocaba un piscinazo directo y sin escalas, sea verano o invierno; correr de forma disforzada por la casa; un bofetón, una biblia en la cabeza o mandar a que alguien te eche en el suelo y te pise la espalda.

Saber que eras el “elegido” para atender al representante de Dios en la tierra te hacía aguantar eso y más, como, por ejemplo, que a pedido de Figari y a solas, te desvistas sin dudas ni murmuraciones mientras él te rociaba de trago en el cuerpo, o que poses frente a cámaras de video en calzoncillos, en nombre de una teoría psicológica que nunca existió.

Los esclavos de Figari aprendieron entre golpes y rezos que el infierno se abriría bajo sus pies si no obedecían las órdenes de su líder, quien señalaba ser parte de un plan para salvar el mundo y que, por tal razón, estaba amenazado de muerte y debía tener un joven encargado de probar toda su comida antes de comerla, por miedo a morir envenenado. 

Pero no solo era un admirador del estilo de la familia Borgia, liderada por Rodrigo, quien luego se convertiría en el papa Alejandro VI; sino que Figari también fue un seguidor de técnicas hindúes reeditadas a su conveniencia; hecho que le permitió abusar sexualmente de más de una víctima, todas de sexo masculino, al presentarse como un líder que con su mística y poco carisma iba a cambiar el mundo.

Los testimonios aparecidos en “Mitad monjes, mitad soldados” (Planeta, 2015), libro realizado junto a Pedro Salinas, detallan cómo Figari fundó una organización a su imagen y semejanza con el fin de emular al ‘Rey Sol’, Luis XIV; donde no se movió una hoja dentro del Sodalicio sin que él lo aprobara.

Desde que empezó a caer el reino del líder y fundador del Sodalicio gracias a la unión de cada vez más valientes testigos del horror; nos es cada vez más claro lo absurdo de sus reglas, la violencia inexplicable de sus defensores y la tolerancia de la cúpula sodálite.

Pero el Sodalicio habitó entre nosotros desde 1971 y no dice nada bueno de nuestra sociedad que, amparada bajo el manto de la religión, este tuvo carta blanca para dejar una huella dañina e imborrable a cerca de tres generaciones de jóvenes, quienes aún siguen esperando respuestas.

El fundador del Sodalicio, quien reapareció en Roma la semana pasada, creyó erróneamente que el tiempo estaba detenido cuando era el amo y señor de las huestes sodálites; por ello, expresó sin inmutarse su inocencia, no haber cometido abusos sexuales e incluso cuestionó la existencia de las víctimas mientras sonreía sin pausa.

¿Qué cambió esta vez para Figari y su abogado defensor? Esta vez suman más de un centenar las voces de ex sodálites y actuales miembros del Sodalicio quienes han brindado las evidencias para que el otrora infalible e implacable líder responda ante la ley del hombre y en la tierra.

Figari debe responder a la justicia por haber pergeñado una organización donde hubo cerca de una decena de victimarios sexuales, físicos y psicológicos que, comenzando por él, abusaron de la confianza de familias enteras que le entregaron a sus menores hijos en nombre de un Dios al que no respetó.

Esta vez, señor Luis Fernando Figari, cuatro décadas después de fundado el Sodalicio debe responder a la justicia y considerar pedir perdón a las víctimas; y eso es algo por lo que debemos congratularnos todos.

Los tiempos están cambiando, y cambiaron para bien, señor Figari.