"Lo tenemos todo, en apariencia. Puro cascaron". (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Lo tenemos todo, en apariencia. Puro cascaron". (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Juan José  Marthans

Como es conocido, hoy existe un comprensible temor frente a un posible resultado en el que sea distante de los actuales fundamentos de nuestra economía. Esta pendular incertidumbre política nos acompaña cada cinco años. Al parecer, esta es simplemente una de las manifestaciones, y no la causa, de un problema mayor que debemos atender. ¿En el Perú, realmente, opera una economía de mercado?

¿Es una economía de mercado aquella que no genera las mismas oportunidades de participación y desarrollo en sus agentes económicos? ¿Es una economía de mercado la que, en casos evidentes, asocia el éxito a la prebenda empresarial, política, judicial, mediática? ¿Es una economía de mercado aquella donde la ley es, en ciertos casos, determinada por quienes no tienen más objetivo que la maximización de su utilidad y dividendos de corto plazo? ¿Es una economía de mercado la que se sostiene sin un mínimo de institucionalidad y con un frente político empresarial carente de visión del país?

La verdad, seamos honestos, aún estamos distantes de desenvolvernos en una economía de mercado eficiente. Sin institucionalidad, sin calidad de Estado, sin infraestructura, sin educación, salud, seguridad, justicia, es difícil alcanzar una correcta y eficiente asignación de recursos. Hoy, solo simulamos disponer de una economía de mercado.

Lo tenemos todo, en apariencia. Puro cascaron. Por ejemplo, disponemos de jueces, pero no de justicia; disponemos de policías, pero no de seguridad; de médicos, pero no de salud; de gobernantes, pero no de gobierno, autoridad, disciplina. Así como vamos no nos sostendremos. No habrá ganador, todos perderemos. Así como estamos, cada cinco años se harán crecientes los temores de que una posición política extremista termine con lo poco de economía de mercado que disponemos hasta hoy. Reiteremos. La incertidumbre política de hoy, más que la causa, es el resultado de no haber podido recrear condiciones reales de un mercado competitivo en nuestra sociedad y economía.

De otro lado, hasta hoy solo hemos aprendido a vivir para el corto plazo. Nuestra incipiente muestra ello con prolijidad en frentes variados. Buscamos, por ejemplo, evitar la presencia de déficits fiscales sin solucionar el verdadero problema asociado a la incipiente generación de ingresos tributarios, que en términos del PBI hoy son la mitad de los que dispone la región y la tercera parte de lo observado en economías de la OCDE. Buscamos generar eficiencias precarizando las condiciones del empleo, siendo incapaces de emprender una reforma laboral que diluya los incentivos de la informalidad. Hablamos de la urgencia de incrementar la competitividad, sin considerar que una estructura de mercado oligopólica es una de sus principales restricciones.

La escasa visión de nuestros gobernantes y de ciertos segmentos empresariales, su deseo de mantener un statu quo asimétrico, la opacidad sobre la que les gusta desenvolverse, generan una sociedad crecientemente resentida, frustrada y postergada. Ese es el estado de ánimo en nuestro mercado. Vivir del corto plazo sin emprender la construcción de una real economía de mercado es lo que origina esta permanente preocupación de cada cinco años.

No compartir valor en las empresas, sacar provecho a la falta de institucionalidad y carencia de calidad de Estado y solo buscar maximizar resultados en estados financieros, es hipotecar al país. El ruido electoral es solo una consecuencia más de nuestras carencias por ser incapaces aún de concluir la labor de edificar una real y competitiva economía de mercado. ¿Se entiende?